Cosmopolita

Publicado el Juan Gabriel Gomez Albarello

Redistribución del ingreso, pero al revés

El sistema de salud en Colombia se parece mucho al de los Estados Unidos, sobre todo al que había antes de la reforma de Obama. Operadores privados son los intermediarios entre el paciente y los proveedores de los servicios de salud. En teoría, esos operadores compiten en el mercado y, por efecto de esa competencia, están obligados a proveernos de servicios de salud de una forma más eficiente. Como en un libro de microeconomía, el modelo es elegante. En la práctica, es siniestro.


Yo creo en el mercado, pero en el caso de la salud el mercado no ha funcionado como los promotores del esquema “realmente existente” aseguraron que lo haría. Este esquema funciona realmente como una forma de redistribución del ingreso, pero al revés: como una forma regresiva de hacer a los pobres más pobres y a los ricos más ricos. Me explico.


Todas las personas que tenemos un empleo formal nos afiliamos a una Empresa Prestadora de Salud. No tenemos opción. No deberíamos tenerla. Que yo cuide de mi salud no es solamente un asunto personal. Es un deber social. En Colombia, afortunadamente, esto se discute poco. En los Estados Unidos, la puesta en cuestión de este deber ha sido la punta de lanza de los ataques a la reforma de Obama.


Que estemos obligados a hacer contribuciones a un fondo de solidaridad tampoco es un problema ni debería serlo. Desde luego, si uno es un ultramontano que cree ciegamente en el objetivismo de Ayn Rand, como le sucede a muchos en Estados Unidos, este deber de hacer contribuciones no es sólo una carga. Es también una injuria. (La ironía es que Ayn Rand, santa patrona del Tea Party, terminó viviendo de los servicios subsidiados de salud porque no tenía cómo pagar su tratamiento.)


El problema de las contribuciones a un fondo de solidaridad surge cuando, pudiendo ellos mismos contribuir, un alto número se niega y accede a la salud a expensa de quienes efectivamente lo hacen. Aquí comienza la redistribución del ingreso no consentida. Si mi vecino y yo tenemos un ingreso igual, y si él contribuye y yo no lo hago, al final del día yo tendré más dinero para mis gastos privados que mi vecino. Sin que mi vecino lo hubiese aprobado, a expensa suya yo logro que mi ingreso aumente. Sin una efectiva depuración de las listas del sector subsidiado, muchos de los que no contribuyen pero que podrían contribuir, extraen riqueza de quienes sí lo hacemos. En otras palabras, nos explotan. Una depuración de las listas del sector subsidiado es pues una tarea urgente.


Pero más urgente que esa tarea es la revisión de la manera como operan las Empresas Prestadoras de Salud. Para estas empresas, los pacientes no somos personas. Somos clientes. Somos una suma de dinero que ingresa cada mes porque estamos cautivos en sus listas y somos una suma de dinero que sale cada vez que acudimos donde un médico a que nos atiendan. Desde luego, todos y cada uno de nosotros tiene la libertad de cambiarse de EPS si tal es su parecer. Pero todas las EPSs están en lo mismo.


Tal vez exagere, pero las cosas son sencillas. Si yo fuera una EPS, tendría que lograr que ingrese el mayor número de afiliados y que esos afiliados usaran mis servicios lo menos posible. De lo contrario, mi negocio no sería rentable. Entonces, para asegurar mi rentabilidad, debería reducir el tiempo de atención de los clientes al mínimo; debería reducir al mínimo el tipo y cantidad de tratamientos y medicamentos que ese cliente pueda consumir; etc., etc. Y eso es precisamente lo que hacen las EPSs.


En materia de gasto en salud, Colombia ha dado un salto impresionante. Gracias a la ley 100 de 1993, el monto del gasto ha aumentado significativamente. Hoy por hoy Colombia es uno de los países que más gasta en salud en América Latina. De acuerdo con cifras de la Organización Mundial de la Salud de 2009, en Colombia el porcentaje del producto interno bruto destinado al gasto total en salud es del 7.3%, por debajo de Argentina, Uruguay y Brazil, pero por encima de Venezuela, Ecuador y Perú.


Supuestamente, tenemos mayor cobertura. Supuestamente, estamos cerca de la cobertura universal. ¡Quc mentira tan grande! Lo que tenemos es un montón de afiliados. Cobertura, acceso es una cosa muy distinta a las citas de entre cinco y quince minutos que es el promedio de atención al que están constreñidos en la práctica muchos médicos por las empresas prestadoras de salud; a la ley del embudo que se aplica en lo referente al acceso a especialistas; etc., etc.


La cosa no puede ser más clara. Un montón de contribuyentes, cautivos en un sistema supuestamente competitivo y eficiente, financia a un número limitado de EERSs: Empresas Extractoras de Rentas en Salud.


Muchos nos quejamos del mal servicio que prestan las EPSs. Muchos tenemos una historia que contar al respecto. Más adelante les contaré la mía, si es que hay algún mérito en ello. Muchos creemos que el mal servicio no es un asunto de los médicos, enfermeros, secretarios, etc.; creemos que no es por cuenta de su mala voluntad sino por la de quienes administran el servicio y se lucran de él. Porque esa, creo yo, es la verdad.


