La negación de la historia, latente en las perspectivas relativistas de la sociedad, encierra una creencia abnegada en la afirmación de que la realidad es en sumo grado una construcción social. En el subconsciente de muchos individuos, el cobijo psicológico y emocional que brinda tal aproximación, se justifica a través del mantenimiento de formas de convivencia política y civil tradicional, que niegan la condición evolutiva y perfectible de la vida humana. Hoy, en la vida política de países como Colombia, en medio de la velocidad y el grado de penetración de la información corporativa en la ciudadanía, una nueva consciencia institucional se forma en silencio. Ella está representada por la incremental capacidad de la población, especialmente la joven, de concebir la política no como un debate de irreconciliables esquinas ideológicas, sino como un constructo dialógico y cultural perfectible, hecho por cada uno de los ciudadanos en el proceso de vivir en sociedad, de coordinar a niveles incrementales de sofisticación en cada uno de los episodios de su proyecto vital.
Con la ciencia, sin importar el territorio al que esta pertenezca, la ideología como propuesta programática partidista se convierte cada vez más en una vacua sugerencia. La –para algunos- indescifrable apatía que rodea la democracia representativa, entonces se convierte en una trompeta que anuncia un periodo de la historia humana, en el que la ciudadanía marginada de la toma de decisiones, era sugestionada para fracturarse electoralmente en partidos políticos.
Hoy, la democracia representativa no obstante vive en estado de crisis permanente. La incapacidad de proyectos sociales -muchos de renta alta-, para detener los efectos de los sistemas políticos sobre el medio ambiente, los históricos abusos en relaciones transnacionales con países de capital escaso, la incapacidad para abastecer en muchos proyectos a partir de sus propios recursos niveles mínimos de seguridad energética o la reproducción por siglos de sistemas económicos rentistas, son entre otros, indicadores de una realidad que demanda incrementalmente protagonismo de la población civil.
La idea de la democracia directa, deliberativa, participativa y de base electrónica, es hoy por primera vez en la historia una posibilidad materializable. Al respecto existen dos componentes cuya conjugación no se ha dado nunca antes en la humanidad. En primer lugar, las cargas culturales, competenciales y cognitivas de la ciudadanía, principalmente aquella ubicada en los grupos etarios entre los 16 a los 40 años, le hacen cada vez más miembro activo del desarrollo complejo de la vida civil. Hoy, un ciudadano joven con miras a iniciar su proceso de formación profesional, tiene mayores competencias para desarrollar su potencial como parte de un grupo social incluyente, organizado, respetuoso del otro, pacífico y culto; probabilísticamente hablando, es también más inteligente que la gran mayoría de los actores que se encuentran en espacios de poder político como el Congreso de la República o incluso la Presidencia. En segundo lugar, hoy la tecnología ha formado una coyuntura histórica que permite que millones de interacciones, desagregadas geográficamente o con intereses disimiles, tengan espacio a través de plataformas que hacen de la esfera pública una realidad virtual. Una intangible pero más real que aquella presentada por medios de comunicación, o defendida con ahínco por actores con influencia en espacios institucionales de poder político. Por primera vez, la gente no quiere más representantes; quiere y puede representarse a sí misma.
En el universo de posiciones encontradas que hallan espacio en los rincones ideológicos del debate público, adicionalmente, la ciencia como hálito de la modernidad, lentamente se hace parte del lenguaje universal de los individuos. El fin de las formas de democracia representativa, por ello, trae implícito un nuevo código conductual, la interiorización de construcciones emanadas a través de procesos contrastables a partir de ensayos, errores, y razonamientos verificables, construidos colectiva y dialógicamente.
Renny Rueda Castañeda
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