Cosmopolita

Publicado el Juan Gabriel Gomez Albarello

En la OIT Santos iba desde el principio por Ryder, no por Angelino

Aparentemente, Colombia salió derrotada luego de postular al vicepresidente Angelino Garzón a la dirección de la OIT. Las cosas no pueden ser más diferentes. Quizá pueda decirse que la reciente elección de Guy Ryder es un triunfo de la astucia y la determinación del presidente Juan Manuel Santos. A esa elección se la podría llamar la jugada maestra del presidente en la política mundial.
Un asesor del presidente Santos, indignado por la manera como reportaron los medios la noticia acerca de la elección de Guy Ryder, me contactó y me contó una historia llena de detalles de toda índole, salpicada con un montón de referencias a cosas que Santos ha dicho o hecho en público. La historia es un poco larga. Lo sustancial no es solamente el significado que tiene la elección de Ryder para el presidente Santos, ni las maniobras de éste para asegurar la elección de aquél. La historia también es reveladora de los valores que guían la acción del presidente, de su visión de la política mundial y nacional, y en general, de su idea de la política como arte y como ciencia.
Y si todo esto fuera poco, esta historia nos da una extraordinaria oportunidad para considerar la forma como en la política se mezclan y se superponen acuciosos cálculos políticos con encuentros fortuitos; antipatías y simpatías personales con discusiones ideológicas; proyectos de largo alcance construidos con apuestas arriesgadas en la minucia de elecciones y nombramientos. Quizá al mismo presidente Santos no le guste que su estrategia haya quedado así de expuesta. Más aun, como lo destacó el mismo asesor que reveló tantos detalles, quien queda expuesto en esta historia es el propio presidente Santos.
Por obvias razones, la identidad del asesor que ha compartido tantas infidencias no es ni será revelada. Él me pidió que publicara todo lo que me contó. Yo le dí mi palabra de que eso haría, pero me negué a que me revisara el texto después de tenerlo listo para publicación. Los dos al final decidimos confiar cada uno en el otro: él, en que mi narración sería tan fiel como la suya; yo, en que todo lo que me contaba valía la pena ser contado. Esta es pues la historia de una jugada maestra en la política mundial.
El presidente Santos se ha definido públicamente como un traidor de su clase. La publicación de las cifras del Banco Mundial en las cuales Colombia aparece como uno de los países más desiguales del planeta no lo sorprendió. Desde temprana edad, Santos ha sabido que Colombia es un país desigual y también bastante injusto. Por esta razón, de manera velada, el presidente ha animado a muchos a que pongan el tema de la desigualdad en los medios para que las propuestas de redistribución ganen un lugar destacado en la agenda.
La pregunta obligada es, ¿por qué él no lo hace? ¿No tiene acaso el presidente el poder para influir en la opinión? ¿No puede él mismo conducir a las mayorías hacia un nuevo pacto social consistente en un mejor reparto de la riqueza y de las oportunidades?

Aparentemente, Colombia salió derrotada luego de postular al vicepresidente Angelino Garzón a la dirección de la OIT. Las cosas quizá sean diferentes. La reciente elección de Guy Ryder tal vez sea un triunfo de la astucia y la determinación del presidente Juan Manuel Santos.

Un asesor del presidente, indignado por la manera como reportaron los medios la noticia acerca de la elección de Guy Ryder, me contactó y me contó una historia llena de detalles de toda índole, salpicada con un montón de referencias a cosas que Santos ha dicho o hecho en público.

La historia es un poco larga. Lo sustancial no es solamente el significado que tiene la elección de Ryder para el presidente Santos, ni las maniobras de éste para asegurar la elección de aquél. La historia también es reveladora de los valores que guían la acción del presidente, de su visión de la política mundial y nacional, y en general, de su idea de la política como arte y como ciencia.

Y si todo esto fuera poco, esta historia nos da una extraordinaria oportunidad para considerar la forma como en la política se mezclan y se superponen acuciosos cálculos políticos con encuentros fortuitos; antipatías y simpatías personales con discusiones ideológicas; proyectos de largo alcance construidos con apuestas arriesgadas en la minucia de elecciones y nombramientos. Quizá al mismo presidente Santos no le guste que su estrategia haya quedado así de expuesta. Más aun, como lo destacó el mismo asesor que reveló tantos detalles, quien queda expuesto en esta historia es el propio presidente Santos.

