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“Cheche” El secreto escondido en una sonrisa

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Cristian Morales

El 21 de julio de 1970, antes de la puesta del sol y después de una larga jornada de desfiles y celebraciones por el día de nuestra independencia, nació en la Cuna de la Libertad (Rionegro), una delicada niña a la que bautizarían con el nombre de Cecilia Giraldo Restrepo. Mi mamá me contaba, que cuando yo nací tenía un color de piel parecido a la panela, que mis ojos eran muy grandes y de color zapote, que  era tan arrugada como una pasa y tan pequeña que parecía un duendecillo. Me decía que después de tanta espera y dolor, por fin me conocía, me tenía entre sus brazos. Que no había palabra alguna que pudiera describir ese momento de infinita felicidad. Entre sollozos, gestos y sonrisas de euforia, “Cheche”, como de cariño le decían sus familiares y amigos más cercanos, recordaba y manifestaba esas palabras tan agraciadas que su madre, Mercedes Restrepo Ortiz, le comentaba hace algunos años.

Criada en la vereda La Peña, ubicada en el municipio de San Vicente, Cecilia relataba las remembranzas de su infancia, esa pura y humilde niñez, en la que no existía la tecnología y que el compartir con sus amigos y familiares era irremplazable. Yo tuve una infancia que duró más o menos hasta los 11 años, pues recién cumplidos los 12  ya había empezado a trabajar. Cheche, recordaba que con su hermano mayor Iván y con algunos de sus primos, se iban para La Amapola , la finca de un vecino adinerado, no se acordaba muy bien de su nombre, Antonio o Alonso, decía, mencionaba que en dicha finca había un palo inmenso repleto de mangos. Muchas veces ese “viejo amargado” como lo llamaba, los encontraba infraganti robándole los mangos e iba rápidamente a ponerles la queja a sus padres. Mi  papá bien bravo que si era, nos obligaba a bajarnos  los calzones a Iván y a mí y nos pegaba de a 4 o 5 fuetazos con una verbena mojada.

El comienzo de una vida sin lujos

Cecilia empezó a trabajar desde muy temprana edad, pues a los 12 años ya había empezado a conocer la vida, a batallar contra viento y marea para así darles una vida sin lujos, pero humildemente acomodada a sus progenitores. Mis padres siempre han sido muy enfermos, a ellos también les tocó desde muy pequeños empezar a trabajar y hoy por hoy el cuerpecito ya no les rinde de igual forma, ya no les da para más; por eso yo desde la edad de 12 años empecé a trabajar en el campo, recogiendo las siembras de los cultivos o en lo que me resultará, trabajé muy duro, sufrí muchas humillaciones, maltratos y hasta abusos, pero aún así sigo echada para adelante porque yo por mis viejitos hago lo que sea.

Al principio todo le pareció muy pesado, pues era mucha la obligación que tenía y trataba de ahorrar lo poco que se ganaba. Ella respondía en su casa comprando el mercado, pagando los servicios y con lo que algunas veces le sobraba se daba uno que otro lujito. Hubo un tiempo en el que la situación de su casa empeoró económicamente;  su hermano Iván, también comenzó a trabajar (en cosas como la construcción, pintando casas y trabajo de plomería). Él era muy poco colaborador y lo que se ganaba se lo gastaba en licor o en cosas que en realidad no necesitaba.

El tiempo seguía avanzando y la suerte para Cecilia y su familia no variaba. Ella comenzó a buscar un trabajo más estable y en el que económicamente le fuera mejor; decidió independizarse y fue ahí, cuando se marchó a la gran ciudad, Medellín. Inició trabajando con monjas, específicamente con las Misioneras de la Madre Laura. Allá laboró aproximadamente 5 años realizando oficios varios como: cocinar, organizar los espacios de oración, limpiar los cuadros y muchos de los santos; fue un trabajo que ella disfrutaba y que era un poco más rentable.

¿Una vida encaminada a la religión?

