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Autodestrucción a la peruana

David Mayorga *

Judith Bustos era una peluquera de Lima con un sueño: ser cantante. Por eso entre corte y corte, cuando no había nadie en su local y barría el pelo del piso, cantaba. La escoba se convertía en un micrófono y toda su peluquería se transformaba en el mejor escenario del mundo.

Pero pasó algo: Judith se aburrió de que los cepillos, las tijeras y los tintes fueran su único público y decidió convertir su sueño en realidad.

Triplicó los turnos en la peluquería y ahorró cada sol que llegaba a sus manos. De las revistas de moda copiaba los mejores elementos para su traje triunfal y también se fijaba en los peinados. Sin duda, se quedó con los artistas de los años 80. Y en las noches, escribía y componía en la mente esa canción que la llevaría a la fama.

Y fue cuando la fortuna tocó a su puerta. Alguien se encariñó con ese sueño de escenarios y luces y apostó por ella. Reunieron un grupo de personas y se fueron a la selva peruana, a la ciudad de Pucallpa para grabar su primer video musical.

En ese momento, Judith murió y nació su otro yo: la Tigresa del Oriente.

Tigresa del Oriente. Crédito: Okey 91.9 FM
Tigresa del Oriente. Crédito: Okey 91.9 FM

El resultado fue espléndido:

Claro, su sueño generó incontables críticas. No sé por qué razón, pero sus coterráneos de inmediato comenzaron a arrojar bilis en cuanto foro tenían la oportunidad de acceder.

Con este tipo de comentarios (errores ortográficos incluidos):

musica de porqueria mal hecha y mal compuesta solo les gusta a loss indios y los longos chiquitos y negritos de? poncho y anaco”.

Todo el ruido aparte, el resultado me enamoró. Lo que la gente no podía ver era que ella decidió apostarlo todo por cumplir sus sueños. Rompió el inconformismo causado por sus limitaciones económicas y logró un objetivo.

Al ver los comentarios, no pude evitar recordar aquella hermosa frase del Nobel Elías Cannetti, la que aparece en su ensayo Masa y poder: las masas se forman porque los hombres temen lo desconocido, lo diferente, lo que va más allá de su comprensión. Y se unen, porque ese miedo desaparece cuando se cree pertenecer a un grupo más grande, cuando se cree estar protegido contra lo desconocido.

Lo interesante fue que tanto odio hizo que la Tigresa alcanzara el estrellato. En unos meses se convirtió en la reina de internet: su video en la plataforma You Tube alcanzó 11 millones de visitas en sólo un parpadeo.

Y, como era de esperarse, la fama trajo consigo problemas. La persona que le ayudó a subirlo a la red la chantajeo y lo sacó del aire. Pero el voz a voz hizo que los medios la encontraran y la popularizaran más allá de las fronteras peruanas

Y la Tigresa, aprovechando su recién ganada fama, siguió cosechando su carrera junto a otros que superaron el miedo y el odio para cumplir sus sueños.

Pero el destino es caprichoso.

La Tigresa también es humana y sucumbió a su propia fama. Se olvidó de sus raíces y, como si siguiera un mandato ya establecido, se acomodó a la lógica de la industria musical.

La hermosa cumbia selvática del Perú quedó atrás y ella se entregó al estilo que, aparentemente, da más réditos hoy en día: el reggaetón

Y, como pueden ver, el odio de la masa sigue intacto…

Cada vez que veo en lo que terminó esta bella historia, no puedo evitar recordar ciertas palabras que Rosa Montero consignó en La loca de la casa: “Y querer todo es lo mismo que no querer nada; es algo tan grande que no puede abarcarse”.

Qué lástima…

Bibliografía

Canetti, Elías. Masa y poder. Barcelona: Muchnik Editores, 1977.

Montero, Rosa. La loca de la casa. Bogotá: Punto de lectura, 2007.

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(*) Periodista de El Espectador.

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