Cosmopolita

Publicado el Juan Gabriel Gomez Albarello

La guerra librada de forma justa por ambas partes

Este texto de Alberico Gentili corresponde al Capítulo VI, “Bellum iuste geri utrinque”, del libro De Iure Belli Libri Tres, Hanoviae: Guilielmus Antonius, 1598. Una edición moderna del libro original en latín fue llevada a cabo por Thomas Erskine Holland y publicada en 1877 por Clarendon Press, Oxford, la cual está disponible en archive.org

Esta versión al español la hice con base en la versión al inglés realizada por John C. Rolfe en 1933, la cual fue incluida en el volumen The Theory of International Relations: Selected Texts from Gentili to Treitschke, editado por M. G. Forsyth, H. M. A. Keens-Soper, and P. Savigear, libro publicado originalmente en 1970 por George Allen and Unwin, London, luego en el 2009 por Aldine Transaction, New Brunswick, NJ, pp. 25-29, el cual está disponible en Google books

¿Puede la guerra ser librada de forma justa por ambas partes? El docto Piccolimini plantea esta pregunta en alguna parte, pero no la contesta1. Entre nuestros juristas Fulgosious mantuvo la opinión afirmativa contra la de otros. Alciati ha seguido a Fulgosious en más de un lugar2. Yo también lo sigo, pero con la condición de que puede haber una duda razonable acerca de la justicia de la causa. Este mismo punto lo han planteado nuestros juristas y nuestros teólogos quienes declaran que hay justicia en realidad en uno de los dos lados, pero que en el otro y en ambos la puede haber mediante la ignorancia justificada3. Así pues, guiados por la voz de Dios, los Judíos le hicieron la guerra a los Cananeos, y los Cananeos también resistieron justamente a los Judíos por la ignorancia de la declaración divina, actuando en defensa propia. Y así mismo Pío II sabiamente le replicó a los enviados húngaros, quienes hablaron contra el Emperador, que el pensaba que el Rey de Hungría no se había apartado de lo que era honorable, no obstante él también sabía que el Emperador amaba la justicia, pues aunque los dos diferían con respecto a la soberanía4, ninguno de ellos pensaba que su causa era injusta.

Es de la naturaleza misma de las guerras que ambos lados afirmen que la causa que apoyan es justa5. En general, esto puede ser cierto en casi todas las clases de disputas, que ninguno de los dos contendientes es injusto. Aristóteles hace una excepción solamente cuando la investigación tiene como objeto “si el acto tuvo lugar”6. E incluso en el caso del propio acto, nuestros juristas no son de la corriente de admitir la ignorancia como defensa. Pero lo admiten en el caso de los actos del otro porque eso ocurre en condiciones diferentes. Hemos sido llevados a esta distinción por la debilidad de nuestra naturaleza humana, puesto que vemos vagamente y no nos percatamos de la más pura y verdadera forma de justicia, que no puede concebir que ambas partes en una disputa estén en lo correcto. Pues ¿por qué, dice Máximo de Tiro en conexión con este asunto7, aquellos cuyos propósitos son justos se han de trabar en un conflicto el uno con el otro? Y de hecho ocurre que el injusto luche contra otro injusto o que el injusto lo haga contra el justo.

Sin embargo, en la mayoría de las ocasiones no estamos familiarizados con esta verdad. Por lo tanto, procuramos la justicia tal y como se ve desde el punto de vista del hombre. De este modo evitamos la objeción de Baldo según la cual, cuando surge la guerra en las partes contendientes, es absolutamente inevitable que un lado o el otro esté equivocado8. Del mismo modo decimos que si es evidente que una parte está luchando sin una razón adecuada, esa parte seguramente lleva a cabo bandolerismo en lugar de librar una guerra. Todos están de acuerdo sobre este punto y justamente. Y es muy cierto que la causa de la parte que tiene la razón reciba una justificación adicional por ese hecho. “La injusticia de un adversario hace la guerra justa”, escribe Agustín, y refiriéndose a los Romanos dice: “La injusticia de los otros les proveyó de adversarios con los cuales pudieron librar guerras justas.”9

