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Y una voz para cantar

Joan Báez
Joan Báez

Juan Carlos Piedrahíta (*)

Joan Báez siguió el consejo de Mahoma. Lo escuchó y aplicó su enseñanza al llevarle su estilo musical a los afroamericanos, quienes por esas absurdas disposiciones no tenían acceso a manifestaciones diferentes a las que su raza era capaz de producir.

A ellos se les prohibía la entrada a los teatros para ‘blancos’ y al saber  la existencia de esa medida, la cantante diseñó una estrategia para difundir su sonido entre este segmento de la población, acostumbrada al blues y al soul. Y una de las iniciativas que llevó a cabo fue su visita a prisiones de alta seguridad en las que compartió con los condenados (blancos, negros, inmigrantes, inocentes y criminales) su folk, ese aire tradicional norteamericano cercano a la esencia de la música local en el que ya había una figura predominante, Bob Dylan.

 Báez llevó su guitarra, no necesitaba de mucho más para hacer su canto, a las cárceles de varios estados de su país, y sus imágenes entre ‘los malos de la sociedad’ le dieron la vuelta al planeta durante la década del 60, cuando las comunicaciones estaban aún en la semilla. En ese entonces, esta mujer hija de un mexicano, más que éxitos en el arte sonoro tenía varias confirmaciones de asistencia en marchas a favor de los derechos humanos%nsejo de Mahoma. Lo escuchó y aplicó su enseñanza al llevarle su estilo musical a los afroamericanos, quienes por esas absurdas disposiciones no tenían acceso a manifestaciones diferentes a las que su raza era capaz de producir.

A ellos se les prohibía la entrada a los teatros para ‘blancos’ y al saber  la existencia de esa medida, la cantante diseñó una estrategia para difundir su sonido entre este segmento de la población, acostumbrada al blues y al soul. Y una de las iniciativas que llevó a cabo fue su visita a prisiones de alta seguridad en las que compartió con los condenados (blancos, negros, inmigrantes, inocentes y criminales) su folk, ese aire tradicional norteamericano cercano a la esencia de la música local en el que ya había una figura predominante, Bob Dylan.

 Báez llevó su guitarra, no necesitaba de mucho más para hacer su canto, a las cárceles de varios estados de su país, y sus imágenes entre ‘los malos de la sociedad’ le dieron la vuelta al planeta durante la década del 60, cuando las comunicaciones estaban aún en la semilla. En ese entonces, esta mujer hija de un mexicano, más que éxitos en el arte sonoro tenía varias confirmaciones de asistencia en marchas a favor de los derechos humanos, ya había intercambiado ideas con Martin Luther King y se perfilaba como una voz ideal para la música, pero también para la protesta.

Unos ocho trabajos discográficos, algunos con el mismo nombre de la artista, y una relación de mediana trascendencia con Dylan, quien fue durante muchos años su guía, le prepararon el terreno para lo que sería su presentación más importante hasta la fecha. Como todos sus colegas, Joan Báez arribó el 14 de agosto de 1969 a la granja Bethel, en Nueva York, para hacer parte del Festival de Woodstock. Hasta allí llegó con su guitarra y una visible barriga de seis meses. Así se subió a la tarima y empezó a imponer su poesía, sus canciones con mensajes en contra de la guerra en Vietnam y a dejar una huella especial en la historia sonora del planeta. Su folk fue u

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