Calicanto

Publicado el Hernando Llano Ángel

28 de abril de 2021: El pasado en presente

28 DE ABRIL DE 2021: EL PASADO EN PRESENTE

Hernando Llano Ángel

En la historia y la realidad política el pasado siempre está presente. Nunca termina de pasar. No se trata simplemente de una hoja de acontecimientos que leemos en el libro de la historia y concluye cuando lo cerramos. La historia y la realidad política no son una narración, a la manera de una novela, con un principio y un fin. En ellas la trama de los acontecimientos y la gesta de sus actores nunca muere, siempre está viva, reencarna en sucesivas generaciones y en sus conflictos perennes, con nuevos rostros y en nuevos escenarios.  El pasado nunca muere y mucho menos se olvida. Eso lo atestiguan las estatuas a los héroes, las conmemoraciones nacionales y los museos etnográficos con sus descomunales colecciones de saqueos coloniales. De allí que sea importante conservarlos, para resignificarlos.

Derribemos el colonialismo de nuestras mentes

Y resignificarlos empieza por reconocer que la mentalidad colonial de despojo de nuestras riquezas naturales y el genocidio de los pueblos originarios no ha terminado. Incluso son vistos con desdén y hasta celebrados por numerosos “ciudadanos de bien”, que protestan airados porque sus limpias y hermosas ciudades están siendo hoy invadidas por indios que se van a “tomar el poder” durante esta jornada de protesta nacional. Esa mentalidad colonial se expresa de manera soberbia y autoritaria por este gobierno con la estigmatización de la coca y su fumigación con glifosato, como si ella fuera una planta maldita, cuando en realidad es portentosa. Se profundiza y vuelve noticia cotidiana con el asesinato persistente de los líderes, lideresas y miembros de los pueblos indígenas y afros. Y esto sucede hoy con mayor conocimiento e indolencia que lo acontecido durante la conquista y la colonia. A tal punto que causa más escándalo e indignación entre los “ciudadanos de bien” el derribo de las estatuas de un conquistador depredador y depravado, como Sebastián de Belalcázar, que el reciente asesinato de la gobernadora indígena Sandra Liliana Peña Chocué. Sin duda, tiene que estar muy extraviada y perdida en los laberintos de la exclusión, el racismo y el clasismo una Nación que levanta, conserva y protege monumentos a los perpetradores de la ignominia. Y mucho más, si sus autoridades y medios de comunicación masiva convierten el derribo de un par de estatuas de ese criminal conquistador en una especie de delito de lesa nacionalidad, mientras relegan a un segundo plano el genocidio de la población rural que se está cometiendo en Departamentos como Nariño, el Cauca y otras regiones de la nación. Sin duda, el valor de estos dos actos simbólicos llevados a cabo por los Misak en Popayán en septiembre del año pasado y hoy en Cali con el propósito de realizar un juicio a Sebastián de Belácazar, fundador de ambas ciudades, para reivindicar “un compromiso que tenemos frente a la memoria colectiva de nuestra sangre, razón por la cual estamos convocados a reescribir la historia liberándonos de toda huella producto de la colonialidad del saber”, constituyen un hito para la refundación de la “diversidad étnica y cultural de la Nación Colombiana”, según lo consagrado en el artículo 7 de la Constitución. Más aún, en el marco de una protesta nacional contra una reforma tributaria de estirpe colonial, alcabalera y despojadora del trabajo de las mayorías y protectora de las ganancias expoliadoras del capital financiero que llegaron a 24.17 billones de pesos el año pasado. Por todo lo anterior, no basta con derribar las estatuas de Sebastián de Belalcázar, solo un símbolo de esa mentalidad colonial, agiotista y explotadora, presente hasta nuestros días. La de los señores que abusan del diminituvo para afirmar su jerarquía, tratando a los jóvenes y las jóvenes como «mijitos y mijitas», aconsejándoles que se «aguanten el gustico» hasta sus nupcias. Que todavía confunden la Hacienda Pública con su propio hato equino y ganadero y a la Patria con la fratría y la prosperidad de sus hijos, promoviendo desde ahora a su delfín con pretensiones de suceder a Duque en el trono.