Si es dudoso de qué lado está la justicia, y si cada uno procura la justicia, ninguno puede ser llamado injusto. Así el mismo Baldo sostiene que la guerra entre los reyes es justa cuandoquiera que el objetivo de ambos lados sea retener la majestad y la justicia10. Aquellos que se enfrentan de manera justa en el litigio en el Foro, esto es, con un fundamento plausible, ya sea como acusados o como acusadores, y pierden el caso y el veredicto, no son juzgados culpables de injusticia11. Y esto que ambas partes han tomado el juramento acerca de las acusaciones falsas. ¿Por qué la decisión debería ser diferente en el caso de este tipo de disputa y en el de una lucha con armas?

En particular, Bartolo, Baldo y algunos otros aplican argumentos derivados de aquellas luchas incruentas en el Foro al conflicto con armas y al duelo12. Por ejemplo, hay un punto que es obscuro y no está claro si se trata de una cosa que pertenece a Tito o a Sempronio; puesto que cada uno la reclama, cada uno trata de tomarla del otro. ¿Encontraría usted a alguno de ellos culpable de injusticia?

Baldo dice, y es perfectamente evidente, que nadie debe renunciar a sus derechos sin luchar por ellos, que todo esfuerzo posible debe ser hecho para mantenerlos13. Cicerón dice apropiadamente de las dos facciones de Julio César y de Pompeyo: “Había un elemento de incertidumbre y era una lucha entre líderes de distinción. Muchos tenían dudas con respecto a quién era el mejor, muchos se preguntaron cuál le sería más ventajoso, muchos que sería lo correcto, algunos incluso que sería lo legal.”14 Y cuando la lucha es entre la conveniencia y el honor, no hay el más mínimo grado de incertidumbre acerca de cuál debemos seguir. Podríamos añadir a lo anterior las palabras de Severo a Albino: “Combatimos a Níger más por una enemistad necesaria que por una causa razonable, pues no era nuestro enemigo porque intentara apoderarse solapadamente de un poder que fuera nuestro previamente, sino que, al estar el imperio abandonado y en litigio, cada uno de nosotros apuntó al mismo objetivo con idéntica ambición.”15

Añado aquí los casos en ellos cuales uno le presta ayuda a los aliados, amigos, parientes, vecinos y otros con los cuales uno tiene obligación de asistirlos y cuando al hacerlo uno despierta contra sí mismo las armas del adversario a quien esa persona está atacando. Livio dice de la gente de Caere que ellos apoyaron la causa de los hombres de Tarquino contra los romanos por la compasión hacia sus parientes, y tal como el historiador hace que sus propios enviados lo digan, no por cuenta de un plan sino por la compulsión de la necesidad16.

Esto, además, da surgimiento a un tercer aspecto de la pregunta, cuando la guerra es justa de un lado, pero el otro es todavía más justo. Tal caso es desde luego posible, en la medida en que un hombre no deje de estar en lo correcto porque su oponente tiene una causa más justa. Las virtudes admiten de grados mayores o menores, y el punto medio de una virtud tiene alcance y amplitud y no está limitada a un punto17.

Añadiré otros ejemplos y otras causas para declarar la guerra de tiempo en tiempo, y tomaré nota de ellas. De todas nuestras leyes, sin embargo,hay una que me parece la más clara que asigna derechos de guerra a ambos contendientes, que hace que lo tomado devenga la propiedad de sus captores y así considera a los prisioneros de ambas partes como esclavos. En tanto otros se empeñan en evadir esta ley, en oposición a Fulgosius, indudablemente se permiten una locura placentera18, tal y como lo demostró Alciati, quien insiste en la igualdad entre los enemigos, de lo que ya hemos hecho antes un comentario antes19.

