Cosmopolita

Publicado el Juan Gabriel Gomez Albarello

El Agua, el Oro y el Mercado

Las instituciones financieras internacionales han fallado miserablemente para contener los efectos de la actual crisis económica. Hoy esa crisis también es ambiental.

Con buenas instituciones en pie, crisis económicas como la presente podrían haber sido evitadas. El mero hecho de que estemos en medio de tremendo desorden puede ser tomado como prueba de que las instituciones económicas no fueron bien diseñadas.

Un observador casual en Europa podría replicar que mi queja está fuera de lugar. Puesto que escribo desde Colombia, mi país de nacimiento, debería haber hecho una pausa para darle peso al hecho de que la economía está creciendo a un ritmo que la mayoría de los países europeos envidiarían. Mire, podría decir ese observador casual, nos está yendo mal, pero a ustedes les está yendo bien. Como la Rueda de la Fortuna, las fuerzas del mercado cambian el mundo todos los días. Alégrese con las oportunidades que tiene y cállese.

Yo pienso distinto. Todos deberíamos hacer una pausa para darle peso al hecho de que al daño a la naturaleza no se le da peso suficiente en el mundo del mercado. No digo que en el mercado no pueda dársele peso alguno, sino que no se le da. Así las cosas, gracias a una visión miope del desarrollo económico, Colombia está al borde de un desastre ambiental. Esta no es una exageración en boca de unos activistas ambientales con pinta de hippies. Es una valoración sobria hecha por la Contralora General de la República, Sandra Morelli. Y, no debería haber duda, es un desastre cuya causa puede ser encontrada en el desorden económico en curso.

Colombia está enferma, no solamente por cuenta de causas hartamente conocidas: el tráfico de drogas y la violencia política. Hoy por hoy nuestro país está aquejado por una fiebre del oro. En mayo de este año un portal canadiense explicó por qué todos los mineros quieren ser el nuevo mejor amigo de Colombia. Fuimos bendecidos (o maldecidos, eso depende) con una gran cantidad de recursos naturales. Además, nuestro gobierno le proporciona a los inversionistas un marco institucional sano y seguro (bueno, quite sano. Seguro sería suficiente).

Veamos: un nuevo código minero está en curso de ser discutido y aprobado por el Congresso. El proyecto está lleno de reglas que la Contralora General y los activistas ambientales encontrarían objetables. Encima de eso, hay numerosas exenciones tributarias, las regalías se pueden diferir indefinidamente y las restricciones ambientales pueden ser evitadas.

Sin embargo, tendría que estar claro que los recursos naturales y las reglas de papel no son suficientes para explicar nuestro actual predicamento. Nosotros, así como el resto del mundo, estamos bajo el peso de una inestabilidad financiera que desató las fuerzas económicas más voraces. El registro histórico muestra bien que luego de un largo período de estabilidad los precios del oro comenzaron a fluctuar siempre en ascenso. Hoy están por el techo. Durante todo este año han estado por encima del umbral de los 1500 dólares la onza. Los cambios más dramáticos han tenido lugar después de 1971, cuando los Estados Unidos renegaron de su compromiso adquirido en Bretton Woods de asegurar la convertibilidad del dólar, así como después del 2001 cuando inició la mal llamada “guerra contra el terror.”

El oro es hoy de facto una moneda. En la mente de un buen número de inversionistas y de especuladores es un seguro contra el faltoneo político y económico: si los gobiernos hacen que sus bonos y otros papeles pierdan su valor, entonces su esperanza es refugiarse en ese sólido metal.

Empero, de acuerdo con un cable que no ha tenido mucha difusión, y que está en Internet gracias a WikiLeaks, la disparada de los precios del oro el año pasado tal vez tenga otra causa: el esfuerzo hecho por el gobierno chino de socavar el rol del dólar estadounidense como la moneda internacional de reserva. Aparentemente, China ha estado comprando y guardando grandes cantidades de oro. Su estrategia consiste en animar a otros países a hacer lo mismo para alejarlos del dólar, lo cual a su turno le abriría campo a la internacionalización del Renminbi.

Este cuadro podría ser un poco más complicado. El banco central de China no es el único que está comprando oro. Las prósperas clases medias de China e India también han puesto en el oro su fe. En India es tan fuerte el impulso de comprar oro que el gobierno recientemente implementó incentivos fiscales para dirigir los ahorros hacia empresas productivas y lejos de esta mercancía inerte. Pero, ¿quién podrá convencer a la gente en India y en China que, aparte de conservar valor, esa cosa brillante tiene muy poco uso?

Precisamente, aquí es donde está el quid de la cosa. En todas partes hay inestabilidad financiera. Y en todas partes estamos condenados a desastres ambientales. Con los actuales precios, no importa cuánto mercurio, cuánto cianuro y otros tóxicos tengan que poner en ríos y arroyos, las compañías mineras están dispuestas a arrancar de la tierra hasta el último gramo de oro. La historia es la misma en Colombia y en Perú, en Finlandia y también en los Estados Unidos (considere por un momento de dónde salió el oro para las medallas en los pasados Juegos Olímpicos de Londres).

Aunque Colombia y Finlandia no se parecen mucho, cuando está de por medio la minería todo el mundo tiene su precio. En efecto, con toda esa reputación de probidad finlandesa, ¿cómo podría usted darle sentido a las noticias de que la familia de la Ministra de Medio Ambiente, Paula Lehtomäki, tiene inversiones en una empresa minera? ¡Este es un mundo al revés!

Establecer un impuesto Tobin (llamado así por el economista James Tobin) es una reforma largamente aplazada que podría servir para canalizar las fuerzas económicas. La codicia y la avidez no van a desaparecer, pero su operación en el mercado podría al menos desacelerarse. Si incluyera las transacciones en oro, el impuesto Tobin ayudaría quizá a reducir la fiebre de oro del mundo.

Seguramente, esto no será suficiente para evitar los desastres ambientales inminentes. Hay que hacer mucho más para que el sistema de precios corrija asignaciones de recursos severamente equivocadas, así como para que descarte preferencias deformadas. Pues, ¿de qué otro modo podríamos describir lo que está ocurriendo? Sin reinventar el mercado, la sed de oro terminará secando la tierra y contaminando el agua sagrada de la cual depende nuestra vida.

Piense dos veces, sea agradecido cada vez que se tome un vaso de agua y actúe en conformidad con su pensamiento.

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