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Pequeños lectores para una gran biblioteca

Por Carlos Almeyda

La nueva vida que ha venido cobrando en Colombia la publicación de libros para público infantil y juvenil –pues se editan con más frecuencia y bajo una cuidadosa y completa investigación editorial– tiene que ver precisamente con el paso que ha dado de parecer un subgénero de la literatura a ocupar el lugar que le corresponde junto al libro comercial, el de las grandes masas, el libro para público adulto.

El cambio tiene que ver, por ejemplo, con iniciativas como la que hace ya diez años liderara un grupo de intelectuales españoles al firmar un «Manifiesto contra la invisibilización de la literatura infantil y juvenil», por el cual se reivindicaba el lugar de estos ante los prejuicios que le mantenían en un lugar adyacente, falto de la seriedad y el rigor que al parecer tienen otra clase de temas: «El tratamiento que se les da crea una barrera artificial entre lo que se escribe para niños y jóvenes y lo que se escribe para adultos, cuando las dos formas de escritura son Literatura. (…) Sigue vivo el prejuicio de que la literatura infantil y juvenil requiere menos dedicación, esfuerzo, rigor y profundidad que la literatura para adultos. En un momento en el que la lectura convive con otras formas de comunicación, a menudo superficiales y rutinarias, cuando no embrutecedoras, consideramos fundamental que los analistas culturales y la sociedad en general cobren conciencia de su importancia y le presten la atención que merece». Ello, naturalmente, ha cambiado. Sobretodo por que, dada la inminente necesidad de incrementar los índices de lectura en el país, el lugar más idóneo para promover esta clase de iniciativas no podría ser otro que la escuela, lugar en el que antaño muchos jóvenes empezaran a distanciarse de la lectura al verla como un requerimiento escolar y no como una manera viable y entretenida de acceder al mundo en su proceso de reconocimiento y aprendizaje.

 

Como parte de esas dinámicas de fortalecimiento de la lectura y, en especial, del libro infantil y juvenil, vienen dándose en el país diversas iniciativas pedagógicas que incluyen, además, la aparición de colecciones y toda suerte de campañas de orden educativo, planes lectores (caso del Plan Lector que la editorial Random House Mondadori viene desarrollando bajo el cuidado de María del Sol Peralta) y festivales ahora dedicados exclusivamente a este sector del mercado editorial, como el Festival del Libro Infantil y Juvenil que este año llega a su tercera versión -del 23 de octubre al 1 de noviembre- bajo la batuta de la Cámara Colombiana del Libro. Así mismo, Mondadori presentó en la pasada Feria Internacional del Libro una completa colección infantil y juvenil –“primeros lectores”, “lectores en marcha”, “lectores en vuelo” y “grandes lectores”– y cuya primera entrega consta de trece títulos escritos e ilustrados por profesionales e investigadores del ramo. Estos libros, que hacen parte de otra colección mayor denominada La biblioteca, demuestran que, en palabras de su directora editorial, María Fernanda Paz Castillo, «si bien es cierto que la producción editorial de libros para niños y jóvenes viene de un largo periodo de inactividad o de poca actividad, lo que hoy vemos no puede sino esperanzarnos: nuestros autores e ilustradores ya maduros nos demuestran cómo han crecido, cómo el largo camino que han recorrido los ha influenciado y nos devuelven trabajos que nos dejan boquiabiertos; y los más jóvenes, aquellos que recién comienzan, nos permiten vislumbrar que llegarán lejos».

 

Bajo el cuidado de su directora de arte, la diseñadora Camila Cesarino, y el trabajo de autores e ilustradores como Olga Cuéllar (Saltarines), Diego Francisco Sánchez-Dipacho (Dos pajaritos), Claudia Rueda (Anaconda) Jairo Buitrago y Rafael Yockten (Jimmy, el más grande), Jairo Ojeda y Cynthia Rodríguez (A la una la laguna), Irene Vasco (La gran barca), Maité Dautant (Lo misterioso, lo sorpresivo, lo insólito y para de contar…), John Naranjo (Juegos visuales), Francisco Leal Quevedo y Juana Medina (Faltan 77 días), Jairo Aníbal Nino y José Rosero (Caballopando), Clarisa Ruiz, Nathalie Leger-Cresson y Pedro Ruíz (La voz del Jaguar), Francisco Montana y Daniel Rabanal (La muda) y Gonzalo España (Memorias de un caballo de la Independencia), la colección recoge toda clase de géneros, entre poesía, narrativa breve, cuento, novela, en una apuesta que bien ha de acercar al público infantil y juvenil al principal propósito de esta apuesta tan ambiciosa, permitir que el libro sea objeto de búsqueda e interacción, como uno de sus más entrañables títulos, Anaconda, el libro ilustrado de Claudia Rueda, la historia de Amarillo y Naranja, dos ratoncitos que atraviesan el río a través de un puente bastante peculiar, un libro-álbum que se abre como un acordeón y donde «lo menos peligroso es la anaconda».

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