Cosmopolita

Publicado el Juan Gabriel Gomez Albarello

Intelectuales que firman juntos, ¿sin muchas ideas?

En un escueto e insípido comunicado, un selecto grupo de intelectuales le dio su respaldo al proceso de negociación con las FARC iniciado por el Presidente Juan Manuel Santos. Si este comunicado hubiese sido firmado por políticos profesionales conocidos por carecer de tiempo para leer y mucho menos para escribir, entonces no habría sentido ninguna sorpresa. Sin embargo, al ver la firma de tanta gente que se la pasa opinando de tantas cosas y que escribe largo y tendido acerca de tantas otras más, mi extrañeza fue mayúscula.

Después de un rato, sin embargo, superé mi desconcierto. Recordé que la única forma de conseguir la firma de tanta gente tan dispareja es encontrar un mínimo común denominador. Si la declaración inicial era espesa, llena de contenido, en el camino había que ir aguándola hasta que todos los firmantes la encontraran pasable.

Las cosas, empero, pudieron haber ocurrido de otro modo. Quizá la declaración haya sido aguada y desaborida desde el principio. Al final, poco importa. Lo que tenemos es una declaración que dice poco.

Desde luego, tengo que admitir que el asunto es de perspectiva. Uno puede ver medio vacío un vaso medio lleno. Desde otro punto de vista, tanta cortedad uno la puede ver como una gran largueza.

En efecto, en este comunicado de los intelectuales hay una generosa liberalidad. De otro modo no se entiende que personas que le han dado tanto palo a este gobierno suscribieran un escrito donde dicen que a) apoyan lo que ha hecho el equipo del gobierno Santos en La Habana, b) les preocupa el belicismo del candidato Zuluaga y c) le piden a las FARC que sean más serias. Por cuenta de la coyuntura, todo esto podría ser resumido en tres palabras: “¡Vote por Santos!”

Pocas veces coincido con los planteamientos de Alberto Carrasquilla. No obstante, en relación con este tema, no puedo estar más de acuerdo con él. Este exministro de Uribe se sorprendió de que “los intelectuales nos recordaran que la paz es un derecho inalienable y no se pronunciaran sobre la legitimidad política del proceso específico que defienden.”

En los términos de la lógica, estos intelectuales saltaron de la premisa mayor a la conclusión. Al haberse tragado la premisa menor, uno ya no puede considerar tan intelectual su tesis político-electoral. Está a la vista que la conclusión que estos intelectuales defienden fue obtenida más por la vía de un acto de fe o de un salto al vacío que mediante un ejercicio de la razón.

Puede suceder, sin embargo, que haya una filosofía en la cual estos intelectuales encuentren un salvavidas filosófico-político. En su Tratado sobre la Naturaleza Humana, Hume sostiene que la razón es y debe ser la esclava de las pasiones. Entonces, díganlo de frente: “nuestro pathos, el de los intelectuales que firmamos este comunicado, es el miedo.” Tal habría sido la pasión que los motivó a firmar el comunicado de marras y, de modo sutil, tal también el recurso retórico con el cual quieren convencer a su audiencia. Esta es la causa probable de la parquedad de su escrito.

Es factible que los autores del comunicado en cuestión hayan preferido ahorrar palabras ante lo que estiman como un gran peligro. Está claro que se economizaron mencionar la corrección de la desigualdad y la subordinación del afán de lucro a la protección del medio ambiente natural, y muchas otras cosas más. ¿Acaso estas cosas no tienen que ver con la paz y también con la guerra?

El miedo que transpira el cuestionado comunicado es, se comprende, el miedo de la clase media educada, la misma que se ha graduado mayor de edad en cursos de ética de la responsabilidad. Es la clase media posgraduada que, según nos lo indican las encuestas, votará mayoritariamente por Juan Manuel Santos.

Habría sido un poco más decente que los intelectuales nos invitaran a votar por ese señor tomando nota de su hasta ahora infortunado legado, tapándonos la nariz, resolviéndonos a hacer caso omiso de nuestro asco. Pero no, lo suyo fue el apoyo sin condiciones, sin pedidos, sin reclamos, sin propuestas, sin ideas. En fin, sin política, como la “libertad” bastante apolítica con la cual dejaron a sus votantes la Alianza Verde y el Polo Democrático Alternativo, una libertad que me hizo pensar que no me equivoqué al votar en blanco en la primera vuelta.

Como estos intelectuales lacónicos, yo también voy a votar por Santos el 15 de junio. No sólo eso. Yo también invito a votar por ese oligarca porque creo que él puede firmar y hacer cumplir la paz con las FARC y con el ELN; porque creo que esa paz, como lo dijeran los intelectuales, “es condición indispensable para el desarrollo sostenible e incluyente de una sociedad democrática”; porque creo que este proyecto es mejor que el de la extrema derecha; y porque creo que la extrema derecha es más embaucadora, farsante y chantajista que esta oligarquía con ínfulas de élite modernizante.

