Corazón de Pantaleón

Publicado el ricardobada

En defensa de la traducción *

Hace algunos años, en el restaurante italiano aquí en Colonia donde almorzaba todos los martes porque su cocinera guisaba los mejores espaguettis que se comían al norte de los Alpes, conversé a los postres con el esposo de la propietaria, y le escuché una de esas frases que dizque parecen redondas, rotundas, casi aforismos. Me dijo que un ser humano es tantas veces ser humano como el número de idiomas que sabe.

Me pareció una frase brillante pero vacía de contenido, de esas que pueden funcionar ante un público multicultural, para congraciarse con él. Y como no suelo morderme la lengua (para no morir envenenado, según quienes me conocen bien), le repliqué diciéndole que Shakespeare sólo hablaba inglés, y le aseguré que conocía a muchos hijueputas políglotas. El buen hombre se quedó con la duda de si su frase era tan buena como él creía.

Mientras regresaba a casa en el carro de mi entrañable Carlos Müller, que es un bilingüe total de castellano y alemán, y que compartía conmigo la afición por esos espaguettis insuperables (nunca me cansaré de alabarlos), seguí pensando en el asunto y me acordé de algo que había leído hacía poco en uno más de los voluntariosos y malogrados mamotretos de Carlos Fuentes.

Allí, en alguna página, Fuentes recuerda que Milan Kundera le preguntó alguna vez que si ya había leído a Kafka, Fuentes le contestó que claro que sí, y Kundera quiso saber si lo había leído en alemán. No, no sé alemán, le dijo Fuentes. Y Kundera le aseguró que entonces no había leído a Kafka. La respuesta es tan cierta como estúpida, tan brillante como vacía de contenido fue para mí la frase de ese comensal con quien compartía postres en Colonia.

Yo la hubiese replicado preguntándole a Kundera que si ya había leído a Homero, y en el buen supuesto de que me contestase afirmativamente le volvería a preguntar que si lo leyó en el griego original, y como es bastante seguro que tendría que contestarme que no, le enrostraría tan certera como estúpidamente que entonces todavía no había leído a Homero. Y así ad infinitum y ad náuseam.

Claro está que quienes no podemos leer a Dostoievski y a Tolstoi, y sobre todo a Puchkin, en su ruso original, sino sólo traducidos, pues eso, no los hemos leído. Y desde luego que si uno no padece alergia a las lenguas muertas, e incluye entre ellas al francés (que no ha progresado un solo milímetro desde Rabelais), pues eso, jamás podrá decir que ha leído a Flaubert y a Camus, ni tampoco a Rimbaud, Verlaine y Baudelaire. Y a pesar de todo lo que los apoye el Espíritu Santo (permítanme la aparente irreverencia, que no lo es), quienes no sean capaces de leer en arameo el Viejo Testamento, pues eso, se tienen que conformar con Lutero en alemán o con Nácar–Colunga o Casiodoro de Reina –revisado por Cipriano de Valera– en castellano, aunque en lo que se refiere al Cantar de los Cantares prefiero de lejos la versión de mi casi paisano don Benito Arias Montano, factóctum de la Biblia Políglota.

Así es la cosa, Mafalda, que diría Manolito. ¿Y bueno: qué?, me pregunté yo. Y me lo pregunté mientras estaba traduciendo a Heinrich Böll, el premio Nobel de Literatura de 1972, a quien en América Latina suele conocérselo como Boll. Me lo pregunté mientras, asediado por su prosa, intentaba transmitírsela al lector de sus traducciones, que eran mías, y me dije que jamás lograría contagiarle a ese lector el acelerón del pulso que me acosa cuando andaba poniendo en palabras del idioma de Cervantes unas experiencias personales de Böll que se ubican en la calle donde en esos momentos dormían mis primeros dos nietos: es más, los dos nacieron en la misma calle donde nació Böll, una calle que conozco cuadra por cuadra, casi cada piedra de su pavimento, que tanto he recorrido llevando a esos dos nietos de la mano.

Desengañémonos : Nunca leemos a los autores si no los leemos en su original, en eso Milan Kundera tenía razón. Pero ¿estaríamos entonces, a fuer de congruentes, dispuestos a renunciar a leer a Cervantes si no supiésemos castellano, y a Shakespeare sin saber inglés, y a Homero sin saber griego, y a Hölderlin sin saber alemán, y a Ibsen sin saber noruego?  Lo que todavía me queda por decir es algo sangriento : Por mi parte, sin ningún problema, estoy dispuesto a renunciar per in saecula saeculorum a leer a Kundera, y no porque no sepa checo, su idioma materno, en el cual, curiosamente, él mismo ya no escribe. ¡Caraaaaaamba! ¿En cuál idioma hay que leerle para que podamos decir, con la conciencia tranquila, que sí lo hemos leído?

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* Por un error mío de registro (y un bache en la memoria), este texto es una repetición con muy ligeras variantes del que subí a este mismo blog el 28.4.2015. Lo que me vale como consuelo es el poco número de lectores que debo de tener, pero al mismo tiempo eso hace que me pregunte si también ellos padecen de baches en la memoria o advirtieron el faux pas y se excedieron en la piedad al no llamarme la atención sobre el mismo. Vale.

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