Después de trabajar casi 5 años con las Misioneras de María Inmaculada y Santa Catalina de Sena Madre Laura, a Cecilia se le pasó por la mente dedicar su vida a la religión, pues imaginaba que llevar una vida guiada a esta, sería la mejor manera de vivir. Muy devota a Dios y a la Santísima Virgen, Cecilia contaba que su madre, Mercedes Restrepo, le inculcó desde muy pequeña ese dogma, la llevaba a las misas del pueblo, a la Semana Santa y a disfrutar de las procesiones. Me gustaba mucho estar en contacto con Dios, diario le rezaba 5 padrenuestros y le pedía mucho por mi familia y por mí. Desde ahí empezó su interés en todo ese cuento de la religiosidad  y  más cuando se refugió con las Misioneras; el compartir ese estilo de vida con ellas, vivir en un espacio tan santo, tan calmado y tan bonito, hacía pensar a Cecilia que ese era el camino a seguir. Yo lo veía más como una señal que la virgencita me había dado, siempre he dicho que las cosas no pasan porque sí, que todas tienen una intención, entonces en ese momento algo me impulsó y tomé la decisión de emprender ese camino.

Ya con 19 años, Cheche, regresó a San Vicente e ingresó al internado de las Hermanas Franciscanas para terminar lo que sería su bachillerato, ella había cursado hasta quinto de primaria y debido a la falta de ingresos, tuvo que abandonar. Llegué al internado un 11 de enero de 1989, todo ese año empecé a trabajar en el internado y todo lo que me ganaba lo ahorraba para poder estudiar, logré estudiar hasta séptimo y después de ahí me toco devolverme para donde las Misioneras a seguir trabajando con ellas y nuevamente dejar a un lado el estudio.

Sin embargo, después de estar casi 7 años llevando una vida religiosa, trabajando y compartiendo con personas ligadas a mencionado comportamiento, “Cheche”, decidió renunciar a ese estilo de vida y seguir luchando fuertemente contra ese poder sobrenatural al que la gente llama destino y esperar cuál era el siguiente reto o la próxima vida que este le tenía.

El amor y otros demonios

Hacía un poco de calor, ya el sol empezaba a calentarnos la cabeza y podíamos observar cómo el sudor recorría nuestros rostros. Me dispuse a ofrecerle algo a Cecilia, un refresco, un vaso de agua o un granizado. Ella optó por el granizado, decía que le encantaba el café y que uno de estos bien frío saciaría el calor que sentía.

Cecilia, una persona que desde muy pequeña había sufrido no solo por la enfermedad de sus padres sino también por los problemas económicos y laborales, hacía alusión asimismo al tema del amor.

El amor es algo muy bonito, digo yo, pero hay personas que piensan que este sentimiento es solo para placer o deseos. Desde que tenía 5 años fui irrespetada por mi propio papá, irrespetada no en todo el sentido de la palabra, pero si como se dice de manera vulgar “Manoseada” por él. Me vigilaba cada vez que iba algún amigo a la casa a saludarme o a llevarme cualquier regalo y luego de que se iban, me decía que le diera un abrazo, yo lo abrazaba normalmente pero sentía que no era un abrazo de padre sino de alguien que se quería sobrepasar conmigo.

Debido a lo acontecido, Cecilia ha cargado con un trauma  y dice tener mala mano para escoger a los hombres; intentó sentir el amor con varios, pero estos iban con la misma intención que quizá tenía su padre, el demostrarle afecto, pero no de manera fraternal; por lo tanto, Cheche, dejó de creer en el amor por un tiempo, dedicándose solo a trabajar y a no recordar ni darle importancia a eso. Cuando decidí dejar el convento, me fui a trabajar a La Ceja en una casa de familia como niñera, allá estuve 2 años y fue donde conocí al hombre del que me iba a enamorar, Su nombre es Rubén, maneja un taxi vía La Ceja- La Unión y es 4 años mayor que yo. Lo conocí en una reunión familiar, mi hermano Iván lo invito y de ahí, en un cruce de miradas nació lo más bonito que he sentido por alguien. Como dijo no solo Pablo Neruda sino también Cecilia, “Es tan corto el amor y tan largo el olvido”. Una frase que lleva muy presente, pues todo lo acontecido, ese trauma marcado desde tan corta edad, hace que dude mucho de este sentimiento, pero al que nuevamente le abre las puertas de su alma y le otorga una nueva experiencia.