Por obvias razones, la identidad del asesor que ha compartido tantas infidencias no es ni será revelada. Él me pidió que publicara todo lo que me contó. Yo le dí mi palabra de que eso haría, pero me negué a que me revisara el texto después de tenerlo listo para publicación. Los dos al final decidimos confiar cada uno en el otro: él, en que mi narración sería tan fiel como la suya; yo, en que todo lo que me contaba valía la pena ser contado. Esta es pues la revelación de que Santos iba desde el principio por Ryder, no por Angelino.

El presidente Santos se ha definido públicamente como un traidor de su clase. La publicación de las cifras del Banco Mundial en las cuales Colombia aparece como uno de los países más desiguales del planeta no lo sorprendió. Desde temprana edad, Santos ha sabido que Colombia es un país desigual y también bastante injusto. Por esta razón, de manera velada, el presidente ha animado a muchos a que pongan el tema de la desigualdad en los medios para que las propuestas de redistribución ganen un lugar destacado en la agenda.

La pregunta obligada es, ¿por qué él no lo hace? ¿No tiene acaso el presidente el poder para influir en la opinión? ¿No puede él mismo conducir a las mayorías hacia un nuevo pacto social consistente en un mejor reparto de la riqueza y de las oportunidades?

Varias veces Santos ha dicho que admira a Franklin Delano Roosevelt. Lo que no se sabe bien es por qué. Santos admira a Roosevelt el visionario, pero también al estratega: lo encomia por su visión social, pero también por su astucia política. Roosevelt no sólo puso en marcha un proyecto económico para sacar a su país de la Depresión. También fue el presidente que supo conducir a una nación aislacionista a un conflicto lejos de sus fronteras, llevarla hasta el triunfo y convertirla en la primera potencia mundial.

Santos conoce muchos de los detalles de las campañas de Roosevelt, así como las dificultades que tuvo que sortear durante su gobierno, en particular, la resistencia de muchos grupos hacia su política económica y a su política exterior. Ese acucioso estudio le enseñó mucho acerca de las posiblidades de un líder nacional, pero también acerca de sus limitaciones. En algún momento de su vida, Santos pensó que podría embarcarse en un ambicioso proyecto de cambio político, como el de La Revolución en Marcha de Alfonso López Pumarejo. Sin embargo, llegó a la conclusión de que, como sucedió con esa fallida “revolución”, el país podría de nuevo dividirse y entrar en un ciclo feroz de violencia, uno peor aún que el que hemos todos conocido.

Una visita de un profesor de una universidad canadiense al London School of Economics también tuvo un impacto profundo en la estrategia que Santos escogió para promover el cambio social en Colombia. Cuando era un joven estudiante, Santos asistió a la conferencia del profesor Immanuel Wallerstein, quien ya se había hecho célebre con sus análisis del sistema mundo. Wallerstein había estudiado a Marx, pero no era marxista. Aunque su trabajo está impregnado de muchos conceptos del llamado “materialismo histórico”, Wallerstein elaboró su propia teoría acerca del funcionamiento de la política y la economía a lo largo de la historia.

Santos quedó impresionado por el análisis de Wallerstein acerca de la división del mundo entre países metropolitanos, periféricos y semiperiféricos. Desde entonces, a Santos no le quedó ninguna duda de que el margen de maniobra de un presidente en un país como Colombia, ubicado en la periferia del sistema mundial, era bastante limitado. Aunque en los 1930s hubo un conato de golpe contra Roosevelt, Roosevelt nunca tendría que enfrentarse a una extrema derecha aliada con poderosos intereses foráneos dispuesta a correrle la butaca. En América Latina, por el contrario, los golpes militares y cívico-militares han sido moneda corriente. Para evitar un golpe, Santos tendría que destruir la oposición y la libertad de prensa como lo ha hecho Chávez en Venezuela. Sin embargo, el talante liberal de Santos, su origen mismo de periodista, le impediría hacer una cosa semejante.