Pero aunque algunas veces ocurre (no ocurre muy a menudo, como lo sabrán inmediatamente) que la injusticia es claramente evidente en uno de los dos lados, sin embargo esto no debe afectar el principio general y prevenir la aplicación de las leyes de la guerra a ambas partes. Pues las leyes no están basadas en ejemplos raros y adaptadas a ellos20, esto es, a eventos que son raros dentro de su propia clase y que tienen lugar sólo ocasionalmente, de modo contrario a la naturaleza general del caso. Esta es la doctrina de muchos de nuestros hombres doctos, quienes sostienen que la regla general (como yo lo digo) no se afecta21. “Ninguna ley se adapta completamente a cada uno”, dijo Marcos Cato22. Por lo tanto, no se le debe hacer ningún cambio en esta ley del enemigo y de la guerra pues es imparcial respecto de ambas partes del mismo modo en el cual en las disputas en el Foro la ley es imparcial hacia cada uno de los litigantes, hasta que la sentencia se pronuncie en favor de uno o del otro. Y entonces la parte derrotada, que disputó de forma injusta, sufrirá un castigo severo en las manos del vencedor por cuenta de su injusticia.

Pero si es el hombre injusto quien obtiene la victoria, no hay remedio ni en la contienda armada ni en la lucha llevada a cabo con los atuendos de la paz. Sin embargo, no es la ley la que debe cuestionarse sino la ejecución de la ley. Como lo dijo Paulo, “No hay que culpar a la ley sino a su aplicación.”23

Tal vez usted se consuele diciendo con los teólogos y los filósofos que no hay pecado sin retribución puesto que cada acto malvado es su propio castigo.24 Como lo expone Séneca, “La primera y más grande pena para los pecadores es haber pecado.” El miedo también es un castigo, como lo señala el mismo filósofo cuando dice, “La Fortuna exonera a muchos del castigo, pero a ninguno del miedo.” Además, tendrá una mala reputación a los ojos de los otros y remordimiento en su propio corazón, como los filósofos lo han dejado en claro. También está el Infierno del cual cual los filósofos nos han hablado por inducción y los teólogos por el conocimiento.

1Piccolomini, Universa philosophia de moribus, VI, xxi.

2Alciati, Paradoxa, II, xxi, Digesto, I, i, 5.

3Covarrubias, in c, peccatum § 10; Soto, De iustitia e iure, V, qu. I, art, 7; Victoria, Relectiones [V, xx].

4Pío II, Commentaries III.

5Alciati, Consilia, VIII, xciii.

6Aristóteles, Retórica, III [xv, 2].

7Máximo de Tiro, Sermones, xiv.

8Baldo, Digesto, I, i, 5.

9Agustín, La Ciudad de Dios, IV [xv]; XIX [vii].

10Baldo, Consilia, II, ccclviii.

11Decio, Digesto, L, xvii, 42; Baldo, Consilia, V, ccxcix.

12Alciati, Digesto, I, i; Consilia, V, lxiii.

13Baldus, Consilia, I, cccxxvi.

14Cicerón, Pro Marcello [x, 30]

15Herodiano, [Historia del Imperio Romano después de Marco Aurelio] III [VI, iv].

16Livio, VII [xix, 6, xx, 2 ss.].

17Piccolomini, Universa philosophia de moribus, IX, liii.

18[Horacio, Odas, III, iv, 6.]

19Alciati, Digesto, I, i, 5 y L, xxxi, 23.

20Digesto, I, iii, 3-6.

21Azo, Sumina; Digesto, L, xvii, 64; Wesenbeck, On Iustit., I, xix; Doneau, Com, I, xv; Alciati, Paradoxa, V, vii.

22Livio, xxxiv [iii, 5]

23Digesto, XXV, ii, 30.

24Piccolomini, Universa philosophia de moribus, IX, liii.

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