Coyuntura Política

Publicado el Renny Rueda Castañeda

Hacia otra democracia. Vida política, cientificismo y sistema. II/X

Con nuevas exploraciones civiles que más que formas de desarrollo económico han sobretodo significado cambios profundos en el mundo de la vida de sus individuos, los esfuerzos en crear sociedades elementalmente sostenibles, lentamente conducen a reformular el significado de la democracia y el rol del estado como mediador de la esfera privada y pública de los individuos. Si bien es cierto las posibilidades de llevar a positiva conclusión tal proyecto demanda la reformulación de la vida política en su conjunto, también es cierto que desde ya las grandes diferencias entre los países no están determinadas por sus industrias o su capital, sino por su capacidad de adaptar todos sus procesos vitales a las fluidas, coordinadas y racionales interacciones de sus ciudadanos como una totalidad sistémica.

Por ello un error común de los diagnósticos arrojados sobre el fenómeno Chino radica en limitar su desarrollo reciente al flujo de capitales, en contraste, la mayor lección que deja el partido de gobierno ha sido incrementar las capacidades competenciales y culturales de la ciudadanía. Así, al cierre del año 2013, desplazando por una notable ventaja en sus resultados a países como Japón, los Estados Unidos, Alemania o incluso Finlandia, por primera vez China se posiciona como líder indiscutible en educación en el  Informe del Programa Internacional para la Evaluación de Estudiantes (PISA).

El salto a concebir la vida política de las sociedades como un patrón sistémico perfectible, demanda de la ciudadanía la construcción de una cultura que evidencie la disonancia entre cientificismo y multiculturalidad. Hoy en día, las mayores asimetrías entre sistemas sociales no están determinadas por el estrato socio-económico, la raza, la convicción ideológica, o la adopción de formas instituciones occidentales, sino por las competencias y las conductas de los individuos que conforman a la sociedades. Por ello, aun cuando la visión latino céntrica de mundo ha pretendido permearse de una concepción de la vida acorde a construcciones culturales diversas, la realidad es que en gran medida la cultura permanece en un estancamiento que descansa sobre los intereses de actores con influencia de cuño tradicional. Así, todas las esferas de la vida, desde la política hasta el sistema productivo, pasando por la administración pública o el sistema educativo, gravita alrededor de concepciones de mundo que nada tienen que ver con la ciencia, pero que  se protegen como si fuesen un patrimonio colectivo en medio del choque de una juventud pensante y crítica contra masas de la población en zonas de confort.

No ha sido la idea de la democracia institucional la que ha posibilitado el progreso que hoy se vive en el continente, ha sido el incremento de las competencias y la construcción de formas culturales de convivencia civilizada la que ha permitido el desarrollo de las sociedades, aún a pesar de formas institucionales conflictivas. Por el contrario, la concepción de la democracia como el ejercicio del voto o  como procedimiento de selección de actores que fungen funciones de representación de voluntades, ha sido un limitante a las potencialidades de madurez política doméstica e internacional. El concepto de la democracia es una construcción que permanece vinculada a definidos recursos de base de cada sociedad, independientemente de las diferencias institucionales que le caractericen. Ante todo, la democracia corporiza un llamado a la dignidad humana de cada actor, que le hace parte de una estructura que sobrepasa sus intereses individuales, o sus competencias singulares. En la vida social, el concepto encarna la apropiación de una ética racional a partir de la cual la sociedad como conjunto es capaz de llegar a decisiones consensuadas en procesos de interacción, operacionalizando soluciones a problemas abordados racionalmente. En la práctica  doméstica, el uso del vocablo ha llevado a cabo procesos de evolución que la han descargado de su más profundo contenido. Con ello, no solo para un país como Colombia, sino también para muchas naciones del continente, la democracia se configura como un esquema de carácter procedimental, asociando su funcionalidad a limitadas esferas de la vida, creando híbridos como Colombia, los Estados Unidos, Venezuela o México.

El proyecto democrático encarna anhelos emancipatorios que la sociedad civil como conjunto ha redescubierto evolutivamente a lo largo de la historia. La apropiación del término para justificar el reforzamientos de formas institucionales descargadas de la riqueza semántica que de la palabra pueda desprenderse, es una impostura propia de una falsa modernidad que aún se encuentra turbada con la velocidad de acontecimientos suscitados en la segunda mitad del siglo 20. Por ello, las posibilidades de la sociedad actual de incorporar inexplorados caminos que permitan una coordinación verdadera de la vida civil, se multiplican de la mano con el progreso técnico y científico. Las sociedades de hoy son ante todo sistemas complejos, por ello, la renuncia a hacer que el concepto de la democracia evolucione desde su forma histórica a nuevas medidas institucionales, inválida la dimensión de su propia naturaleza. El apego de la gran mayoría de países del mundo, muchos de ellos de alta industrialización, a normas civiles mediadas fundamentalmente por el mercado,  ha despojado en muchos casos la posibilidad de que las formas políticas evolucionen de manera eficaz para solucionar problemas que se avizoran hoy como inabordables. Tal inoperancia se evidencia con mayor intensidad en las dificultades del sistema internacional de ofrecer soluciones reales a fenómenos como el cambio climático, la deforestación, o la asimétrica distribución de beneficios derivados de relaciones de comercio transnacional. Si existe un símbolo de la época que nos ha tocado por vivir, es precisamente el de la procastinacion, por ello, se puede especular que una de los mayores defectos de las vertientes ideológicas de base social moderna, descansa en su falta de coherencia para contradecir en una práctica sostenible sus anhelos democráticos teóricos.

 

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