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Política, clientelismo y corrupción

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Delgadas líneas separan los conceptos que se han convertido en epítetos contra todo el proceso del sistema político colombiano. Por lo general los medios, principales difusores de ideas, han manejado estos conceptos de manera escueta y siembran por donde cada opinión pasa un halo de incertidumbre profundo, una desconfianza demoledora. Sin duda tampoco es su culpa, las acciones de quienes actúan en el núcleo del sistema han dado todas las herramientas para que esas interpretaciones se habrán camino, han actuado con tal opacidad que cualquiera puede bifurcar cada actuación y cada paso de los poderosos hacia las actuaciones más reprochables y asquerosas, a veces justamente, a veces basados en mentiras cuidadosamente tejidas.

Sin duda, en el último decenio, pasamos momentos complicados, el sistema político colombiano pasó de la corrupción probada del legislativo y del ejecutivo desde el presidente hasta sus diferentes equipos de trabajo en años de Álvaro Uribe, al clientelismo en épocas de Santos; y de una víctima, como lo fue el sistema judicial, de la persecución del poder presidencial de Uribe, pasamos a una victimaria, partidaria de las prácticas más reprochables.

Todo poder está corrompido, conclusión completa. Ni el ejecutivo, ni el legislativo, ni el sistema judicial se libran de prácticas insanas de poder. Aunque como señalara Lord Acton “El poder tiende a corromper y el poder absoluto corrompe absolutamente”.

Sin embargo, es importante diferenciar entre política y corrupción o entre política y clientelismo, y dentro del clientelismo aquello que sobrepasa los límites de la moral y la ética y raya no solo con lo ilegal si no con lo ilegitimo o injusto.

El ejercicio del poder puede traer consigo innumerables oportunidades para marcar el beneficio personal y la defraudación de los recursos públicos con un interés concreto individual o de un colectivo particular, eso es corrupción. Así el uso de los recursos de Agro Ingreso Seguro, la distribución de notarias, embajadas, consulados o cargos directivos en el Estado, así como la delimitación de zonas de uso económico especial como las zonas francas de manera privilegiada fueron el sello más visible de lo que Uribe representa para el país, la más asquerosa manipulación del poder para beneficio personal para un objetivo que logro en parte: la seguridad, pero que costó mucho, como sabemos, a los recursos del Estado, pero también en vidas de colombianos y colombianas inocentes.

Por otro lado el clientelismo reduce los márgenes de la negociación, aunque el término incluye la posibilidad de sobrepasar los términos de la ley, origen de la corrupción, esta se refiere en primer lugar a la reciprocidad entre un poderoso y un cliente de este, hay un intercambio de fidelidad y lealtad que implica apoyo político. Sin duda es una práctica ligada a nuestro sistema político como un mecanismo de gobernabilidad, es decir control sobre los aliados, sus niveles de penetración y de toxicidad, si quiere llamarse de alguna forma, están dados por la ética y la moral que rija la relación y muy especialmente de los objetivos del poderoso. Así en el caso de Uribe el clientelismo, la red clientelar tejida por él, paso a la corrupción más pura, la desviación de recursos públicos.

Pero en otros casos ese clientelismo se liga más a la obtención de réditos políticos que son oportunidades de dar continuidad de un proyecto, son ventanas de oportunidad cedidas por un poderoso a una comunidad de aliados. Por ejemplo poner a un vicepresidente al frente del sector de infraestructura, ahí no se desvían recursos públicos no se apropian de ellos, pero el crédito político se lo llevará él por unas funciones cedidas por el presidente, pudo no hacerlo, pero lo hizo y así le brinda una posición privilegiada ante la comunidad, ante el país, le brinda la posibilidad de destacarse apuntalando su liderazgo a cambio de su apoyo en el proceso de paz. Ahí no hay apropiación de recursos públicos pero si hay distribución de poder y eso no es ilegal, puede resultar incómodo o molesto para la oposición y para otros proyectos políticos o figuras políticas que tendrán que disputar el liderazgo que hoy construye el vicepresidente desde un cargo que parecía insulso y hoy es central.

Sin duda el clientelismo es la puerta de entrada a la corrupción, pero no es la corrupción. El limité puede ser poco claro, pero no imposible de distinguir.

Por esa vía intenta engañarnos el magistrado Pretelt de que sus compañeros son corruptos como él, cuando hasta el momento el único señalado de recibir un pago o beneficio personal por una actuación oficial es él. Sin duda es mejor limitar la capacidad política que el sistema judicial actual tiene para reducir su capacidad de clientela y de entrada su capacidad de corrupción, suficiente poder tiene con la facultad de juzgar, como para que continúen con su poder de elegir, nominar y designar algunos cargos del Estado.

Todo esto, clientelismo en sus distintos niveles, y corrupción, no son política, esta requiere de un equilibrio complicado más no imposible, la clave son los principios y la ética, por que como señalé antes invocando a Lord Acton, que el poder tienda a corromper no significa que corrompa, el asunto es como moderamos el poder, como lo controlamos.

 

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