El Magazín

Publicado el elmagazin

Rock sin remedio (Emergentes XV)

Horacio Adrede

“Las cosas se parecen a las cosas” repetía Ignacio Escobar, el poeta que recorría apático y desencantado las calles de Bogotá en la novela Sin remedio de Antonio Caballero. Y tenía razón: a veces sentimos que todos los días parecen lunes y que las cosas que hacemos se repiten como un eterno retorno exasperante. Si se tiene la extraña suerte de conseguir un trabajo respetable en el mismo sitio al que antes le tirabas piedras o un apartamento cómodo con poltronas para sentarse sobre el miedo de correr, queda siempre una nostalgia intranquila por seguir rodando y cayendo hasta el amanecer, por destrozar la rutina, por asustar a un notario con un lirio. Ante esto, ¿qué más puede hacer un pobre tipo sino tocar en una banda de rock and roll?

Cuando los integrantes del grupo Sin Remedio empezaron a reunirse cada semana a tocar tenían una edad en la que Jimi Hendrix ya estaba muerto. Sin embargo, eso no importaba. ¿Y qué si antes todos los proyectos musicales de la época estudiantil fracasaron? ¿Y qué si ahora sacar el tiempo para dedicarse a una banda ponía en riesgo la entrega a tiempo del informe de la oficina? En tiempos de crisis algunos entran a un equipo de fútbol para jugar el campeonato barrial, se unen a un grupo de oración o se inscriben como voluntarios para ayudar a niños. Todos quieren hacer parte de algo más grande que sí mismos. Para otros, no hay mejor liberación y terapia que la música a todo volumen.

Nicolás y Alfredo habían estudiado Historia juntos en la Universidad Nacional, pero nunca se habían caído muy bien. Algunos conocidos todavía recuerdan incluso una fiesta en la que al calor de los tragos llegaron hasta los puños. Pero también en otra fiesta fue que Nicolás sacó una guitarra y empezó a cantar sus canciones cuando ya solo quedaban los madrugadores obstinados entre botellas vacías. Alfredo acababa de comprar un bajo y rumiaba en silencio la idea de usarlo para algo más que sacarse callos en los dedos. ¿Por qué no juntarse a ver qué salía? Empezaron a tocar cada domingo en el apartamento de Alfredo en Teusaquillo, junto con Felipe, otro viejo amigo de Nicolás, canciones viejas, canciones propias, canciones desconocidas. Un día, después de un ensayo, un vecino del edificio les dijo en la puerta: “hoy sonaron muy bien”, y eso era suficiente para volver a encontrarse la siguiente semana.

Al poco tiempo llegó Julián a tocar la batería y el grupo tomó el nombre de una de sus canciones, “Sin remedio”. Como banda solo tenían dos objetivos. Uno era conseguir toques, pues, después de todo, ¿qué gracia tiene practicar tiros al arco sin llegar nunca a jugar un partido? Y lo toques empezaron a llegar: en bares del norte de Bogotá, a los que llegar parecía un viaje intermunicipal; en bares del centro, donde confluían extranjeros, oficinistas y mendigos; toques en ferias del libro independiente, toques en festivales de barrio, toques donde se pudiera. Algunos salían bien y otros mal, ¿qué se le va a hacer? Pero después de cada uno les quedaba la sensación de haber escalado una montaña amarrados a un cable eléctrico de alta tensión. Y como niños que se acaban de bajar de una atracción mecánica, la pregunta al terminar siempre era: ¿cuándo es el siguiente?

En uno de esos conciertos hasta empezaron a aparecer fanáticas enamoradas, y una de ellas se ligó al baterista. El problema fue que no le ofreció solo una noche de sexo y rock and roll sino un tiquete de un solo trayecto para vivir en otra ciudad. Julián abandonó el grupo durante casi un año para vivir junto al mar y Sin Remedio funcionó como trío hasta que el batero pródigo volvió, más moreno de lo que se fue, listo para afrontar las burlas cordiales y reincorporarse a los tambores.

El otro objetivo del grupo era grabar un álbum. No sacar canciones sueltas, ni un EP con cinco o seis tracks, sino grabar un disco entero, correr la maratón completa cien metros a la vez. Nicolás tenía algunas canciones: “La vida que va a empezar”, “El pulso de los días”, “La ciencia”; Alfredo había escrito “Del ayer”, “Revés” y “Tu alma mía”; Felipe se inventó algunos riffs de guitarra de los que nacieron “El blues del olvido” y “Revolución”; y otras canciones se escribieron mientras se hacía el álbum: “Somos animales”, “Rodando y cayendo” y “Sin remedio”. Al final, trece canciones fueron producidas y mezcladas por Alejandro Pernett y En el piso, primer disco de Sin Remedio, quedó completo y listo para rodar a mediados de 2015.

La mayoría de canciones suenan fuerte: guitarras distorsionadas, baterías golpeadas con rabia y la voz gritando como un motor ahogándose en aceite hirviendo. La influencia más notable en el disco es el blues y el rock and roll, con ritmos acelerados y melodías que se podrían encontrar en una canción pop. Sin embargo, las letras de las canciones suelen ser irónicas, desencantadas o simplemente pesimistas. “No es contradictorio, la mejor forma de pasar una depresión es bailando”, dice Nicolás.

Lo que viene en el futuro es seguir tocando donde se pueda y viajar por el país para promocionar el disco. “Solo sabíamos que queríamos tocar y hacer buenas canciones, no sabemos qué pueda pasar ahora. No conocemos el negocio de la música ni tenemos mánager, así que todo lo aprendemos sobre la marcha. Hay mucha gente por ahí preocupándose más por masterizar su álbum en Nueva York que por escribir buenas canciones. No es nuestro caso. No vamos por la fama y la fortuna, ¿quién va por la fama y la fortuna tocando rock hoy en día? Además, ser famoso en la actualidad es casi un insulto. El día que Jota Mario nos invite a una entrevista es el día en que se acaba la banda” concluye Nicolás.

 

Comentarios