Lo tenía más que decidido antes de viajar a Barichara pero voy y leo ayer en la prensa un informe de la FAO que asegura que muchas especies de insectos tienen tantas proteínas como la carne y que son una fuente de alimento muy nutritiva y saludable con alto contenido en grasas, proteínas, vitaminas, fibra y minerales. Así que dicho y hecho: a comer hormigas culonas, reinas criollas de los insectos y bocado por excelencia del departamento colombiano de Santander donde he pasado feliz este puente, aunque supongo que para tenga sentido lo del filete y la ONU hay que comerse kilos y kilos de bichitos y no unos poquitos como hice yo.
Y ahora la pregunta del millón: ¿están ricas estas hormigas aladas Atta Laevigata? Sí, riquísimas, aunque al principio da bastante impresión llevártelas a la boca y eso que antes de cocinarlas les quitan el pico, las alas y las patas, pero aún así hay que echarle valor. ¿Y a qué saben? Algunos dicen que a maní; yo no sabría decir a qué, creo que tienen un sabor único. Crujientes son muy crujientes claro porque para prepararlas y que no se quemen las tuestan muy despacito en recipientes de barro (como el de la foto de abajo) para luego rociarlas con sal y comerlas en casa, venderlas en el mercado en paqueticos que pueden llegar a costar hasta 100.000 pesos, unos cuarenta y pico euros o exportarlas a Estados Unidos, Canadá, Portugal, México y Alemania donde enloquecen con estos insectos. Los santandereanos las toman desde niños, así sin más, aunque Sandra me contaba que en casa de sus abuelos las servían con maíz y panela.
Lo de culonas les viene por su enorme abdomen y ya los indígenas guanes hace más de 500 años las devoraban después de tostarlas al calor de las fogatas, las ofrecían como regalo de bodas para que los hijos nacieran fuertes y vigorosos y las usaban como cataplasmas para los dolores de cabeza y estómago. Hay quienes están convencidos de sus poderes afrodisiacos y otros las incluyen en la dieta de sus hijos porque dicen son excelentes para la memoria.
Entre abril y mayo –época de lluvia-, la culona abandona su retiro invernal y sale de su hormiguero en las mañanas soleadas o después de una noche lluviosa para aparearse en el llamado vuelo nupcial. Y es entonces cuando, zas, hay que cazarla eso sí teniendo mucho cuidado con las obreras y soldados que no se comen pero que atacan sin piedad a los intrusos con sus temibles tenazas para defender a sus reinas.
En Bogotá se consiguen en paquetes con sabores a limón y BBQ; creo que en mi próximo viaje a España me llevaré unas cuantas para tomárnoslas allí con unas cervecitas aunque no sé si tendré mucho éxito. Y tú, ¿has probado las hormigas culonas? ¿Y qué te parecen?
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