Cosmopolita

Publicado el Juan Gabriel Gomez Albarello

Wisconsin blues: ¿Por qué los pobres votan por los ricos?

Hace una semana el gobernador del estado de Wisconsin, Scott Walker, logró salir airoso de un intento de revocatoria de mandato. Es el primero que lo logra (en dos ocasiones previas, los gobernadores de Dakota del Norte, en 1921, y de California, en el 2003, tuvieron que dejar sus cargos luego de perder las elecciones frente un candidato alternativo).
Esto no es lo único singular en el caso de Walker. Como gobernador de Wisconsin, se propuso desmontar las garantías de negociación colectiva de los trabajadores y, palabras más, palabras menos, aplastar a los sindicatos. Si Walker representa el punto de vista de los ricos, ¿por qué votan por él los poHace una semana el gobernador del estado de Wisconsin, Scott Walker, logró salir airoso de un intento de revocatoria de mandato. Es el primero que lo logra (en dos ocasiones previas, los gobernadores de Dakota del Norte, en 1921, y de California, en el 2003, tuvieron que dejar sus cargos luego de perder las elecciones frente un candidato alternativo).

Hace una semana el gobernador del estado de Wisconsin, Scott Walker, logró salir airoso de un intento de revocatoria de mandato. Es el primero que lo logra (en dos ocasiones previas, los gobernadores de Dakota del Norte, en 1921, y de California, en el 2003, tuvieron que dejar sus cargos luego de perder las elecciones frente un candidato alternativo).

Esto no es lo único singular en el caso de Walker. Como gobernador de Wisconsin, se propuso desmontar las garantías de negociación colectiva de los trabajadores y, palabras más, palabras menos, aplastar a los sindicatos. Si Walker representa el punto de vista de los ricos, ¿por qué votan por él los pobres?

En el siglo XIX estaban en vigor diversas restricciones al ejercicio del derecho al voto (solamente los hombres letrados ricos podían votar). Los pobres eran sistemáticamente excluidos del proceso político institucional. Eso motivó a varios pensadores, incluido el liberal John Stuart Mill, a proponer una ampliación de la base electoral que le diera voz y voto a los trabajadores.

Sobre este asunto no había consenso. Las clases acomodadas temían que las nuevas mayorías terminarían expropiándoles su riqueza. Si la mayor parte de la población pobre, que ha sido siempre la mayor parte de la población, fuera a las urnas, votaría por candidatos que les prometieran una tajada más grande del pastel, un pernil o dos, aunque tuviesen que matar “la gallinita de los huevos de oro”.

El temor de las clases acomodadas nunca se concretó. Aunque hay evidencia de que a mayor participación, menor es la concentración del ingreso, lo cierto es que no hay ninguna sociedad en la que la participación democrática haya servido de instrumento para una revolución contra la desigualdad (por razones muy diferentes, liberales y conservadores pueden decir, «afortunadamente» – uso las palabras liberales y conservadores en sentido filosófico).

La frecuencia con la cual los pobres votan por los ricos no es igual en todo el mundo. En algunos lugares los pobres votan más por partidos de izquierda, por los socialdemócratas; en otros, como en los Estados Unidos, parecen votar más frecuentemente por los ricos. ¿Por qué?

En modelos unidimensionales de la política, en los cuales se escoge a un representante por distrito electoral (como sucede en la elección para gobernador o para presidente), un resultado así es difícil de explicar. Si la dimensión relevante es la económica y la gente se divide de izquierda a derecha, la mayor afluencia de votantes hará que el votante de la posición mediana esté ubicado más cerca de las plataformas redistributivas que de la defensa del statuo quo. Dicho de manera más simple, si hay más pobres en la friega, los candidatos tendrán que cultivar más la simpatía de los pobres que de los ricos.

