Cosmopolita

Publicado el Juan Gabriel Gomez Albarello

Grafitis en la Universidad Nacional–sede Bogotá (I): la socialización en el odio, la frustración y la mediocridad

Los grafitis pintados en casi todos los lugares del campus de Bogotá de la Universidad Nacional son uno de sus aspectos más sobresalientes (otro elemento conspicuo es el alto número de ventas ambulantes y de ventas de minutos de celular). Algunos colegas consideran los grafitis parte del paisaje académico de una universidad pública que expresa las tensiones de la sociedad. Yo disiento. Me parece que la mayoría de esos grafitis son una expresión mediocre de odio y de frustración.


Ha habido momentos en los cuales los grafitis en las paredes de las universidades han sido el vehículo de un gran ingenio. Mayo del 68 en París fue el escenario de una extraordinaria producción de grafitis, uno que todavía no tiene paralelo. Al leerlos y releerlos uno siente el gusto por el pensamiento agudo, la palabra certera, la polisemia y el humor. Tan finos fueron muchos de ellos que el escritor Julio Cortázar les hizo homenaje recopilándolos en su libro Último Round (una selección de grafitis de Mayo del 68 no muy completa pero que sirve de iniciación es la de esta página de Andrés Moreira de la Universidad de Chile. Otras selecciones están disponibles en la red en francés y en inglés).

La mayoría de los grafitis de la Universidad Nacional carecen de vuelo. Son como la figura del Ché. Muchos han caído en la categoría de cliché: la consigna gastada, el gesto repetido que pretende ser intimidante, la pantomima de la indignación y la resistencia. Aquí van un par de ejemplos:

Si nos condenan a la ignorancia, los condenamos a la violencia

El que quiera un mundo que tire la primera piedra

Algunos con más paciencia y más pintura han podido escribir más de una frase, pero parece que en términos de pensamiento no van más allá de seis líneas.

Cita atribuida a Antonio Gramsci

Un rasgo típico de sociedades autoritarias es la extraordinaria vigencia que tienen los argumentos de autoridad. Un pensamiento no vale por sí mismo sino por cuenta de quien lo enunció. No importa que ese pensamiento encierre una verdad trivial. “Si lo dijo Gramsci, póngale la firma.”

Puede ser que la cita sea también una señal de status: “hemos leído a Gramsci”. El problema en todo esto es creer que ir a estudiar a una universidad es algo así como ir a leer a los clásicos, los clásicos de lo que sea: del marxismo, del neoliberalismo, del siglo de oro, qué se yo.

Uno podría ir a la universidad a cultivar su espíritu, su conciencia cívica, a la par que uno desarrolla destrezas profesionales que le servirán a la sociedad y a uno mismo.

Pero no, tal no es el caso. Aquí y en muchos otros lugares del planeta, a la universidad llega un buen número de gente a aprender a repetir consignas en las paredes o en las publicaciones. Grafiteros como los que citan a Gramsci expresan un problema más general, uno que cunde incluso entre los mismos académicos: la incapacidad para pensar por cuenta propia.

No exagero. Algunos profesores parecen meros exégetas del pensamiento de otros. Mucho de lo que es llamado filosofía parece más bien crítica literaria. Filosofar, pensar por cuenta propia es una actividad que no produce el mismo efecto que impresionar la mente de otros con la figura de Jacques Derrida o con el embeleco de la bío-política o la multitud. Mejor que los conceptos sean ambigüos y las hipótesis indeterminadas. De esa forma siempre se estará en lo cierto; siempre se podrá hacer pasar los meros prejuicios por verdades afiladas; siempre el séquito de acólitos aplaudirá. Quizá se me comprenda cuando digo que una de las mayores tribulaciones de una cultura académica autoritaria es tener que vérselas con profetas de la catástrofe, de la revolución, de la democracia radical, etc., eso sí, valga la aclaración, profetas de profecías prestadas y con sus huestes milenaristas, que se componen de tres gatos.

