Cosmopolita

Publicado el Juan Gabriel Gomez Albarello

Fechas memorables de la guerra y de la paz

Ojalá el 23 de septiembre de 2015 se convierta en una fecha memorable. Ojalá el Gobierno y las FARC cumplan el compromiso de firmar el acuerdo final de paz antes de que pasen seis meses.

Nuestros mayores, por no hablar de nosotros mismos, han visto la mayoría de sus días inundados de noticias lúgubres y brutales. Una memoria fatigada por tanta violencia apenas si puede dar cuenta de tantos registros; cada uno solamente puede referir los que le son más prominentes. Ojalá entonces haya días en el porvenir en los que podamos traer a colación la memoria de este 23 de septiembre como la de una fecha auspiciosa; ojalá la luz de este día penetre incluso la de muchos de otros días de nuestros de nuestro pasado, bastante opacos.

Y, sin embargo, aspiro a que esta fecha no sea la que merezca nuestra mayor recordación. Quién sabe si actos mucho más cargados de sentido ya hayan dejado su huella y simplemente estén a la espera de cronistas e historiadores que sepan describirlos y comprenderlos. Mas, si así no fuera, que la fecha de hoy sirva entonces de presagio de otra en la cual haya de brillar la generosidad y la sabiduría, el cuidado de la vida. Mi esperanza en la humanidad pide que así sea. Hombres y mujeres que pertenecemos a una sociedad aturdida precisamos de ejemplos mejores que los que hemos tenido hasta ahora.

En páginas que vale la pena visitar con asiduidad, un autor propone una conciencia de la historia diferente de aquella a la que estamos acostumbrados. En vez de fijar nuestra atención en hechos en los que abundan la pompa y el estruendo, bien podríamos concentrarnos en momentos preñados de futuro, en alumbramientos radicales de una nueva forma de experimentar nuestra humana condición. Contra toda evidencia inmediata y, de forma expresa contra la voluntad de los gobiernos de fijar nuestra memoria en jornadas históricas “con el acopio de la previa propaganda y de la persistente publicidad”, un autor modesto nos propone una tarea que parece inmodesta: recordar el día en el cual Esquilo introdujo el segundo actor, así como aquel otro en el cual Snorri Sturluson decidió perpetuar en palabras “el elemental sabor de lo heroico” de los actos de un rey enemigo.

La invención de Esquilo hizo posible la obra de Shakespeare, la de Calderón de la Barca, la de Goethe y la de Ibsen, y también la de Ionesco, la de Pirandello y la de Becket. Gracias a esa invención pudo darse “el paso de la unidad a la pluralidad y así a lo infinito” – la entrada en la historia “del diálogo y de las indefinidas posiblidades de reacción de unos caracteres sobre otros.” Pero tanto o más que la novedad que introdujo Esquilo, hoy nos debe interesar la segunda novedad histórica ya referida: la de rememorar la excelencia de los contendores que se alzaron con la victoria.

Homero enseñó a la humanidad a escuchar la voz de los vencidos. Tucídides extendió la imparcialidad homérica e hizo de ella la condición sine qua non de la tarea del historiador. La imparcialidad sturlusónica es, sin embargo, mucho más radical: alegrarse, derrotado, de los méritos del oponente requiere traspasar las identificaciones corrientes con la patria o con el partido y postular, en lugar de ellas, una solidaridad más extendida con todo el género humano.

En estas fechas, ojalá auspiciosas, me pregunto, ¿encierran los días de nuestra guerra y de nuestra paz alguna novedad histórica de semejante calibre? Con fervor espero las noticias de una magnanimidad y una sapiencia a prueba de fuego. 

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