En los inicios de su carrera política, Santos buscó un alineamiento con el sector más progresista del laborismo inglés: el de los proponentes de la Tercera Vía. Este era un grupo animado por el trabajo del académico Anthony Giddens, quien había convencido a muchos laboristas de que el fin de la historia no había llegado todavía y de que volverían al poder si se atrevían a poner en cuestión la retórica neoliberal de Margaret Thatcher. Los laboristas de la Tercera Vía lograron atraer a Clinton y eso le dió esperanza a Santos de que el llamado “Consenso de Washington”, el recetario neoliberal impuesto a América Latina, podría ser reemplazado por un verdadero consenso, un pacto social que sustituyera el programa de los tecnócratas neoliberales. Con ese alineamiento, Santos podría promover su ideario de justicia social y, con apoyo político internacional, sortear los ataques en su contra provenientes de una coalición de extrema derecha nacional con inversionistas extranjeros.

La llegada de George W. Bush a la presidencia y luego la llamada “Guerra contra el Terror” sepultó las esperanzas de Santos. Blair se alineó con Bush y la Tercera Vía se convirtió en un espejismo. En el plano interno, no había tampoco campo para otra cosa. El continuo asedio de las FARC a los centros urbanos era indicativo de que, sin un giro radical en la confrontación con esa guerrilla, el país quedaría en manos de unos ideólogos ortodoxos, con puros conocimientos de aficionado, dispuestos a improvisar con el futuro de la nación. En otras palabras, con las FARC en el poder, Colombia quedaría reducida a una condición similar a la de Nicaragua. Si fuese necesario un acuerdo fáustico para salvar al país, Santos lo buscaría: con las FARC, primero, para contener su triunfo, pero éstas no le jalaron – querían el triunfo; con Uribe y compañía después.

Santos llegó al poder convencido de que un país con el corazón a la derecha no le permitiría un programa social distinto que un populismo à la Uribe: educación básica gratis, casas gratis, etc. Dicho con otras palabras, Santos tendría que darle lo que pide a un país acostumbrado a los privilegios pero no los derechos, a las prebendas y no al mutuo esfuerzo. De otro modo, ese mismo país podría sacarlo a sombrerazos. Santos, traidor de su clase, podría terminar acosado por las clases que lo eligieron. Tendría que dar algo a cambio de nada; sin ningún compromiso, sin ninguna responsabilidad … como tantas veces lo ha hecho el estado con las mismas élites.

A pesar de todo, el presidente Santos ha tirado varios globos de ensayo. La ley de tierras es el más prominente y del cual ha sacado las lecciones más amargas. Pocas personas conocen el dolor que le ha causado al presidente el asesinato de los líderes del movimiento de restitución de tierras. Si esto ocurre con la más elemental de las políticas, la de devolverle la propiedad a quienes se las quitaron, ¿qué ocurriría si el gobierno promoviera una mejor distribución de la propiedad? En un escenario tan cerrado como éste, Santos se planteó jugar con cartas que incluyan ases de talla mundial… como un director de la OIT.

Cuando le hablaron por primera vez de la OIT, Santos preguntó si esa era la Organización Internacional del Tabaco, algo así como la Organización Mundial del Café. Sin embargo, luego de saber qué hacía y cómo funcionaba, Santos le mantuvo el ojo puesto sin saber exactamente cómo podría movilizar una institución como esa a favor de un programa progresista como el suyo. No obstante, una serie de encuentros fortuitos cambiaron completamente su visión sobre el asunto.

En una cena ofrecida por el presidente de Francia al presidente electo de Colombia, Santos conoció a Gilles de Robien, quien en esa ocasión nada dijo de sus aspiraciones a ser director de la OIT. Gilles de Robien es un pedante y en esa cena le causó a Santos una muy mala impresión. Luego de escuchar a Santos hablar de las relaciones internacionales de Colombia, de Robien le espetó que era deplorable que los latinoamericanos fuéramos tan adictos a Estados Unidos y tan poco amigos de Francia; que si no era Francia, al menos podía ser Inglaterra, luego de lo cual agregó, en un inglés bastante martillado por su acento, “¿conoce usted Londres, monsieur Santos?” Santos le dijo que había muchas partes de Londres que no conocía y que sería un placer descubrirlas junto con de Robien. Desde luego, tendrían que evitar muchos lugares que para él eran familares y comenzó una descripción tan detallada de calles, esquinas y puentes sobre el Támesis de forma tal que de Robien solamente pudo sonreir con una de esas sonrisas que achican los ojos pero de rabia. Santos quiso poner las cosas de nuevo en tono amigable, pero de Robien es de los que no perdonan. No fue grosero, ni mucho menos, pero cuando se despidió se hizo el pendejo para no darle la mano.