Contra el neocolonialismo mental

Lo más importante es que derribemos el Belalcázar que llevamos en nuestras mentes y comportamientos, que nos impide solidarizarnos con los pueblos indígenas, las comunidades negras y todas las víctimas de la violencia política, sea de extrema izquierda, derecha o estatal, y la depredación de la naturaleza, refugiándonos en la comodidad de nuestras vidas  privadas y la seguridad de nuestras familias. Lo peor y aún más vergonzoso, es que todavía millones de colombianos y colombianas suscriban creencias, prejuicios, convicciones neocoloniales y eurocentrismos  como: “Bástenos con saber que ni por el origen español, ni por influencias africanas y americana, es la nuestra una raza privilegiada para el establecimiento de una cultura fundamental, ni la conquista de una civilización independiente y autóctona […]. Somos una especie de inmenso invernadero, un depósito de incalculables riquezas naturales, que no hemos podido disfrutar, porque la raza no está acondicionada para hacerlo”, escritas y pronunciadas por Laureano Gómez en su célebre conferencia “Interrogantes sobre el progreso de Colombia”, en el Teatro Municipal de Bogotá en 1929. Pero desde hace treinta años, con la proclamación de la Constitución de 1991, tales interrogantes racistas y clasistas han empezado a ser refutados por ese pueblo excluido y menospreciado. Por eso ahora el gobierno despliega un dispositivo de seguridad extremo, utilizando drones, helicópteros de la Policía Nacional y hasta aviones de la Fuerza Área para disuadir y controlar una protesta ciudadana contra una reforma tributaria colonialista y el rechazo masivo al exterminio de los liderazgos sociales y populares. Un escenario cada día más parecido al enfrentamiento entre un pueblo desesperado por el hambre y la pandemia, que desfoga violentamente su ira y frustración, contra un gobierno neocolonial que pretende imponer una reforma tributaria injusta y es incapaz de garantizar la vida e integridad territorial de comunidades indígenas y negras que rechazan la fumigación de sus plantíos y la expoliación centenaria de sus riquezas naturales y culturales.

2022, La hora de la verdad

Nos debatimos entre la vida y la muerte en una nueva era neocolonial con internet, vigilancia cibernética, inyección masIVA de impuestos en plena pandemia y en pocos días una lluvia de glifosato necropolítico sobre nuestros bosques tropicales, desconociendo los derechos humanos de la población rural, tratada como siervo de la gleba y no como la ciudadanía plena que es. Una ciudadanía interétnica, joven, masiva y plural que acaba de demostrar en los principales centros urbanos, como sucedido el 21 de noviembre de 2019, que ya no resiste más abuso y su paciencia se agotó por sus precarias condiciones de vida, desempleo masivo y hambre. Una manifestación premonitoria de lo que puede suceder en el 2022, si esa nueva ciudadanía no desprecia su poder decisorio en las urnas y cuenta con liderazgos y proyectos políticos que generen más confianza que miedo, y no se deje manipular, una vez más, por quienes han forjado sus carreras y éxitos políticos a partir del odio y el miedo; el sectarismo político; los prejuicios raciales, de clase y género; la codicia de los privilegios y una falsa postura de superioridad moral, posando de antipolíticos con banderas  como la lucha contra el terrorismo, la corrupción y la politiquería  que profundizaron con políticas y resultados tan nefastos como los «falsos positivos«, Agro Ingreso Seguro y Reficar. El 2022 será la hora de la verdad y de esa nueva ciudadanía, si asumimos nuestras responsabilidades en las urnas, las calles, las empresas y las universidades con sentido de lo público y dejamos de buscar caudillos salvadores, pues la democracia es un asunto de todos y todas no de la llamada «clase política», que la ha convertido en su hacienda ubérrima.

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