Corazón de Pantaleón

Publicado el ricardobada

Antología de páginas : Luigi Pirandello

Algo que quiero seguir haciendo es una antología de páginas inolvidables como las que ya les ofrecí de Liv Ullmann, Jorge Amado, Marcos Ana, José López Rubio, Juan Ramón Jiménez y Gottfried Benn. Hoy, la que selecciono para ustedes es el testamento de Luigi Pirandello (* 28.6.1867), Premio Nobel de Literatura 1934, el sesquicentenario de cuyo nacimiento se cumplirá mañana.

Pero antes de llegar a esa página antológica deseo contarles algo acerca de la grandeza del teatro de Pirandello.

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Harto más que probable fue un buen día del año 1601, en el Teatro del Globo, de Londres, cuando subió por primera vez a las tablas una obra de William Shakespeare titulada Hamlet, príncipe de Dinamarca. Llegada la segunda escena de su tercer acto sucedió algo singular y que era de todo punto novedoso: un drama se empezó a representar dentro de otro. En ese preciso instante en que, siguiendo la acotación original de Shakespeare, se oye una música interpretada por oboes y empieza la pantomima que continuará con la interpretación de la obra, a cargo de los cómicos trashumantes, nacía ese intríngulis tan singular del teatro en el teatro.

El cómico que hace de Prólogo se adelanta y declama: “Os pedimos que, pacientes, / escuchéis nuestra tragedia, / sometiéndonos humildes / a vuestro fallo y clemencia”. ¿A quién le habla, de quién solicita paciencia y a quién se somete humilde?  ¿sólo a su público, a la corte del rey danés que está en escena?  ¿O es como en Las Meninas, un juego en que también participa el espectador del otro dramay que para esos cómicos debiera ser invisible, es más: inexistente?

Este es un momento histórico del teatro universal, aun cuando sus espectadores de hace ya 416 años, y de bastante más tarde, seguramente no lo supieron calibrar en su justo alcance.

Casi tres siglos después, otro clímax en la historia del drama. El 21 de diciembre de 1879, en Copenhague, en su Teatro Real, durante el estreno de Casa de muñecas, a los dos tercios del último acto, Nora Helmer mira su reloj y le dice a su esposo: “Aún no es muy tarde. Siéntate, Torvald. Vamos a hablar”. Se inauguró con esa frase el teatro contemporáneo. Era algo que ya estaba casi anunciado en la obra inmediatamente anterior del propio Ibsen, Los pilares de la sociedad, la cual concluía con este diálogo:

CÓNSUL BERNICK: Los pilares de la sociedad son ustedes, las mujeres.

LONA HESSEL: ¿Dónde has aprendido una ciencia tan sutil, cuñado?  No; los verdaderos pilares de la sociedad son la verdad y la libertad”.

Nora Helmer lleva a las últimas consecuencias ese diálogo. Se transforma en un pilar de la sociedad, y lo hace sobre la doble base de la verdad y la libertad. Confieso que me conmueve pensar en lo que vino luego, a partir de esa frase: ella fue la partida de nacimiento de la liberación femenina.

Con todo, también debo de confesar que como viejo amante de Talía, el momento histórico teatral que más me interesa y me apasiona es uno que tuvo lugar el 10 de mayo de 1921, en el teatro Valle, en la dizque Ciudad Eterna, Roma (siendo sabido que lo eterno se caracteriza por no tener principio ni fin, y que aunque de Roma no se ve el fin, sí se conoce su principio; tanto, que su cronología se computaba “ab urbe condita”, desde la fundación de la ciudad).

Aquel día de la primavera romana, ya entrada la noche, en el teatro Valle se desarrollaba una batalla campal entre los espectadores. Todo porque la compañía de Darío Niccodemi estaba estrenando un drama de Luigi Pirandello titulado Sei personaggi in cerca d’autore, donde el escenario fingía ser lo que era, ese mismo escenario del teatro Valle durante el ensayo de una obra. Y a poco de empezar ese ensayo ─cito literalmente a Pirandello─ “por el pasillo del patio de butacas ha llegado el traspunte del teatro, con la gorra en la mano. Se acerca al director para anunciarle a seis personajes, los cuales han entrado también y lo han seguido a cierta distancia, un poco turbados y perplejos, mirando a su alrededor”.