Además de irritable, en la cena quedó claro que de Robien hace alardes de su origen aristocrático por vanidad y también por convencimiento. No desciende de un duque, ni de un marqués siquiera, apenas de un vizconde, pero ese título ha sido suficiente para que de Robien crea que el peor crimen es una huelga y que el más temible grupo de conspiradores sea un sindicato. Santos ha conocido gente con posiciones más extremas y quizá más detestables, pero ninguno como de Robien ha tenido la oportunidad de llegar a ser director de la OIT. Así que cuando empezó a sonar su nombre en el abanico de candidatos, Santos pensó que tendría que haber otras alternativas y, luego de averiguar un poco, que la mejor de todas era Guy Ryder.

Santos y Ryder se conocieron brevemente en una de las tantas conferencias acerca de la Tercera Vía. Allí Ryder hizo reír a Santos con varios chistes acerca de Isabel Segunda y lo impresionó con su agudeza al destacar los puntos más flacos de la nueva dirección ideológica del laborismo inglés. Ryder, un reconocido sindicalista, cuestionó la poca consideración del papel de las instituciones internacionales en favor de un proyecto redistributivo. Por eso, cuando Santos supo que Ryder era  candidato para la dirección de la OIT, decidió jugársela para que resultara elegido.

Lo primero que hizo el presidente Santos fue estudiar la composición del llamado Cuerpo de Gobierno, la institución dentro de la OIT encargada de elegir al director. Santos advirtió que, tal y como estaban las cosas, Ryder no tenía mucho chance. Si en la ronda final el sindicalista británico se enfrentaba con el vizconde francés, los 14 delegados de los empresarios votarían por de Robien, los 14 delegados de los sindicatos votarían por Ryder, pero la mayoría de los 28 estados votaría por de Robien.

Santos también notó que los gobiernos de centro-derecha de los Países Bajos y Suecia le hacían el juego a Francia, que también tenía un gobierno de centro-derecha, para que saliera elegido de Robien. Las candidaturas de Ad Melkert y de Mona Sahlin no tenían ningún peso, pero servían para distraer, sobre todo porque se trataba de figuras de partidos socialdemócratas. De las dos, la peor de las candidaturas era la de Sahlin, quien no ha podido sacudirse del escándalo de formular en secreto una agenda de seguridad completamente distinta de la que propuso en su plataforma electoral en los pasados comicios en Suecia.

Sin tener clara una estrategia, Santos discutió el tema de la dirección de la OIT con un pequeño grupo de asesores y, por supuesto, con el vicepresidente Angelino Garzón. En esa ocasión, una asesora que había estudiado ciencias de la decisión en Carnegie Mellon propuso considerar el asunto desde el punto de vista de la violación en la práctica del supuesto de la independencia de las alternativas irrelevantes. De acuerdo con este supuesto, si en un conjunto de alternativas se incluye una que fuera irrelevante, ello no debería alterar las preferencias previamente formuladas. Sin embargo, varios experimentos y observaciones parecen confirmar que a veces la gente no sabe lo que quiere o que simplemente actúa de forma irracional. Para el caso de la elección del director de la OIT, la situación sería más o menos la siguiente: aunque los delegados de varios estados prefiriesen a de Robien con respecto a Ryder, la inclusión de una candidatura irrelevante podría hacer que Ryder terminara ganándole a de Robien. Sin tener mayor claridad sobre el asunto, la reunión terminó con varios chistes acerca de las propuestas de reforma constitucional de los conservadores.

Al día siguiente, el vicepresidente Garzón hizo su declaración acerca del incremento del salario mínimo. Santos, extrañado, lo llamó cuanto antes y le preguntó, “Angelino, ¿qué está haciendo?” y éste le contestó, “Jugando bridge, señor presidente.” La respuesta del vicepresidente fue para Santos como una iluminación, una especie de satori político. El vicepresidente Garzón le acababa de dar la clave para lanzar la cortina de humo que permitiría elegir a Ryder: Garzón era la alternativa irrelevante, la cortina de humo. Si el vicepresidente lograba quitarle a de Robien el voto de varios estados, Ryder podría ser elegido. Lo que el vicepresidente tenía que hacer era comprometerlos en nombre del gobierno de Colombia a votar por un sindicalista.

