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Aire de tiempo

 

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Marilyn Forero Olaya

El ambiente allá afuera es  hostil, nadie quiere salir, somos como topos. La suave llovizna que cae y se adhiere a la tierra provoca una fragancia que me remonta a mis diez años, el estrépito de los Hércules C-130  me recuerda a esos juegos en el jardín donde el proyectil era una naranja, donde no importaba expirar  porque en segundos revivías para ir a los brazos de mamá. Quisiera que ahora fueran esos tiempos, que esta maldita abertura oliera a naranja y no a pólvora. Somos dieciséis aquí abajo, pronto seremos quince.  Impactos de bala han atravesado el pecho y la pierna izquierda de Gael, es un pibe, tiene sólo diecinueve años, es campesino y vino a la guerra porque creía tener pan gratis; además, porque su vieja está muy enferma y no tiene mangos para pagar los medicamentos. No creo que pase de esta noche, la herida se infectará y tendremos que dejarlo aquí.    

Los otros tienen una actitud bastante diferente, ya no es como el primer día que llegaron; en sus ojos veo la resignación. Morir o matar les da lo mismo. Estas islas están infestadas de aire, de un aire pesado y amargo donde los hombres quisieran dejar de serlo pero los prejuicios de los miles de ojos que no espabilan un segundo para no perderse lo que pasa, se los impide. Sé que quieren llorar, desnudarse mientras corren, jamás mirar atrás pero eso no pasará. Somos hombres y los hombres no lloran, los hombres van a la guerra, colisionan con el enemigo, ese que ni conozco y ni es contrario mío y que si algún día salimos vivos lo invitaré a un café y le daré las gracias por no haber desternillado sus huesos.

Yo quisiera ver a mis dirigentes alzando un fusil, espiando a su contrincante, poniendo el pecho por Argentina, eso quisiera yo, porque parecen muy seguros y cómodos batallando  a sangre y fuego con nosotros desde sus oficinas. Hace un frío del carajo, estamos muriendo de hipotermia, el hierro nos congela las manos pero ni por yerro podemos soltarlo. Proveernos de uniformes era el acto más generoso de nuestra nación  y aunque el pan se acababa hasta los muertos estrenaban. En las filas vi sordos, locos, enanos, ebrios, rubios y negros, todos ellos aptos para combatir. Aquí la cantidad hacía la diferencia; fusil al hombro y ya sos héroe y mientras tanto vos o tu familia iban pensando en tu epitafio. Nunca imaginé que un arma fuera tan asequible, tardé años en tener un coche pero supongo que mi nación hace esfuerzos abismales para convertirnos en verdaderos hijos de la patria.

Han pasado muchos días y empiezo a olvidar como era el mundo real, el que yo quería, tengo un vago recuerdo del sonido del bandoneón, del tango ¿Cómo estará todo? Porque aquí el tiempo es estático y la vida tan veloz; podría rodar esta pluma y quemarse el papel, y mi seudo intento de dejar en alguna memoria los perjuicios que pasé se vendría abajo. Jamás creí poder ser escritor y no creo tener las aptitudes para eso, es más, aún lo creo pero de lo que sí estoy seguro es de que el infierno ha sacado lo más esotérico de mi alma. He estado desvelado todas las noches imaginando mi huida. Así como en las películas, disparas una vez y matas a diez; listo ya está, eres libre. ¡Soy un boludo o estoy enloqueciendo! Donde sea descubierto en flagrancia me matan o en el peor de los casos me dan baños de agua fría. Aunque pensándolo bien, por absorber un pucho o comer un choripán sería capaz de armar un quilombo; recuerdo que una vez gasté quinientos mangos en ellos y la noche la pasé remal.

Admito que el afecto me hace falta, quiero ser fuerte pero los efectos de la guerra causan estragos. La notable ausencia de las pibas hace de mis manos un accesible edén, al que antes no hubiese recurrido. No tengo espejo y supongo que mi aspecto físico es deplorable, noto que ya no estoy tan gordo, el usar las botas húmedas me ha dado unos malolientes hongos, el rostro de mi madre en el  brazo derecho se ha desinflado como un globo y algo que sí me hace calentar es no tener una cuchilla para devastar mi melena.

Quizás cuando lean esto sientan vergüenza por mí o por lo que voy a decir, pero que Argentina se vaya a la reconcha de la lora. Gauchos tan boludos que  prevén que ganaremos la guerra; estamos podridos porque ellos nos superan en número y armamento. Sus islitas se las van a quedar y ese prominente chauvinismo se lo tendrán que tragar cada vez que lean el diario.

Gael, el soldado, como era sabido, murió,  y su despedida fue  entregarle a su compañero una fotografía de su hijo de dos años; él y nadie de los que estamos acá entendíamos el inglés o bueno, por lo menos yo sabía dónde ubicar los apóstrofes en las palabras, eso lo aprendí en la escuela, y es que a diferencia de lo que se cree muchos de los soldados tuvimos educación; pero lo que no, fueron oportunidades.

La moral devastada, el rostro de amigos contra la gramilla, los juegos pirotécnicos, los malabaristas con sus granadas en las manos me  dejan verles el alma, develé el misterio de la creación del hombre pero me rehúso a creer que la respuesta sea la guerra. Como un pelotudo  adopto una postura optimista e imagino que salgo con vida, sonará mariquita pero afuera iría a buscar a la madre de mis hijos, a mi esposa y siendo aún más optimista, espero que nunca leas mi escrito;  pero si por el contario es lo que estás  haciendo, significa que no he sido absuelto e inevitablemente mis huesos harán juego con el paisaje de las Malvinas, mi ropa arrojada al viento y el coche en casa será destornillado para empezar una vez más la construcción de un fusil.

Pablo Piñeyro, Mayo. 04 .1982

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