Por: Daniel Montoya (@D_nielMontoya)
¿Por qué nadie hace nada contra el régimen venezolano? es la pregunta que muchos se hacen, aparte de Estados Unidos que ha impuesto sanciones contra oficiales del círculo cercano a Maduro, ninguno de los países vecinos ha manifestado su rechazo contra el gobierno chavista y por el contrario han manifestado su apoyo. Por ejemplo, durante el jueves 26 de marzo la Celac pronunció rechazo unánime a las medidas de Estados Unidos contra Venezuela y pidió que fueran removidas inmediatamente.
Las violaciones flagrantes a los derechos humanos por parte de oficiales venezolanos denunciadas por sus ciudadanos y organizaciones no gubernamentales, no han sido argumento suficiente para que los países líderes de la región se pronuncien en contra del régimen en Caracas. Parece incomprensible tal apatía ante la evidencia que grita injusticia, sin embargo, esta realidad responde al pragmatismo que ahora domina la política exterior de los países de América Latina, quienes enfrentan los retos de la desaceleración económica y la inestabilidad social.
La desaceleración económica mundial – y la consecuente caída en el precio de los commodities – tiene a los países latinoamericanos más preocupados en enfrentar el reto de balancear sus economías que en su política exterior. El ingreso de los gobiernos ha caído y el malestar social aumentado, los recursos son limitados y es momento de administrarlos con prudencia. Cuando la economía del país se complica, el pueblo demanda atención, como es el caso de Brasil que durante el domingo 15 de marzo vivió protestas masivas que reclamaron al gobierno por la situación económica y la corrupción.
Los temas que dominan la agenda de los gobiernos de la región son la implementación de políticas económicas que ayuden a aliviar el impacto del reajuste económico al mismo tiempo que tratan de salvar su popularidad de cara a próximas elecciones, y entrar en una confrontación con Miraflores les distraería de su objetivo principal. Por otro lado, durante la primera década de siglo XXI, Venezuela se convirtió en uno de los principales acreedores e importadores de productos de países en el Caribe, Centroamérica y el Cono Sur, pero los problemas de liquidez y escases de divisas han derivado en el impago de parte de sus deudas. A enero de 2015 se calcula que Venezuela tiene deudas vencidas con proveedores internacionales de US$12 billones, de los cuales el 40% es a exportadores brasileros.
Argentina, Bolivia, Ecuador y Nicaragua, también fueron beneficiados por la petrodiplomacia venezolana y aún tienen intercambio comercial importante o proyectos en marcha financiados desde Caracas, por lo que su silencio no debe sorprender. Por ejemplo, durante 2014, Argentina exportó US$1.9 billones hacia el país caribeño y solo importó U$8 millones, un superávit significativo para aliviar la caída de sus reservas internacionales.
Un caso especial y único es el de Colombia, su vecino históricamente más importante. Debido a las malas relaciones entre los dos países durante las presidencias de Álvaro Uribe (2002-2010) y Hugo Chávez (1999-2013), el comercio bilateral cayó virtualmente a cero, por lo que las motivaciones del actual gobierno colombiano para mantenerse al margen de los problemas de su vecino no pasan por lo económico sino por lo político.
Desde el año 2010 cuando Juan Manuel Santos asumió la presidencia de Colombia, las relaciones diplomáticas entre los dos países vecinos entraron en una etapa basada en la no-injerencia, elemento indispensable para el objetivo principal de Santos de buscar la desmovilización de las FARC.
Durante la presidencia de Chávez, Venezuela se había convertido en un gran apoyo para la guerrilla colombiana como proveedor de dinero y resguardo. El plan estratégico trazado por el presidente venezolano incluía apoyar a las FARC para debilitar al gobierno colombiano y ganar influencia en la región pero los problemas económicos y sociales que enfrenta actualmente Caracas le ha obligado a abandonar este objetivo y enfocarse en sus problemas internos.
En ese marco es que en el año 2012 el gobierno colombiano anunció el inicio formal de los diálogos en La Habana que buscan la desmovilización de las FARC, los cuales cuentan con el apoyo de Venezuela y Cuba. No es difícil inferir que este apoyo depende del silencio del gobierno de Santos ante la situación interna de su vecino.
Sobre la administración del poder siempre se podrá discutir y opinar cual es la manera correcta de hacerlo, sin embargo el pragmatismo no juzga entre el bien o el mal sino que se enfoca en el resultado, y mientras condenar el régimen en Venezuela no traiga un beneficio, los gobiernos de América Latina se mantendrán al margen.
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