Doble Bogey

Publicado el Leonardo Rodríguez

¿Sobrina de Tiger sale pintada?

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La anécdota podría comenzar, como alguien me sugirió, con que un día el padre de Cheyenne no podía ir por ella al colegio. Entonces éste le pidió a su hermano, el mejor golfista de toda la historia, Tiger Woods, que pasara por allí y le llevara a casa. Tiger, afanado por sus entrenamientos, en efecto pasó a recoger la niña; pero en vez de llevarla a casa, hizo que lo acompañara a una de sus prácticas. A ella le gustó el deporte y le pidió a su tío que la llevara a más juegos, hasta que fue formándose como golfista y convertirse en profesional.

Pero no, esa no es la historia de Cheyenne la joven morena de 24 años sobre la cual están puestos todos los ojos del golf mundial. No sólo por ser la sobrina de Tiger, sino porque, al parecer, sí “salió pintada” y acaba de firmar, la semana pasada, su mejor tarjeta como profesional, con nueve golpes bajo el par el campo en el Manulife Classic.

La historia es otra, la verdad es que Cheyenne es hija del hermanastro de Tiger. Y tuvo que ver a Tiger en televisión, de pequeña nunca lo acompañó a un entrenamiento y mucho menos al campo. Si bien él fue su inspiración- porque lo veía triunfar y veía que todo el mundo hablada de él- fueron ella y su mamá quienes por su propios medios se encarrilaron por la ruta de este deporte.

En un principio Cheyenne simplemente decía en el colegio a grito entero que era la sobrina de Tiger para tratar de capturar algo de la fama de su tío. Sin embargo, un poco más grande fue entendiendo que el golf era un deporte interesante y que si el hermano de su papá había alcanzado la fama era por su desempeño en ese juego; le pidió a su mamá unos palos y comenzó a practicar, lejos del astro, lejos del golf; porque aunque toda su familia es de deportistas, nadie, pero nadie cercano lo practicaba. El único que intervino fue Earl, su abuelo y padre del ex número uno del mundo.

Aunque comenzó con el golf, en la escuela primaria y los primeros años de secundaria jugó baloncesto, voleibol, corrió y hasta bailó hip-hop de manera competitiva. Hizo prácticamente de todos los deportes que un joven pueda practicar en la escuela hasta que tuvo que decidir y volvió a lo primero que había hecho, lo primero que había visto.

Y aunque siempre le preguntan por su tío y siempre evade cualquier comparación – porque dicen que su swing es como el de Tiger, claro el swing del Tiger campeón, no ese incómodo swing que se le ve ahora- la semana pasada vivió por primera vez un cara y cruz con su tío. Mientras ella firmaba la mejor vuelta de su carrera como profesional, con 63 golpes, el otrora invencible firmaba la peor de la suya en el Memorial –aquél que ya había ganado en tres ocasiones-, con 85 golpes, representados en un cuádruple bogey –sí, cuádruple- , dos dobles bogey y seis bogey. La tarjeta de un aficionado. Un aficionado que juega relativamente bien, tal vez, pero un aficionado de todas formas.

Aunque algunos afirman que la sobrina juega en estos momentos mucho mejor que el tío, en honor  a la verdad hay que decir que en el Tour de la LPGA (la liga profesional americana de las mujeres) este año Cheyene había fallado cinco cortes consecutivos en los cinco últimos torneos con marcadores no muy destacables (+1, +4, +5, +5 y +13).

Cheyenne Woods es la sexta afroamericana que hace parte de la LPGA, en un circuito dominado por las jugadoras coreanas, que “hacen y deshacen” como decía mi abuela y jugadoras de todas partes del mundo (entre ellas la colombiana María José Uribe, que es protagonista) que complican el hecho de que una norteamericana pueda ganar. Por eso tal vez la ronda emociona más fuera de Estados Unidos que dentro del mismo país.

Sin embargo, algunos ven en esta morena sencilla, de sonrisa amplia y fácil y que firma autógrafos hasta que se vaya el último de los aficionados, la esperanza de que Estados Unidos vuelva a brillar en la LPGA.

¿Será que la sobrina del Tiger tendrá que darle los consejos que su tío nunca le brindó? ¿Habrá chaqueta verde y chaqueta rosa en la familia? Cheyenne apenas comienza, pero ya algunos comienzan a augurar buenas cosas. Yo creo que hay que darle tiempo al tiempo.

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