Sin embargo, la cosa es completamente distinta en modelos multidimensionales. Un votante pobre puede identificarse con un candidato de izquierda en el eje igualdad-desigualdad, pero en la dimensión libertad-autoridad puede identificarse mucho más con un candidato de derecha. Mientras que en una lucha electoral en un solo eje el campo político se divide en dos, en una lucha electoral de dos ejes el campo se  divide en cuatro: igualitaristas-libertarios, igualitaristas-autoritarios, desigualitaristas-libertarios y desigualistaristas-autoritarios. Con cuatro grupos, la dinámica de coaliciones hace posible casi que cualquier resultado. En este escenario, un candidato que quiera ganar las elecciones puede terminar alejándose de las propuestas igualitaristas. Los votantes igualitaristas, a su vez, pueden terminar votando por él (o ella) en el caso en que no haya una mejor alternativa. Basado en este tipo de análisis, John Roemer llegó a la conclusión de que en el marco de la democracia representativa es improbable que los pobres terminen expropiando a los ricos.

El análisis del historiador y periodista Thomas Frank es mucho más escueto: los ricos han logrado que los pobres voten en contra de sus intereses desviando su atención de los asuntos verdaderamente relevantes en sus vidas. Frank llegó a esa conclusión luego de estudiar lo que sucedió en Kansas, un estado que en el siglo XIX fue el bastión del movimiento populista y que en las postrimerías del siglo XX y comienzos del XXI se ha convertido en uno de los baluartes del núcleo más conservador del partido republicano. Si un desempleado o alguien que gana el mínimo vota por un candidato que propone recortar el gasto social, pero que está en contra del aborto o del matrimonio de parejas homosexuales, la conclusión de Frank es porque lo han timado: la maquinaria política de la derecha ha logrado que deje de tomar en cuenta sus propios intereses y que responda ciegamente a consignas conservadoras.

En este tipo de argumentos hay un tufo elitista y paternalista. El intelectual de sillón desencantado dice, “Ahí están los pobres (de carne y de espíritu) que se han dejado timar.” (Él desde luego piensa que no se ha dejado engañar.) El intelectual de sillón con camiseta de activista afirma, “usted no sabe lo que le conviene, pero yo sí.” (Si pudiera escoger por los demás, entonces no habría resultados electorales tan malos.) Pocas veces los intelectuales de sillón se aplican a sí mismos las explicaciones que dan de los demás. Pocas veces le atribuyen a los demás la inteligencia que suponen de sí mismos.

Las cosas no son tan sencillas como para pensar que los pobres votan por los ricos simplemente porque los ricos han sabido engañarles. Hay un mensaje que los ricos comunican genuinamente a los pobres para que los pobres terminen votando por los ricos. Esta es la premisa del trabajo de George Lakoff acerca de las metáforas de la familia como claves de la diferencia entre demócratas y republicanos, así como del análisis de Jonathan Haidt acerca de las dimensiones de la moralidad y de sus consecuencias en la política.

George Lakoff y Mark Johnson han hecho un análisis juicioso acerca de la manera como pensamos con metáforas. Ellos afirman que las metáforas rigen nuestro pensamiento: no podemos pensar sin ellas. Las metáforas de la política en Estados Unidos, sostiene Lakoff, son las de la familia. Pensamos en la nación como una familia en la que hay una autoridad y en la que cada uno tiene deberes hacia los demás y hacia esa autoridad. El tema es que hay por lo menos dos clases de familias: la liberal y la conservadora. Simplificando las cosas, en la familia liberal hay tolerancia y cuidado mutuo; en la conservadora rigor y mucha (auto)exigencia. El error de los demócratas, sostiene Lakoff, es hablarle a los electores meramente en términos de políticas públicas y ganancias personales asociadas a esas políticas. La ventaja de los conservadores radica en transmitir su mensaje utilizando las metáforas apropiadas. No es que le digan a los pobres lo que los pobres quieren oír. Los conservadores creen genuinamente en su agenda conservadora y la saben comunicar.

