Cosmopolita

Publicado el Juan Gabriel Gomez Albarello

Concordia, presupuesto del funcionamiento de la democracia

Reconstrucción del Templo de la Concordia en Roma - trabajo personal de Cassius Ahenobarbus, probablemente basado en el diseño de Jean Claude Golvin
Reconstrucción del Templo de la Concordia en Roma – trabajo personal de Cassius Ahenobarbus, probablemente basado en el diseño de Jean Claude Golvin

Entre nosotros, en las actuales condiciones, el estado natural de la política en los órganos representativos es la discordia. Cuando está en la agenda un debate acerca de la eventual relación de un político profesional con profesionales de la violencia, el ambiente no es precisamente el de unidad de mente para hacer que las cosas funcionen. Si la concordia fuese una condición cuyo cumplimiento resulta necesario para que la democracia sirva de medio para tomar decisiones, ¿es conveniente que debates de ese orden tengan lugar? Pero, si entendemos la democracia como el medio también para permitir la expresión de los conflictos y para resolverlos pacíficamente, ¿por qué demandar concordia? ¿No es acaso la discordia el motor que mueve a la democracia?

Un antiguo poema griego, Los trabajos y los días (11-24), nos propone que consideremos dos clases de disensión o de conflicto: uno es el que proviene del deseo de superar a los otros y que excita el deseo de trabajo; otro el que promueve guerras crueles. De estas dos clases de discordia, es claro que la segunda niega la democracia, la destruye. Las cosas se pueden plantear de otro modo: la democracia se funda en la negación de este tipo de discordia.

Ningún régimen puede sobrevivir a luchas intestinas. El asunto no solamente concierne al desangre de las partes involucradas sino también a la debilidad de la unidad política frente a otras unidades políticas. Si la disensión interna le quita la energía con la cual puede oponerse a la ambición de otros estados, entonces ese estado dividido no podrá cuidar de sus intereses. Por eso el poeta trágico pone en boca del coro una severa admonición contra la discordia. El coro impela a los ciudadanos para que abandonen el deseo de cobrar sangre con sangre, y les pide que no tengan más que una voluntad, un mismo amor y un mismo odio [contra el agresor extranjero] (Euménides, 976-987).

Cuando en el 367 (Antes de la Era Común) el conflicto entre patricios y plebeyos se zanjó con el acuerdo de limitar los privilegios de los primeros y de abrir la puerta del consulado para los segundos (Leyes Licinias-Sextias), los romanos celebraron la paz alcanzada erigiendo un templo en honor a la diosa Concordia. Siguiendo el ejemplo clásico, cuando los franceses pasaron la página del Terror y del revanchismo monarquista, renombraron la plaza donde antes estuvo la guillotina y le pusieron Plaza de la Concordia.

Algún día, ojalá, nosotros podremos hacer lo mismo. No es todavía la hora pues todavía no hemos alcanzado un acuerdo sobre lo fundamental. No me refiero solamente a las negociaciones con la insurgencia armada sino también a la difícil tarea de lidiar con una oposición de extrema derecha que no cree en la democracia y en el estado de derecho sino en el “estado de opinión”, cuyo líder ha dado todas las muestras de ser desleal con las instituciones que permiten la formación de entendimientos y acuerdos.

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