Era obvio desde el principio que Garzón no sería elegido. El principio de distribución geográfica hacía virtualmente imposible que eligieran de nuevo a un latinoamericano. Y, sin embargo, a varios estados se los podía convencer de otra cosa. El asunto era alejarlos de de Robien, para que luego votaran por Ryder.

En el plano interno, la candidatura del vicepresidente Garzón también era la perfecta cortina de humo. La aparente disensión entre Santos y Garzón distraería a la opinión, aunque mucho menos de lo que lo hicieron los agentes del servicio secreto de Estados Unidos en Cartagena. Todo se vería como una subordinación de la política externa a los celos y mezquindades de la política interna. Santos supuestamente querría ver lejos a Garzón y Garzón estaría feliz tomándose a Ginebra con otros sindicalistas.

A un observador desprevenido, las apuestas de Colombia en materia de política exterior le confirmarían la percepción de comprometerse con alternativas irrelevantes. No era simplemente la candidatura del vicepresidente a la OIT. También lo fue el apoyo de Colombia a Agustín Carstens, de México, a la jefatura del Fondo Monetario Internacional. Los europeos habían dicho que había que abrirle el campo a nuevos liderazgos en la dirección del FMI y del Banco Mundial. Sin embargo, con la crisis del euro, cerraron filas para que Lagarde fuera la elegida. Colombia, no obstante, apostó por Carstens para hacerle mella al principio no escrito de que la dirección del Banco Mundial es para un estadounidense y la del FMI para un europeo.

La posición de Brasil de negarse a apoyar a Carstens causó un poco de desconcierto. En un futuro, Brasil podría obtener la dirección de uno de esos dos organizaciones. No obstante, era claro que su reticencia frente a la candidatura de Carstens provenía de un puro celo regional: México no podía adelatársele. Lo mejor, desde luego, era cubrirse diciendo que la suya era la posición de los BRICS de buscar una verdadera oportunidad para saltar a una posición de liderazgo en vez de dejar constancias históricas.

Pegándose un tiro en el pie, Colombia le pasó luego la cuenta de cobro a Brasil. Si la hegemonía europeo-estadounidense pudiese ser rota en un juego multipolar, entonces había que recordarle a los brasileños que tenían que jugar más coordinadamente. Brasil decidió apoyar a José Antonio Ocampo a la dirección del Banco Mundial y dio por sentado que los gobiernos latinoamericanos le seguirían el paso. Pero dio un paso en falso. Ni los latinoamericanos ni el resto de los BRICS le jalaron. Rusia se fue por su lado y Brasil se quedó con una constancia histórica, como la de Ocampo. La posición de Colombia en su momento fue difícil de entender, pero vista en el largo plazo parece la más consistente. Además, la lección de astucia que dio Santos con Angelino en la OIT serviría de ejemplo. La jefatura del Banco Mundial está cerca, pero hay que saber jugar bridge. Eso dijeron Santos y Angelino entre risas.

Con Ryder en la OIT, Santos apuesta a una reactivación mundial del movimiento sindical. En Colombia, como en el resto del mundo, eso conduciría a un desplazamiento del votante mediano de la derecha hacia la izquierda. Con mayor afluencia de organizaciones obreras y de participación electoral, las próximas elecciones podrían ser disputadas por partidos que tengan claramente una plataforma redistributiva. Además, la coordinación global de los sindicatos podría servir para enfocar la atención de la opinión en la responsabilidad del sistema financiero en la crisis económica. Tal sería la palanca para que una nueva coalición multipolar llegara a establecer un esquema nuevo de regulación financiera internacional que le ponga coto a la especulación y desinfle las expectativas puestas en el oro. De contera, eso aliviaría la presión por la exploración y explotación de este recurso, lo cual serviría para apagar otra fuente de incendios en Colombia.

Yo le dije al asesor de Santos que también incluiría una nota en la cual diría que me parecía que varios aspectos de su historia eran increíbles.

No he podido hacer otra cosa. Hay muchas afirmaciones aquí que no pude corroborar con ninguna fuente, quizá porque no sean siquiera afirmaciones, tal vez porque el responsable de estas infidencias ni siquiera exista.

¿Demasiada imaginación? Por supuesto.

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