A todas estas, ¿cómo no mencionar la fallida reforma a la educación superior, la fallida reforma a la justicia, la entreverada reforma a la salud, la inequitativa reforma tributaria, la desacertada respuesta al Paro Agrario, la locomotora minera en Santurbán, en Pisba, en La Colosa, el asfixiante centralismo que se encubre con «mermelada» o la zalamería con un patán como Germán Vargas Lleras?

Digamos, en aras de la discusión, que lo que hay que hacer en un comunicado es plantear propuestas y soluciones, en vez de refregarle al Presidente-candidato sus desaciertos. Pero, ¿dónde están, intelectuales colombianos, sus ideas?

A continuación quisiera compartir un texto escrito hace casi dos meses, un texto que se quedó encerrado en una gaveta – eso sí,tengo que aclarar, no la mía. Modestia aparte, me parece un escrito más sustancioso que el comunicado que he vilipendiado en estos párrafos.

1. Cada cuatro años los colombianos tenemos la oportunidad de participar en comicios electorales en los cuales escogemos la persona que nos ha de servir como Presidente de la República. Más allá de la escogencia entre uno u otro candidato o candidata, la sociedad colombiana tiene esta vez la oportunidad de realizar una elección histórica: puede elegir entre la paz y la guerra, entre la continuidad de las negociaciones con la insurgencia o la continuación indefinida del conflicto armado.

2. Hasta ahora las negociaciones con la insurgencia han sido una política de gobierno. Estamos convencidos de que esas negociaciones deben convertirse en una política de Estado. Independientemente de quién resulte victorioso en el próximo certamen electoral, invitamos a todos los candidatos a comprometerse con la continuación de las negociaciones de paz con la insurgencia.

3. No es suficiente, sin embargo, con escoger un candidato o candidata a favor de la paz. La sociedad colombiana tiene que hacer una profunda reflexión acerca del extraordinario esfuerzo que demanda todo proceso de reconciliación. El logro de la paz requiere de una gran disposición para transigir, esto es, para llegar a acuerdos y cumplirlos. No se puede estar a favor de la paz y en contra de que miembros de las FARC lleguen a tener una curul en el Congreso. Tampoco se puede estar a favor de la paz utilizando un rasero para las FARC y otro para las Fuerzas Armadas. La paz requiere de un juicioso balance de principios y de un cuidadoso equilibrio de intereses, no de un maximalismo punitivo.

4. La paz no es la terminación del conflicto sino el fin del uso de la violencia como instrumento político. Queremos el fin de la confrontación armada para que los conflictos se expresen y se resuelvan sin violencia. Queremos democracia y estado de derecho, no dinámicas de polarización y enemistad absoluta.

5. La paz impone una gran demanda de madurez política tanto de la izquierda como de la derecha. No podrá haber paz sin un mayor esfuerzo de inclusión y de tolerancia, de reconocimiento y de respeto. El día en el cual la derecha marche en defensa de los derechos de la izquierda y la izquierda haga lo propio con la derecha, y el día en que independientemente de la adscripción política haya una fuerte censura de la apropiación privada de los recursos públicos, la sociedad colombiana tendrá una cultura cívica con la cual podrá hacer que la democracia funcione. Esa cultura cívica tiene que construirse desde ya, concurrentemente con la construcción de la paz.

6. Colombia tiene la trigésima primera economía más grande del mundo, pero sus indicadores de desarrollo humano y de progreso social son sustancialmente inferiores a países con menor producto bruto interno per cápita. La obsesión por el crecimiento de nuestras élites debe sustituirse por un gran contrato social redistributivo que haga realidad el principio constitucional de igualdad de oportunidades. Ese contrato social debe fomentar la responsabilidad y el esfuerzo individual, y alejarse del populismo asistencialista. De ese modo creemos que el mercado podrá ponerse al servicio de los seres humanos en lugar de poner los seres humanos al servicio del mercado.

7. Incluso si ingenuamente continuamos creyendo ser el centro de la naturaleza, el cuidado por las generaciones futuras impone límites a la forma en la cual nos relacionamos con nuestro medio ambiente. El contrato social en Colombia debe subordinar también el afán de crecimiento a la protección de la naturaleza.

8. Para tramitarlo y suscribirlo, el contrato social en Colombia requiere de fuertes instituciones políticas. Nuestras instituciones, sin embargo, tienen hoy un serio déficit de representatividad. Si sumamos los votos en blanco, los votos no marcados y los votos nulos a la abstención electoral, advertiremos que solamente una cuarta parte de los ciudadanos está representado en el Congreso. Esta situación tiene que ser modificada mediante una gran reforma política, no mediante un salto al vacío aupado por quienes le restan toda legitimidad a nuestras instituciones. Hacemos un llamado a todos los líderes políticos a ejercer una gran responsabilidad en la formulación de sus juicios y de sus señalamientos.

Comentarios