Ya no era que se representara una obra dentro de otra, igual que había sucedido en Hamletes que unos personajes sin obra querían encontrar a un autor que escribiese su drama familiar como drama representable. Semejante inversión copernicana del fenómeno teatral no podía pasar sin la protesta del público con hábitos adocenados. Y de ahí la batalla campal entre los pirandellianos y los antipirandellianos. Un crítico de esta segunda tendencia se vio obligado a volar, de manera totalmente involuntaria, desde su palco al patio de butacas. Para que digan que el oficio de crítico no encierra sus peligros.

El escándalo fue inenarrable, pero el camino estaba abierto. Los aficionados que no asistieron al estreno se apresuraron a comprar la obra al editarse poco después, y la leyeron. Y pasados  sólo cuatro meses, el 21 de septiembre, en el teatro Manzoni, de Milán, la compañía de Dario Niccodemi volvió a representar sin una sola protesta, enmedio de un silencio acongojado y sobrecogedor, Seis personajes en busca de autor. Y el teatro universal se enriqueció con una  obra maestra insuperada hasta la fecha. Alguien que sabía tanto de teatro como era George Bernard Shaw, la consideraba la más original y poderosa de todos los tiempos.

Debe de ser cierto, porque pese a que han transcurrido 96 años, cada vez que uno asiste a su puesta en escena vuelve a sentir el espeluzno del misterio cuando los seis personajes avanzan por la platea y van subiendo al escenario. Hay autores que, ellos sí, escriben para la eternidad.

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Adoro a Pirandello desde que lo descubrí, allá por 1955, y con el poco dinero de que disponía, una de las primeras grandes inversiones que hice en mi vida fue adquirir el tomo I de sus obras completas, que es el que reúne su teatro, al que vuelvo una y otra vez. Seis personajes en busca de un autor debe ser el drama que más veces he visto en mi vida, siempre en alemán, eso sí. Y en aquel tomo primero de sus oo.cc., en el prólogo, el editor citaba el testamento de Pirandello y aquel texto se me quedó grabado en la memoria, en la parte más inrayable de su disco duro.

Otrosí : Puesto una vez ante el dilema de si tuviera que elegir cuál libro me gustaría haber escrito, y como Pride and Prejudice sería respuesta imposible (pues ese libro sólo pudo haberlo escrito una mujer), mi respuesta fue: El difunto Matías Pascal, de Pirandello. Ella, y la de Jane Austen, forman parte de la media docena de novelas que más veces he releído en mi vida.

En cuanto a qué sucedió realmente con la última voluntad de Pirandello, lo cuenta un artículo muy sabroso de Annunziata Rossi, publicado en La Jornada, de México DF, 23.6.2013:  http://www.jornada.unam.mx/2013/06/23/sem-rossi.html

Y aquí, con mi profundo agradecimiento a Guillermo Angulo, quien me desasnó y alertó acerca de un par de trampas en el original italiano, les dejo el texto que alguien, que tuvo la suerte de ver el manuscrito, dejó dicho que estaba escrito «con grafía sutil y armoniosa, inclinada a la derecha»:

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Mi última voluntad a respetar :

I. Que mi muerte pase en silencio. A los amigos, a los enemigos, el ruego de que no hablen de mí en los diarios, que ni siquiera lo intenten. Ni esquelas, ni participaciones.

II. Muerto, no se me vista. Que me envuelvan, desnudo, en una sábana. Y nada de flores sobre el lecho, y ningún cirio encendido.

III. Carroza fúnebre de ínfima categoría, como la de los pobres. Sin adornos. Y que nadie me acompañe: ni parientes, ni amigos. La carroza, el caballo, el cochero y basta.

IV. Incinérenme. Y que mi cuerpo sea dispersado, apenas haya ardido, porque nada, ni siquiera las cenizas, quiero que de mí quede. Pero si esto no se puede hacer, que la urna funeraria sea llevada a Sicilia y emparedada entre toscas piedras de la campiña de Agrigento, donde nací.

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