Si los hechos no se adecúan a la teoría, tanto peor para ellos.” Mas la obstinación de los hechos llega incluso a la academia. Lo más valioso que hay en algunos de los grafitis del campus es la pertinacia por expresar una verdad que nadie quiere oír o que nadie quiere asumir.

Denuncia de la violencia sexual contra la mujer en el conflicto armado 1

Denuncia de la violencia sexual contra la mujer en el conflicto armado 2

Denuncia de la violencia sexual contra la mujer en el conflicto armado 3

Ahí están los hechos, los que algunos académicos meta-empíricos o post-empíricos quieren escamotear con sus teorías sin método. Su repugnancia hacia la metodología proviene de resistirse a los encajonamientos y disecciones analíticas que pierden de vista la conexión con el todo. Pero en la ambigüedad del todo, todo resulta ambigüo y todo termina siendo aceptable.

Una universidad así es abono para la persistencia de las justificaciones de lo injustificable. El problema no es sólo el contenido; es también la falta de metodología. La teoría del cambio violento continúa siendo justificada porque sus adherentes carecen de un método para evaluar las consecuencias de sus acciones; para examinar la relación entre los fines que dicen perseguir y los medios que sirven a esos fines; y para reflexionar sobre los mismos fines. En esta falla de la Universidad creo que hay una parte de la respuesta a la pregunta, ¿por qué se justifica la violencia en el espacio público de la universidad pública?

Si hay algo indignante en el campus de la Universidad Nacional es la ubicua apelación a la violencia como medio legítimo para promover el cambio social y político. La formas de esa apelación son múltiples en texto y en imagen.

Estalla

No queremos la paz burguesa sino la paz revolucionaria

Biblioteca Camilo Torres

Entre todas las imágenes posibles de Camilo Torres, a quien se ha honrado llamando por su nombre a la biblioteca central, se ha escogido la más desafortunada de todas: la de Camilo Torres portando un fusil. Camilo Torres con campesinos o con trabajadores o con estudiantes, ninguna de estas imágenes sirve al propósito de darle crédito al sentimiento de que vale la pena ser un mártir. La extrema izquierda milenarista, supuestamente revolucionaria, es en sus formas mentales de lo más conservadora. Vive a expensas de íconos y perpetúa de este modo todo lo que ofende a una conciencia secular: la fe ciega y la intolerancia.

Una de las formas ciegas e intolerantes que tienen algunos estudiantes de expresar su odio y su frustración es tirar a las paredes bolas de pintura, como lo muestra la imagen de la biblioteca Camilo Torres. Estos estallidos de pintura y de rabia me recuerdan al doctor Antonio Mazzuolo, el católico que abomina la carne y ve pecado en la sensualidad, el censor que le tira bolas de alquitrán a la valla con la imagen de Anita Ekberg.

¿Que tienen en común los estudiantes que tiran bolas de pintura con el doctor Antonio Mazzuolo? Abominan la discusión en la que la verdad no esté establecida de antemano y ven pecado en el desacuerdo y el pluralismo. Estos estudiantes son censores tan religiosos como las religiones que dicen haber superado con su metafísico materialismo.

Entre estos monjes de la insurrección armada hay quienes han tratado de darle status de íconos del martirologio a los líderes de las FARC, a pesar de que varios de ellos no tuvieron nada de mártires porque murieron simplemente de viejos.

Reivindicación y contra-reivindicación de las FARC

Afortunadamente, como puede verse en la anterior imagen, además de la indignación y el rechazo a consignas pro-icónicas, con muy buen humor y con una mancha de pintura unos iconoclastas han sabido desbaratar todo el esfuerzo sacralizador de algunos monjes de la revolución.

Con un signo de interrogación otros iconoclastas han sabido poner en cuestión el significado de las acciones del abatido líder de las FARC Alfonso Cano y con un par de letras han sabido trocar en su contrario a la organización que lo reivindica.

Reivindicación y contra-reivindicación de Alfonso Cano y de la JUCO PC

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