Cosmopolita

Publicado el Juan Gabriel Gomez Albarello

Cuando escucho la palabra cultura…

Hans Johst, un escritor nazi, acuñó la expresión «Cuando escucho la palabra cultura… le quito el seguro a mi [pistola] Browning.» La frase da cuenta del sentido vitalista y anti-intelectual de la extrema derecha. Las cosas cambian y, con ellas, lo que evocan las palabras. Hoy por hoy tiene mucho sentido la paráfrasis que hizo Groucho Marx del dicho de Johst: «Cuando escucho la palabra cultura… saco mi billetera.»

La cultura tuvo por mucho tiempo el sentido de cultivo de uno mismo. En el molde de los griegos, uno puede encontrar en la cultura el ideal de la mesura, la generosidad, la filantropía, la armonía de las formas en la construcción de los templos, los textos y las relaciones humanas. Por esta razón, la cultura se asociaba con lo elevado en la raza humana.

Lo elevado, sin embargo, perdió su valor, tanto que quedó asociado a otra cosa: a lo esnob. Esto es, a la actitud de creerse uno mejor que otros porque cree saber y tener maneras. Los y las esnobs le sonríen a los ricos y a los poderosos, y le tuercen la boca a todos los demás.

Así las cosas, no ha de extrañarnos que la palabra cultura ya no signifique lo mismo que significó antes, por ejemplo, en la época del Renacimiento. Seamos francos. Hoy cultura es entretenimiento. Cultura es todo aquello que divierte nuestra atención: es lo que nos saca de la rutina, lo que nos pone por encima de la prosa del mundo, lo que nos llena de anhelos y de consuelo, lo que se compra en las librerías, lo que uno ve o escucha después de comprar un boleto para una función o para un museo.

En un acto de honestidad, la revista Semana le cambió de nombre a la sección que era llamada Cultura. Le puso el nombre que era. Hagan la prueba. Utilicen la herramienta wayback machine y vayan, por ejemplo, a la edición del 9 de julio del 2012. Van a encontrar la sección Entretenimiento. Mas en un acto arrepentimiento, Semana ha vuelto a usar la denominación original.

El cambio data de hace varios meses. Me da un poco de curiosidad saber cómo fue el proceso de renombre, desnombre y renombre de esa sección. Quizá saberlo nos daría algunas indicaciones acerca de la forma en la cual los promotores del entretenimiento piensan acerca de su actividad, en particular, de la relación que hay entre lo que se compra y lo que se vende, y la cultura propiamente dicha.

Puedo asegurar que esta gente tiene una idea de cultura en el sentido normativo al que he apelado en esta entrada. Uno puede encontrar reminiscencias y resplandores de esa idea en la dignidad con la cual se publican ciertas notas. Por ejemplo, el «Manifiesto de artistas contra el espionaje«. Si la cultura hoy es tan aguada y tan de medias tintas, tan light, tan poco comprometida es, entre otras cosas, porque el pluralismo nos llegó a todos cargado de nihilismo. Los versos de Enrique Santos Discépolo dan en el clavo: «todo es igual, nada es mejor». Hemos de admitir que el relativismo cultural ha contribuido a desvanecer el sentido normativo de lo culto.

Empero, el fenómeno no es sólo cultural. Si Nietzsche hubiese estudiado un poco de economía, tal vez se habría dado cuenta de la intrínseca relación que hay entre el nihilismo y el capitalismo. En nuestro sistema económico, en el cual todo se puede intercambiar por todo, la cultura también es una mercancía. Por esta razón, no se extrañen de lo que van a ver. El Señor Rayón recibió en el Festival de Libros de Arcadia el mismo trato que en un centro comercial, el Andino.

A estos dos lugares el Señor Rayón fue a poner el tema de la escasa financiación de las universidades públicas. «La U Pública está que brada ¿con qué la cura remos?» fue el eje de la intervención en el Centro Andino. MariaCarolangas hizo sobre lo ocurrido el siguiente comentario, «Excelente sacar la discusión sobre esta realidad de la U. Publica de nuestro microescenario de la UN, y llevarla a la sociedad, y qué mejor que al Andino. Ahí se ve la insolidaridad de nuestra sociedad con la Universidad Publica. El único que intercedió a favor de Rayón fue un argentino.»

En el Festival de Arcadia, al Señor Rayón no le fue mejor. Entró con un cartel que decía, «No hay presupuesto que dure 100 años ni U. Pública que lo resista.» La reacción de la Policía presente en el Festival fue inmediata. Pero no sólo de la Policía. «Mira, es que hay menores de edad, hay niños, hay familias. Entonces, no asusten a los niños, por favor… Un niño se asustó.» Eso es lo que le dice una persona, al parecer, perteneciente a la organización del Festival.

Mirá vos, plantear el tema de la desfinanciación de la educación pública asusta a los niños. Eso se comprende, sobre todo, si uno es un niño sin plata para pagar una matrícula en una universidad privada de buena calidad. Y también, sí, tiene que asustar a los niños que van al Parque de la 93 al Festival de libros de Arcadia.

El Señor Rayón realizó varias intervenciones en el campus de la sede Bogotá de la Universidad Nacional con el fin de poner en cuestión el tema de la apropiación privada-política del espacio público (perdonénme, por favor, el oxímoron – aunque sólo sea porque la educación en Colombia tiene mucho de oximorónica). Las acciones del Señor Rayón suscitaron muchas respuestas, a favor y en contra. Lo que le ha ocurrido por fuera del campus universitario es una ocasión para reflexionar acerca del estado de la cultura en Colombia, de lo que significa. Aquí sólo voy a dar unas puntadas.

Aunque sólo fuera por aumentar el número de consumidores de productos culturales, este país haría bien en invertir más en la educación pública. Arcadia, El Malpensante y todas las demás revistas culturales del mismo corte saldrían beneficiadas. Con gente más educada, habría más demanda de productos culturales de toda clase y de toda calidad. Pero no creo que el vínculo entre mayor financiamiento de la educación en Colombia y cultura, por lo menos en el sentido de entretenimiento, esté muy claro. Si lo estuviera, uno escucharía más voces en esas revistas acerca del estado de la educación en Colombia. Quizá el asunto es que esas son revistas para gente que ya está educada. Entonces, ¿para qué hacernos bronca por su silencio o por su silenciamiento del Señor Rayón y de los temas que aborda el Señor Rayón?

Volvamos al principio. Cultura, no sólo en Colombia, sino en cualquier país capitalista, es una mercancía más: algo que se compra y que se vende. Es como la moda. «¿Ya leíste los cuentos de Alice Munro? ¿Ya leíste lo que escribió Fulana o Zutano sobre los cuentos de Alice Munro?»

Con la cultura, la cultura de verdad, también pasa lo mismo que con la moda, sólo que de un modo más sutil. Que lo diga Elio Bernhayer: «Yo a una mujer le pongo un traje. La elegancia la tiene que poner ella.»

Esta cita ayuda a realzar el sentido de otra, una que hace James Robinson de Darío Echandía, a propósito de la política y la sociedad en Colombia: «La nuestra es una democracia de orangutanes con sacoleva.» Así que saca tu pistola y tu billetera.

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