Ecuaciones de opinión

Publicado el Ignacio Mantilla Prada

Universidades Públicas a un costado

Hay un dicho popular que dice, refiriéndose a las corridas de toros, que “desde que sale el toro, se sabe cómo va a ser la corrida”. Al citarlo, no significa que esté de acuerdo con las corridas de toros, pero la sabiduría popular es muy acertada con sus adagios, y acudo a ella para referirme a las primeras acciones que observo del presidente electo Iván Duque. En efecto, su salida al ruedo da señales inequívocas, que si las llevamos al plano del dicho popular antes mencionado, parecen indicarnos que presenciaremos una “corrida” en la que las universidades públicas tendrán que buscar los imprescindibles burladeros de las plazas de toros para esquivar y protegerse de las cornadas del nuevo bravo y fogoso gobierno. 

La conformación de comisiones de empalme para la transición entre los equipos salientes y entrantes de gobierno es una buena idea para que pueda construirse sobre lo construido, para tener un amplio panorama y recibir un informe real del estado de las cosas, que permita formular un plan de desarrollo ajustado a las condiciones ciertas de un sector, sin acudir al denominado “adanismo”, según el cual, los nuevos funcionarios tienden a creer que son los iluminados, que nada existió antes de ellos y que por lo tanto todo debe empezar de cero.

Pero esta buena iniciativa, en el caso de la educación superior, se ve empañada por la imperdonable omisión de un actor esencial en la comisión de empalme. No puede comprenderse cómo se excluye la representación de las universidades públicas con al menos un miembro y sí en cambio, se invita a múltiples rectores de universidades privadas a formar parte de ella. Y no quiero que se interprete erróneamente mi crítica: no se trata de crear una división o competencia entre universidades públicas y privadas, entre las que existe una buena y sólida cooperación, a pesar de los distanciamientos que se incentivan con decisiones, programas, beneficios y proyectos gubernamentales que privilegian iniciativas privadas y desatienden obligaciones públicas.

Pero es que “el diablo está en los detalles” (más sabiduría popular). La importancia que el presidente electo da a las instituciones está en relación directa con sus prioridades en la agenda. Mientras el presidente electo de México, Andrés Manuel López Obrador, apenas un par de días después de elegido, se reúne con el profesor Enrique Graue, rector de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), la más importante universidad pública de México, nuestro presidente electo, en cambio, ni siquiera incluye a un rector de una universidad pública en la comisión de empalme. Y ni qué decir del gabinete: en México se anuncia que 9 de los 16 secretarios (equivalentemente ministros) serán egresados de la UNAM. Contemos cuántos de los ministros colombianos, recién nombrados, se han formado en las universidades públicas. Pero esto no es nuevo, y tal vez ya la fuerza de la costumbre nos ayuda a pasar por alto estas cosas. Para no ir muy lejos, durante los 8 años de gobierno del presidente Santos, hubo 60 ministros (44 hombres y 16 mujeres) de los cuales la mitad eran egresados de únicamente dos universidades privadas de élite de Bogotá y 9 ministros más son egresados de otra universidad privada de Bogotá, así que la sorprendente participación del 65% en el gabinete fue de egresados de tres universidades privadas únicamente.

Pero, volviendo al tema de la conformación de la comisión de empalme, vale decir que el Sistema Universitario Estatal Colombiano (SUE), creado por la Ley 30 de 1992, tiene una legitimidad que bien hubiese podido representar a las 32 universidades públicas en una comisión tan importante. Y si se quiere ser más incluyente aún, existe el Consejo Nacional de Educación Superior, con representación de instituciones de educación superior públicas y privadas, que hubiese debido tener algún asiento en el empalme.

El alma mater de los colombianos, la Universidad Nacional de Colombia, puede ser un gran aliado del gobierno para muchos temas, como lo fue en el proceso de paz, por ejemplo; pero si en cambio se le trata como a una enemiga, o como a una carga, se desaprovecha esa gran riqueza que tiene y se desechan los aportes que puede hacer como conciencia crítica de la Nación. El presidente Duque debería verla como su gran consejera, su universidad, la universidad del estado, transparente y crítica, como debe ser y apoyarse en ella para legitimar y sacar adelante grandes proyectos.

El desplante inicial que ha tenido el gobierno no puede sino augurar difíciles relaciones futuras. Y es que este gesto es un mal indicio. Ojalá la nueva ministra, María Victoria Angulo, corrija el rumbo y tenga una mirada distinta hacia la educación superior pública; porque la actual ministra de educación, Yaneth Giha – quien pasó de trabajar en las ligas inferiores de Defensa a dirigir las ligas superiores de Educación, como una bala –  solo presidió una sesión del Consejo Superior mientras fui rector de la Universidad Nacional, y fue precisamente la sesión en que se debía designar un nuevo rector. 

Para el nuevo equipo del Ministerio de Educación es no solo un compromiso, sino una obligación, hacer un empalme equilibrado, porque este es un sector que discute, reflexiona, propone, critica y puede convertirse en un foco de luz para el gobierno, pues no hay mejor manera de disminuir la desigualdad que a través de la educación de calidad. Y la calidad está en las principales universidades públicas, como lo hemos venido demostrando. 

Un diagnóstico confiable y auténtico de la educación universitaria sólo puede tener validez, si se ha escuchado a todos, de lo contrario carece de credibilidad, pues solo refleja la percepción y el sesgo de una parte del grupo. Imaginen ustedes, realizar un censo de la población para conocer de cerca la realidad económica de las familias colombianas, pero restringiendo las encuestas a la población urbana de estratos 5 y 6 exclusivamente. 

 

 

 

Comentarios