Una nueva vida y la enfermedad

Decidida, audaz, entregada, laboriosa y religiosa son adjetivos que quedan enmarcados bajo el seudónimo de esta mujer, «Cheche» que no son solo seis letras que reducen su nombre, son más de mil y una cualidades que se han visto reflejadas en aquella dama un ejemplo a seguir, que ha sabido utilizar los guantes en el rosal de la vida, y superar así cuánta espina le haya causado una herida.

A principios del año 2013 a Cecilia se le es diagnosticada una enfermedad maligna, que todos poseemos, pero que no ha todos se nos desarrolla de igual manera; el cáncer de seno. Es la razón por la que esta mujer se enfrenta con el incierto destino y lucha fuertemente para no dejarse ganar la batalla. Con una sonrisa en su rostro, como la que siempre reflejaba esta mujer alegre y “verraca” relataba los acontecimientos de cómo descubrió esta terrible enfermedad. El cáncer que yo poseo no es hereditario; tres de mis familiares han padecido también de este, pero en diferentes zonas, una prima tiene cáncer de medula y otras dos en el útero. Empecé a sentir dolores en la parte del seno, pero no le di importancia alguna; luego iban pasando los días y me dolía mucho más, hasta se me hinchaba, fue ahí cuando me empecé a preocupar y le conté a mi mamá, después de eso pedí cita de diagnóstico para salir de dudas y pues finalmente me dieron esa noticia de que si tenía cáncer de seno y que ya estaba un poco avanzado; eso fue muy duro en realidad, pues te hace decaer un poco y te llena de tristeza.

Cecilia, a pesar de ese duro golpe sufrido, no se rendía y seguía viviendo con inmensas ganas, con la pujanza que la caracteriza y con esas ganas de salir adelante sea cual sea la situación. Aunque no era fácil, ese ser magnifico continuaba con su vida y seguía compartiéndome testimonios acerca del momento por el que pasaba, todo lo que debía de hacer para llegar al lugar donde le trataban ese tumor maligno que se apoderaba de su cuerpo. El tratamiento lo llevo haciendo hace tres meses, en la Clínica de las Américas allá en Medellín, debo de ir una vez a la semana, ya sea un jueves o viernes. Debido a la enfermedad, soy muy propicia a un desmayo o como se dice coloquialmente, a que se me vaya el mundo, por eso siempre voy acompañada de una amiga, Fabiola Hincapié, a ella la conocí en el convento de las Misioneras, y de un momento a otro decidió dejar de un lado el camino religioso al igual que yo, se dedicó al amor, hoy por hoy está casada, tiene 3 hijos y trabaja en una empresa de calzado allá en Medellín. Desde que salió a flote lo de mi cáncer, Fabiola ha estado muy pendiente de mí, me ha colaborado en todo, me da ánimos cuando los necesito y eso es algo que agradezco desde el alma, es una gran amiga.

Seguíamos entablando una conversación amena, pero con un poco de nostalgia por lo que ocurría, ella se mostraba muy segura y a pesar de todo, esa dentadura blanca pero postiza, seguía irradiando luz en la vida de sus seres queridos.

Una lucha constante y un gran ejemplo

Actualmente, Cecilia labora en la Universidad Católica de Oriente, cumple el cargo de Oficios varios, función que conoce muy bien y que ha realizado en gran parte de su vida.

Cheche, hoy en día es la luz en la penumbra del destino, es una inmensa demostración de entrega y sacrificio, es la señal de vida entre lágrimas y sollozos de una faena que se ha alargado ya un poco más de 40 años. A pesar de los buenos y malos momentos por los que ha vivido, ella le sigue sonriendo a la vida, Nos demuestra que hay personas que aún así teniéndolo todo, se rinden fácilmente por cualquier adversidad que se les presenta en la vida. Espero que todas esas personas que piensan que la vida es fácil, se dieran la tarea de creer que no lo es, Muchos lo tienen todo y otros nada, no se dejen vencer tan rápido y por cosas sin sentido, cuando en realidad pasen por una gran situación, es ahí donde le encontrarán el verdadero sentido a la vida.

Los nombres escritos en esta crónica nos reales, a solicitud de la fuente se oculta su verdadera identidad.

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