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Publicado el @ComíCuento

Pornogastronomía Nacional 7: El neocolonialismo gastronómico

Por: @JLodemesa

Desde que tengo memoria, nuestra sociedad ha sentido una profunda preocupación por la forma como es percibida y cómo se relaciona con el mundo. Hasta hace no mucho, los términos de dicha relación y nuestros propios prejuicios frente a nuestra cultura, nos situaban como advenedizos vergonzantes dentro del contexto mundial. Durante más de treinta años, el narcotráfico nos transformó además en los parias del mundo. Es tan sólo hasta la segunda década de este segundo milenio – el último lustro quizás – que una sociedad más joven y globalizada, mejor informada, más preparada y  optimista, ha ido cambiando la mentalidad que de sí misma tenía. Poco a poco, Colombia se ha ido dignificando. La esperanza de la paz es el combustible y la causa implícita que mueve a este amplio sector de la sociedad que sin pausa va construyendo los cimientos de la Nación que quiere. La cultura, en todas y cada una de sus expresiones, va reflejando este cambio en nuestra historia. La literatura, las artes plásticas y escénicas, el cine, la danza y, por supuesto, la cocina, han comenzado también a cuestionarse a sí mismas y transformarse.

La conexión de la cocina colombiana con el mundo es la preocupación de Gaeleen Quinn, una de las creadoras del Bogotá Wine and Food Festival, en una entrevista concedida hace un par de meses al diario La República (http://goo.gl/X1MAHJ). Ximena Hernández, exconsejera para asuntos gastronómicos del Viceministerio de Turismo, abordó hace un par de semanas en su espacio de Gastroactitud – uno de los medios más importantes y reconocidos de difusión gastronómica en España – el mismo tema (http://goo.gl/t6Lh9T); paradójicamente, la postura de dos de las “voceras” más visibles y mediáticas de la cocina en Colombia (quienes viven fuera del país) es muy similar y apunta a que la cocina y los restaurantes en Colombia deben asimilar las novedades extranjeras para entrar dentro de lo que Quinn denomina “comunidad gastronómica mundial”.

Sin sonrojarse, Gaeleen Quinn afirma que en Colombia “hace falta una propuesta gastronómica original y auténtica”, (afirmación pasmosa para alguien que dice ser puente pero que ignora deliberadamente lo que sucede en uno de sus lados, omitiendo, por ejemplo, las propuestas novedosas del movimiento de la llamada nueva cocina colombiana). Quinn concluye que nos falta imitar más y mejor a la “comunidad gastronómica mundial” para poder pertenecer a ella, sin percatarse de que hoy en día la autenticidad y la revaloración de lo propio son precisamente la puerta de entrada a dicha comunidad.

Sin querer quedarse atrás, Ximena Hernández utiliza el espacio que le da uno de los medios de difusión gastronómica más relevantes de la actualidad, para hacer una exposición pseudohistórica, cargada de generalizaciones a partir de reflexiones temerarias y sin ningún fundamento, ancladas en un conocimiento prácticamente nulo de la cocina en Colombia. Anécdotas históricas inventadas como aquella según la cual “(Los españoles) En el Tolima se encontrarían con tierras fértiles para cultivo del arroz y su preparación,  adaptación de la paella al estilo de lo que la tierra permitiera, vanguardia de la época,  se haría popular por todo el territorio.”, dan paso a una asombrosa nostalgia colonial “Es emocionante imaginarse los barcos españoles adentrándose río arriba, por el navegable río Magdalena que recorre la geografía del valle que forma entre la cordillera andina central y la oriental, hasta la ciudad de Honda. Aquí desembarcaron  y trajeron toda su cultura, su gastronomía y materia prima, animales mayores , de granja etc.” Después de lo anterior no son de extrañar del todo afirmaciones como las siguientes: “Así como Europa va imponiendo el paso, […] pues casi todo, por no decir todo lo que tenga que ver con este sector (de la gastronomía), pasa por Europa para ser validado  antes de que el mundo entero lo conozca…” O esta:  “Así podríamos mencionar muchas recetas que aún encontramos en Colombia y que tienen sus ancestros claramente españoles fusionados con la indígena o con las circunstancias” (negros, migrantes otomanos de la primera mitad del siglo XX, el pueblo Rom, etc, pasan inadvertidos o son meras “circunstancias” para la exconsejera…) Lo reprochable no es que Hernández escriba sandeces; lo cuestionable es que lo haga desde su posición de “representante” de la gastronomía en Colombia, que lo haga abrogándose una vocería desde la oficialidad estatal que por demás no tiene.

Por increíble que parezca, dentro de determinados círculos gastronómicos nacionales, sigue existiendo la idea – en pleno 2015 –, según la cual es deseable ser algo que no se es. La urgencia de hacer lo posible por convertirse en aquello foráneo que se percibe como mejor que uno mismo continua, resistiéndose furiosamente a aceptar que los tiempos han cambiado. Infortunadamente, algunos de los personajes más mediáticos del panorama gastronómico colombiano, gestores de festivales y exconsejeras estatales entre otros, son los abanderados de esta postura vetusta cimentada en unos ideales coloniales y en un imaginario nacional anterior a la Constitución de 1991.

Las fantasías autoglorificadoras europeas calaron hondo en nuestra idiosincrasia (quizás aún más hondo que en cualquiera de los países latinoamericanos), pero sobre todo dentro de nuestras élites. Por esta razón, desde 1886 invisibilizar la cultura popular sincrética que fue surgiendo, multiplicándose y diversificándose desde la Conquista, fue propósito y esfuerzo nacional para favorecer e imponer una idea de “alta cultura” Occidental, a través de un proceso imitativo al que contribuyeron las leyes, los medios de comunicación y la educación (las herramientas más formidables para imponer ideologías).

Lo dicho atrás no quiere decir que lo único digno de ser hecho y resaltado en Colombia ha de ser de origen colombiano. No se trata de ignorar al mundo. Todo lo contrario: el boom de la cocina en Colombia incluye propuestas cosmopolitas y de cocinas internacionales, que asumen con responsabilidad el contexto en el que se desarrollan, usando producto colombiano, siendo responsables social y medioambientalmente, y entendiendo que al ser la adaptibilidad una de las características más sobresalientes de la identidad colombiana, han adaptado su propuesta al contexto del país y no al revés.

Parece ser que quienes se abrogan el derecho de ser los voceros de la gastronomía en Colombia no se percatan de lo anterior o simplemente nadan contra la corriente. Lo grave es que sus posturas, al provenir de personas en supuesta posición de autoridad, afectan negativamente los avances y logros de la gastronomía colombiana, minando la oportunidad única que tiene la cocina de ser motor de cambio económico, social y hasta político de esta nueva Colombia.

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