Lakoff sostiene que los demócratas habrían podido revocarle el mandato al gobernador Walker si hubiesen sabido transmitir bien su mensaje. Lo que tenían que hacer era expresar sus planteamientos en las metáforas que los liberales entienden. En el caso de personas con creencias mixtas, parcialmente liberales, parcialmente conservadores, la receta de Lakoff es mostrar cómo las políticas que proponen sirven para realizar los valores centrales de la familia liberal. Junto con Elizabeth Wahling, Lakoff ha escrito El Pequeño Libro Azul: La Guía Esencial para Pensar y Hablar Demócrata (el azul es el color del partido demócrata) donde se explica cómo aplicar esta receta.

Haidt propone otro tipo de análisis. A su juicio, la vida moral se organiza en torno a seis ejes fundamentales: cuidado/daño; equidad/faltoneo; lealtad/traición; autoridad/subversión; y santidad/degradación. En su trabajo, Haidt y su equipo han encontrado que quienes se autodefinen como liberales (de acuerdo con el sentido que en los Estados Unidos le atribuyen a esta palabra) le dan mucha más importancia a la dimensión cuidado/daño que a cualquiera otra. Esto hace que quienes le atribuyen importancia a las demás dimensiones puedan caer presa de los discursos conservadores en las que esas dimensiones figuran de manera prominente. Por ejemplo, alguien que esté dispuesto a votar por un candidato progresista en materia social puede, sin embargo, terminar votando por un conservador que tenga una plataforma anti-inmigrante bastante dura (no es sólo el caso del Tea Party. Uno puede agregar a la lista a muchos más partidos como el Front National en Francia o el Amanecer Dorado en Grecia). En efecto, si un votante le da mucha importancia a la dimensión equidad/faltoneo, así como a la lealtad/traición, y percibe a los inmigrantes como unos aprovechados e ingratos, entonces seguramente terminará votando por un conservador, aunque bien quisiera votar por un candidato progresista que proponga un mínimo de educación, salud y seguridad social para su familia.

Los análisis de Lakoff y Haidt tienen un elemento en común. Ambos consideran que la política es la representación de la política. Dicho de otro modo: La cosa política no es independiente de cómo se la defina, de cómo se la interprete. Quien logre imponer su interpretación, define a su favor los términos en los cuales se resuelva el conflicto político.

Hay otra similitud no menos fundamental en los análisis de Lakoff y de Haidt. Ambos consideran que la identidad tiene precedencia sobre los intereses. Cada quien define cuáles son sus intereses y actúa en consecuencia a partir de los valores que constituyen su identidad. El tema es que esa identidad no es una esencia o una sustancia fija. Es el resultado de un proceso social en el cual cada quien continuamente reflexiona acerca de los valores que lo hacen ser quien es. En esa política de la identidad se sitúa la política de las metáforas y la política de la identidad. Quien haga política apelando solamente a los intereses se equivoca. Esta es la lección de Lakoff y Haidt.

Sin negar lo anterior, la tesis de Frank acerca del engaño no debería ser descartada del todo. Walker deliberadamente timó al público acerca de cuál era su real intención: aplastar a los sindicatos. La broma que le gastó Ian Murphy nos permitió conocer su verdadero propósito. Murphy se hizo pasar por David Koch, quien fue uno de los contribuyentes más generosos de la campaña de Walker. Walker, de forma abyecta, lo llamó “boss” (jefe, en inglés) y le dijo lo que ya sabemos.

Pero acabar los sindicatos no ha sido meramente la intención de Walker. Ha sido y es también el propósito de la derecha estadounidense que puso a disposición de Walker toda su maquinaria para que no le revocaran su mandato. En efecto, millones de dólares de fuera de Wisconsin llegaron a las arcas de Walker para ganarle el pulso a los demócratas. Walker recaudó 30.5 millones de dólares, mientras que el candidato demócrata apenas alcanzó a los 3.9 millones. 14 millonarios le hicieron contribuciones a Walker, pero solo uno de ellos era de Wisconsin.

