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Publicado el @ComíCuento

El País de las Maravillas 3: Gachantivá y las Maravillas de Dios

A Gachantiva se llega tomando una desviación a la izquierda de la carretera que de Villa de Leyva conduce a Arcabuco y también a Moniquirá, a unos cinco kilómetros adelante de la vereda Llano Blanco. Los paisajes son cada vez más desolados y feraces, y el rastro humano poco a poco va desapareciendo conforme el camino se adentra en los campos. La carretera dejó de ser pavimentada kilómetros atrás y son pocos los automóviles que por allí transitan.

Gachantivá
Gachantivá

Nos adentramos en el País de las Maravillas.

En la ladera de la montaña se levanta el pequeño pueblo, apacible y bucólico. Es lunes a media mañana y las pocas personas que aparecen por la plaza principal, no se afanan por llegar a sus destinos. En la tienda donde preguntamos por las maravillas, los labriegos que jovialmente atienden nuestras extrañas preguntas acerca de una maleza maravillosa están departiendo al calor de unas cuantas cervezas. El ritmo allí es otro.

Una solitaria maravilla en la plaza de Gachantivá
Una solitaria maravilla en la plaza de Gachantivá

Maravillas todos han comido. Comían de niños y aún ahora son frecuentes los cocidos de maravillas. “¿Y dónde las conseguimos?”, preguntamos. Habíamos oído la semana pasada de Don Hernando Suárez y sus vecinos en Llano Blanco, que en Gachantivá eran más comunes que en Villa de Leyva y por eso estamos aquí. Pero las maravillas no se cultivan por lo que tampoco se venden y en el pueblo no se consiguen salvo en casos excepcionales. Alguien menciona a “Los Peñas” y todos asienten. Doña Hilda Peña de seguro tiene maravillas, me dice uno de los hombres. “Si ustedes van hasta la vereda La Caja, me acercan y les digo donde es”. Sin dudarlo nos ponemos en marcha.

La vía veredal es estrecha y sinuosa y abraza los contornos medios de una alta montaña; la piedra del camino es antigua, oscura y dura. A nuestra izquierda, el cerro termina profundamente allá, muchos metros abajo, en un hondo cañón. Pocas casas salpican esta majestuosa topografía. En una de las curvas del camino nuestros guías se bajan y nos indican cuántas curvas más debemos contar para llegar a la finca de “Los Peñas”. No es lejos de allí. Dos curvas más para encontrar las maravillas. (hace más de una hora y media salimos de Villa de Leyva y desde hace media hora que nos encontramos en este camino; no nos hemos topado con ningún carro…)

Doña Hilda Peña y su familia habitan en un par de casas aledañas al camino verdal que de Gachantivá conduce a las veredas de La Caja, Monjas y el Guamo. “Los Peñas”, como son conocidos en la región, son los custodios de las llaves de Las Cascadas – un paraje natural paradisiaco que atrae a algunos visitantes a esta remota zona del Norte de Boyacá –. Doña Hilda nos atiende con la proverbial hospitalidad de las gentes de los campos. Su nieto corre alrededor nuestro. No tendrá más de cuatro años y es un chico alegre y conversador.

El nieto de doña Hilda
El nieto de doña Hilda

¡Maravillas de dios!” dice el niño riendo cuando preguntamos por el elusivo bulbo; su abuela, riendo también, nos cuenta que desde que se aprendió a sostener en pie, el niño va a los campos de maravillas y ayuda con su recolección.

En una ocasión, cuando apenas estaba aprendiendo a hablar, su abuela lo invitó y el niño le preguntó:

–          Abuelita, ¿para qué maravillas?

–          Para comer, son ricas.

–          ¡Maravillas de dios! – , había dicho relamiéndose, y desde entonces así se habían quedado. Siempre que el niño quería de aquel manjar, exclamaba: ¡Maravillas de Dios!

A las maravillas las vimos desde que llegamos, entre el maizal ya amarillento después de la cosecha.

Doña Hilda y su familia se extrañan un poco ante nuestro interés por las maravillas. Para ellos se dan así no más, entre el maizal y con muy poco esfuerzo y cuidado. Se sorprenden incluso ante nuestro escaso interés en las cascadas cuyas llaves cuidan celosamente. Sin embargo, con infinita generosidad desentierran algunas de las plantas jóvenes (pues a las maravillas allí aún les faltan unos tres meses para estar listas) y nos las regalan.

Doña Hilda y su nieto desenterrando maravillas del viejo maizal.

Doña Hilda nos enseña que aunque el cultivo de las maravillas y su reproducción es muy simple, su cosecha puede tardar más de un año (quizás esta sea una de las razones por las cuales no se han explotado comercialmente (aún) las maravillas). También aprendemos que los bulbos se desentierran después de la floración. Es en ese momento que sus vainas estallan esparciendo por doquier sus semillas. La maravilla es maravillosa por donde se le mire.

Maravillas en flor
Maravillas en flor

Las maravillas son cada vez más escasas en el mundo en que vivimos por lo que hay que adentrarse más profundamente en lugares remotos – tan remotos o más quizás que el recuerdo de la existencia de  las propias maravillas – para encontrarlas.  Así como olvidamos primero a los espíritus de la naturaleza y luego a los muchos dioses, nuestras maravillas también fueron olvidadas después de haber sido sustento de decenas de generaciones pasadas. A diferencia de tiempos inmemoriales en los que las maravillas se encontraban por doquier, hoy es raro que las lleven a los mercados de los pueblos por lo que hay que buscarlas allí donde aún se conservan y aprecian: en ciertas casas campesinas y en sus huertos íntimos. Aquellos huertos aledaños a las casas, pequeños y cuidados y que producen sólo la comida del hogar, la comida cotidiana… es dentro de estos jardines abigarrados, entre los tupidos follajes, que siempre se han ocultado las maravillas.

Maravillas de dios
Maravillas de dios

Al igual que la semana pasada con don Hernando Suarez en la vereda Llano Blanco, la señora Hilda Peña se ha encargado de preservar una tradición familiar y hogareña, y lo que es más importante, ha logrado transmitírsela a su familia. Todos han sido alimentados con maravillas

El niño, emocionado ante tanta atención, nos despide con su cara redondita y sonriente mientras le dice a su abuela: “Abuelita, ¡hoy quiero maravillas de dios!

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