Las EERSs se lucran de sus afiliados. Como muchas entidades financieras, uno no para de ver cómo renuevan sus sedes, cómo lustran su sello corporativo, cómo expanden sus operaciones, mientras nos abruman con la cantaleta de que, sin una regulación y protección adecuada por parte del gobierno, se irían a la quiebra. ¡Pamplinas! Las EERSs son otra de las tantas manifestaciones de nuestro capitalismo rentístico: un capitalismo que no produce más riqueza sino que la reparte de acuerdo con los privilegios que uno pueda capturar en la actividad económica y social. Por supuesto, es un capitalismo que reparte mal la riqueza: la pasa quienes tenemos menos a quienes tienen más sin que éstos hayan hecho nada productivo económica y socialmente hablando.


Así es la cosa también en Estados Unidos. No se sorprendan al saber que, aunque es uno de los países que gasta más en salud, ese gasto no aumenta la expectativa de vida al nacer. Países con un menor gasto tienen una expectativa más alta. En el selecto club de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), el selecto club de economías juiciosas y respetuosas del bienestar de la gente al que nos quiere meter nuestro presidente Juan Manuel Santos, los Estados Unidos han sido el bicho raro, la oveja descarriada, el hijo pródigo: pródigos con las empresas de salud, con lo que éstas le pueden cobrar a sus afiliados y bastante mezquinos con los usuarios de los servicios de salud. Una imagen es mejor que mil palabras. Échenle una mirada a este cuadro de la propia OCDE.


Lo que busca la reforma de Obama al sistema de salud es corregir esta situación por justicia y por eficiencia. Por eficiencia, porque un país donde la salud es tan cara y no necesariamente tan buena (me consta), no es competitivo; por justicia, porque el esquema anterior que se quiere corregir hace parte de un esquema más grande de redistribuir la riqueza en favor de los ricos y en perjuicio de los pobres.


Ya para ir terminando, quiero hacer un par de preguntas:


¿A qué universidad pertenece el grupo de economistas-blogueros que hizo la siguiente afirmación?


(…) disminuir la desigualdad debería ser un tema de primer orden en la agenda económica y social de mediano plazo del gobierno. Queremos un país con paz y bienestar económico. Esto difícilmente sucederá mientras una parte sustancial de la población, atrapada y rezagada, se queda viendo a la cola superior desarrollarse y vivir en nichos parecidos al primer mundo.”


1. Universidad Nacional

2. Universidad de Antioquia

3. Universidad Javeriana

4. Universidad Jorge Tadeo Lozano

5. Universidad de los Andes


Si dijo los Andes, acertó.


Ahora pongo otra pregunta: ¿quién dijo esto?


Creo que este país necesita avanzar mucho en materia de justicia social. Avanzar muchísimo en materia de cicatrizar las heridas que la violencia le ha dejado y que nos han obligado a pensar y a discutir siempre sobre el pasado y no sobre el futuro. Si logramos cicatrizar esas heridas y distribuir mejor la riqueza que estamos creando, este país es imparable.”


1. Gustavo Petro

2. Rafael Pardo

3. Antanas Mockus

4. Germán Vargas Lleras

5. Juan Manuel Santos


Quien haya dicho Petro, Pardo, Mockus o Vargas Lleras está en nada. Lo dijo Santos en una entrevista al diario El País el 13 de febrero de este año.


Si no abogamos por una política decidida de redistribución del ingreso, las palabras de Santos se van a quedar en el aire. ¿Va el Congreso a abrir un debate nacional sobre el asunto por propia iniciativa? ¿Van a promover gustosos este debate muchos medios de comunicación tradicionales, cuya propiedad está en manos de quienes se verían afectados por dicha redistribución?


Si no hacemos nada, la redistribución del ingreso que opera al revés en Colombia continuará inalterada.


Esta entrada del blog la escribo un poco visceralmente, en parte porque las vísceras me duelen un poco. No solamente las del cuerpo. También las del espíritu. Me duelen las vísceras porque, a pesar de tener hábitos sanos, no he estado libre de enfermarme. Estas dos semanas me ha dolido el buche, la guata, la panza, la barriga, las tripas. Y me duele, me arde, me irrita, me enfurruña que la atención médica cuando uno va de urgencias a una clínica, como tuve que hacerlo la semana pasada, sea tan mala. No fui a un hospital de caridad sino a una clínica prestigiosa a la cual tengo acceso mediante la EPS de la que soy afiliado. Un médico me atendió durante cinco minutos y medio, cinco de los cuales los pasó en frente de una pantalla de computador llenando un formulario. Durante el medio minuto restante me hizo un tacto en mi estómago, preguntó un par de cosas y emitió al tiro su diagnóstico.


Como lo dije anteriormente, para muchos esta historia es conocida. Aquí no hay novedad. Novedad es que nos pongamos las pilas a discutir cómo vamos a reducir la desigualdad, cómo vamos a hacer justicia social y, consecuentemente, cómo vamos a reformar, entre otras cosas, el sistema de salud.

Comentarios