Con una interpretación de la libertad de expresión como el derecho a gastar dinero de forma ilimitada en favor de cualquier candidato, la derecha estadounidense ha subvertido uno de los pilares fundamentales de la democracia: la igualdad. Joseph Stiglitz definió bien el asunto en una entrevista con Amy Goodman: “Nos hemos desplazado de la democracia, la cual se supone que se basa en el principio una persona-un voto a algo que se parece mucho más a un dólar-un voto. Cuando usted tiene una democracia como esa, las verdaderas necesidades del 99% no van a ser tomadas en cuenta.”

Con una tamaña desproporción como ésta, creo que haríamos mal en menospreciar el efecto de la propaganda. No me refiero meramente a la emisión de mensajes en la televisión, en la radio o en internet o a la cuantiosa inversión de recursos para movilizar a los votantes sobre la base de repetir hasta el cansancio un mensaje trillado demonizando la acción colectiva de los sindicatos e incluso toda cosa que sea o parezca pública (como el mismo transporte público).  Apunto a la idea conspirativa del gobierno invisible, a la fe de los que descreen de la democracia, de quienes piensan que sin manipular la opinión de los muchos, la sociedad se sumiría en el caos.

Las elecciones de la semana pasada en Wisconsin fueron un pulso entre el ideario conservador y la tímida plataforma liberal de Obama. Fueron también un test de prueba de las elecciones presidenciales en todos los estados de la Unión y otra contienda más por definir qué es la democracia. Presidente démocrata o republicano, me temo que las próximas elecciones serán otro ejemplo de los pobres votando por los ricos.

Nota bene: un prurito de perfección me compele a agregar esta aclaración. No es cierto que los pobres voten por los ricos. Los pobres votan (algunas y también muchas veces) por los agentes de los ricos. Los ricos usualmente están muy ocupados en aumentar su riqueza. Otros tienen que hacer el trabajo de formular y ejecutar las políticas que les benefician. El trabajo de los políticos consiste justamente en convencer a los electores de que esas son las políticas que la prudencia aconseja.

Antes de dedicarse a ser uno de los promotores de la Tercera Vía, Anthony Giddens planteó muy bien este punto (Social Theory and Modern Sociology, capítulo 7): lo característico de los estados capitalistas es que, para asegurar su dominación, los capitalistas no precisan de ser ellos mismos los que dominan. Para eso tienen a políticos como Walker.

Addendum: Los interesados en el estudio de estos temas haríamos bien en seguir una estrategia metodológica mixta. El problema con análisis como los de Frank es que corren el riesgo de quedarse en lo anecdótico. Uno puede quedar impresionado por un caso que revele cierta incongruencia (e incluso, intrasitividad en las preferencias) sin prestar mucho a los problemas de multidimensionalidad. De ahí puede saltar a la construcción de tipos empíricos (muy al estilo de Alfredo Molano) que ejemplifican un fenómeno que uno cree es más general.

Aquí es donde uno tiene que pasar sus hipótesis por la criba de un análisis cuantitativo. Larry Bartels ha hecho este ejercicio con la tesis de Frank y ha mostrado que las cosas en Kansas no son como Frank las pinta. Uno tiene que meterse en la minucia de las estadísticas electorales y de las encuestas de opinión para saber si los tipos empíricos con los cuales uno trabaja tienen más sustancia que la que resulta de los propios prejuicios y las también propias impresiones.

Sin embargo, en esos números no está toda la historia. Sin descifrar el significado que le atribuye cada elector (o potencial elector o abstencionista) a su decisión, no habremos comprendido nada. Para eso se requiere entrevistar a la gente, hacer historias de vida (incluso al estilo de Alfredo Molano), etc. Entonces, podremos estar en condiciones de decir con más propiedad por qué los pobres votan por los ricos.

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