Curaciones
jose gregorio hernandez oracion para salud y favores 3
Fui con mi madre a ver los médicos invisibles. Tenía un problema en la matriz y los médicos invisibles operaban a bajo costo en un hotel de media estrella los primeros sábados del mes. En el patio de la vieja casona donde estaba el hotel se daban cita campesinos y mujeres del pueblo. La mayoría era gente de avanzada edad categorizada como “enfermos de caridad” en el antiguo régimen de salud. Gente que no tenía para sufragar servicios médicos. Para convocarlos, los médiums, encargados de invocar a los médicos invisibles, usaban la emisora radial del pueblo.

Mi madre esperó el turno sentada en un taburete rígido de cuero sin pelo, mientras yo trataba de bajar mangos del solar. Cuando le correspondió pasar al diagnóstico, la hicieron entrar con otras dos personas y yo iba a su lado, un niño. La habitación estaba ataviada con los enseres propios de esos hoteles espartanos, una cama, una mesa con silla y espejo y un rincón donde habían instalado un altar con veladoras ardientes y una estatua grande del médico que curaba. Había tres médiums adentro de aquella habitación sofocante. Una arrodillada en el altar improvisado, vestida de enfermera pero en trance, murmurando oraciones y secretos que solo ella conocía. Yo solo alcanzaba a oír sus palabras atropelladas: “diez inyecciones en la parte de la espalda, siete puntos de sutura en la parte del cerebro, una operación de los testículos, hay que extirparle los ovarios”. Había otra vestida también de enfermera, pero sentada en la única mesa presta a tomar nota y cobrar el valor de la consulta. Era la encargada de hacer una breve historia clínica anotando las quejas de los dolores de cada paciente. Cada uno de los tres pacientes fue pasando y explicando sus dolores mientras los médiums resolvían el tratamiento. En el turno de mi madre, oí la palabra incontinencia, que para mi era desconocida, dolores múltiples al barrer, trapear, alzar cosas, acuclillarse, problemas con embarazos y abortos del pasado. El médium principal la hizo acostar bocarriba en la cama, le impuso una espada sobre la barriga y rezó en voz baja mientras la médium junto al altar alzaba la voz y redoblaba las dosis y los diagnósticos para el tratamiento que daba el médico invisible a mi madre y que la otra médium anotaba rápidamente en la mesa: una cirugía de matriz que se realizaría un mes después en el mismo recinto bajo unas condiciones mínimas de salubridad: una cama y una vela.

Luego de la imposición, la médium de la mesa le dijo a mi madre el valor de la consulta y le dijo que debía regresar el primer sábado del siguiente mes con gasa, una botella de alcohol, hilo de sutura y una sábana para cubrirse de pies a cabeza durante la cirugía. El médico invisible le haría la operación después de la media noche. Recuerdo que al salir de aquella habitación mal iluminada le pregunté a mi madre el significado de las dos palabras desconocidas. Antes de eso no sabía que cualquiera puede morir antes de tener vida. Que siendo niños, aun antes de nacer, puedes morir. Mi madre nunca se hizo operar. Creía en estas cosas, y en el poder numinoso de los naipes y en los presagios, pero esta vez le produjo miedo que el médico invisible no contara con el suficiente instrumental quirúrgico para operarla en un hotel.

Yo seguí soñando con ese día y pensando en esos ritos de magia por el resto de mi vida.

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