Coyuntura Política

Publicado el Renny Rueda Castañeda

La democracia y la desigualdad en Colombia

Una de las manifestaciones más engañosas vinculadas a los procesos electorales radica en el hecho de sugerir a las poblaciones que la democracia consiste en asistir a las urnas cada cuatro o tres años.  En el caso colombiano el resultado de esa interpretación ha dejado no solamente un legado de marginación, sino además ha permitido el asentamiento sistemático de reducidos actores y sectores en los espacios de ejercicio real de gobierno. Finalmente, la inercia propia de los acontecimientos ha facilitado un lento fortalecimiento de condiciones de desigualdad política y económica en el territorio, y con ello la erosión progresiva del  verdadero significado de la palabra democracia.

La participación real de la población colombiana en la toma de decisiones es tan precaria cuantitativa como cualitativamente. Las últimas elecciones presidenciales registraron la más alta abstención electoral de la última década. Y las últimas elecciones legislativas presentaron una tasa del 70%, probablemente el nivel más alto del continente. Mientras tanto la desigualdad económica en Colombia aumenta. El último informe de desarrollo humano lo ubica como  el tercer país más desigual del mundo -solo superado por Belice y Botswana-, resquebrajando con ello a la población colombiana entre grupos claramente identificables; educados y no educados, citadinos y campesinos, ricos y pobres.

La desigualdad como fenómeno imposibilita el desarrollo social del país y refuerza la noción de un crecimiento económico pro-ricos, en donde no solamente se lleva a cabo una repartición arbitraria del poder económico, sino que a su vez refuerza una dinámica perversa de poder político en donde los cacicazgos pululan. Las consecuencias más lapidarias de esta realidad la viven principalmente las poblaciones de los departamentos más segregados de Colombia, anegados en décadas de corrupción, nepotismo y desinstitucionalización.

Los fenómenos de violencia y de concentración de poder militar y de intimidación a lo largo de las últimas décadas en el país, reafirman la noción a partir de la cual se concibe a una Colombia dividida en dos. En donde subsisten poderosos, propietarios de tierras fértiles, conocimiento y capital; y desposeídos, numerosas masas de ignorancia, pobreza y vulnerabilidad. En medio del panorama resalta la existencia de unos medios de comunicación que pretenden elevar a categoría de culto a modelos, cantantes y actores, desviando con sutileza la atención de la ciudadanía hacia el sofisma de la banalidad en un país que demanda una transformación cultural y social que le permita asumir responsabilidades y metas a largo plazo. La construcción de una sociedad en la que prime el mérito por encima del apellido.

La falta de oportunidades y la concentración de privilegios, no solo limita el surgimiento de escenarios de participación, sino que a su vez pervierte el criterio del ciudadano como elector. Con ello la capacidad del colombiano promedio para hacer un análisis informado respecto a programas, candidatos, propuestas e ideología, se ve limitada principalmente a la información audiovisual emitida especialmente en solo dos cadenas de televisión nacional. En síntesis da lo mismo votar por uno u otro candidato, incentivando una indiferencia ideológica que deriva en continuismo. En la costumbre de los gobernantes de ocultar la suciedad debajo del tapete. Como si no pasara nada.

El surgimiento de liderazgos individuales en Colombia es un llamado de atención frente a la existencia de problemáticas acuñadas en la vida política del país. El sospechoso nivel de aprobación de la administración Santos, con la anuencia de los medios de comunicación, contrasta con el inusitado respaldo que despertó la candidatura de Uribe en el año 2001 como consecuencia del fracaso de los diálogos del Caguán. Sin embargo hoy en día existen importantes banderas que exigen un cambio en el rumbo político de Colombia; desde la critica a prácticas clientelistas que delatan el oportunismo político, pasando por las leyes de tierra, la caótica concesión de títulos mineros en el país, las laxitud en las normas medioambientales, el sistema educativo o el papel de los medios de comunicacion, hasta el preocupante debilitamiento de los partidos y el fortalecimiento vertical de una unidad nacional que con argucias burocráticas pervierte el sentido mismo de la política.

Si en el territorio se quiere hablar de democracia, urge la existencia de dos pasos fundamentales, en primer lugar el equilibramiento substancial de los privilegios políticos y económicos que dote a los ciudadanos de herramientas de participación  real, y en segundo lugar el fortalecimiento de una oposición coherente, ajena al reparto burocrático, con figuras independientes ideológicamente, que con principios no negociables haga contrapeso a un proyecto de unidad que cada día más parece  aglutinado por el oportunismo,  los contratos y las amistades.

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Renny Rueda Castañeda

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