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Sobre Alma, de Javier Moreno

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Qué bueno es leer un libro de un escritor del que nada sabemos, a quien nunca hemos visto, a quien a lo mejor no vamos a conocer nunca.

Qué bueno reseñarlo sin haber leído ninguna otra reseña; sin haber buscado en Internet una entrevista o una breve biografía del autor. La lectura es más pura -me perdonan la rima-; no hay cautelas ni prejuicios; no se teme halagarlo (con demasiadas dosis de elogios), ni tampoco ofenderlo (con lo poco o lo mucho que de su libro no nos gusta). Pues bien, he leído esta extraña novela, Alma, por pura casualidad. Porque así se titulaba también el primer libro de Manuel Machado (y ahora Manuel me gusta casi tanto como su hermano), y porque así se llama la hija de una amiga. Los motivos en la vida, para leer un libro, son a veces así de personales, así de simples.

Y me ha sorprendido mucho, este libro sobre nada. Porque, en rigor, estamos frente a un libro que prácticamente no tiene trama. Flaubert, un día, en una carta a Louise Colet, esbozó el siguiente proyecto literario: “Lo que me parece hermoso, lo que me gustaría hacer es un libro sobre nada, un libro sin ataduras externas, que se sostuviese a sí mismo con la fuerza interna de su estilo, como la tierra se sostiene en el aire, un libro que apenas tuviera argumento, o, al menos, que fuese casi invisible, si esto es posible.” Ignoro si Javier Moreno habrá leído alguna vez este proyecto no realizado de Flaubert, pero si no lo leyó nunca, de todos modos me parece que su libro está construido así: un libro sobre nada, un libro casi sin trama, un libro que se sostiene en el aire, que es quizá la manera en que se sostienen la conciencia y el alma.

Más que de historias o acontecimientos, esta novela está hecha de sentencias. Y aun más que sentencias, sus frases parecen axiomas que se van superponiendo. Convincentes, indemostrables, duras. Frases inteligentes, sobre todo inteligentes, es decir, frases que nos hacen penetrar en cosas y ver cosas que no habíamos visto. La historia, si la hay, es mínima. Pasan muy pocas cosas en Alma, salvo quizá las que suceden en la cabeza de su narrador o de sus otros dos personajes, que más parecen fantasmas del mismo narrador. Es como si el yo de la novela nos dijera, sin decírnoslo, que pasan muchas cosas en un alma, en esa palabra anticuada que hoy, en general, llamamos mente, o conciencia.

El yo tácito o explícito de esta novela, no es nada simpático. Su intención no es caer bien. Tampoco busca deliberadamente caer mal. No es nada antipático. Deja la impresión de ser alguien que dice sin temor lo que piensa. Es raro, hoy, no temer decir lo que se piensa. A veces, en el enlace de los pensamientos, surge un ritmo mental -más que de palabras- encantador, hipnótico. Este es su mayor mérito y también su mayor límite. Su virtud, de alguna manera, es también su defecto. Me gusta su sequedad, la brevedad de las frases, pero dudo que este estilo pueda dar mucho más de lo que ha dado. A pesar de su novedad, no fundará una escuela (pero en literatura no se trata tampoco de fundar escuelas). Es un experimento novedoso, fascinante, al mismo tiempo arriesgado y meritorio. Me ha hecho pensar muchas cosas. He aprendido algunas palabras al leerla y me ha transportado a territorios mentales donde antes yo no había estado.

Pareciera que en Alma nada sobrara. Como si cada palabra hubiera sido pensada minuciosamente, no como se piensan (o mejor: no se piensan) las palabras de una novela (al descuido de una pluma rápida), sino como se van esculpiendo las palabras de un poema, sílaba por sílaba. En la trama minúscula todo se sostiene -como quería Flaubert- gracias al andamio ligero, ingrávido, de las palabras. Es una novela, pero tiene la extraña levedad de un poema. Una novela que no hará una escuela, sí, pero ese tampoco es el fin de las novelas. Una novela única en su género, sui generis.

¿Se podrá resumir esta novela? No. Se puede decir lo que no es. No es una novela que haya añadido al mundo una más de las miles historias inútiles (que ya nos hartan) que se publican cada año en el mundo. No hay aventuras en las que el amor, el adulterio, el crimen, se entremezclen. Alma cura el hartazgo de las telenovelas de papel. A los que ya no tenemos el gusto de leer ese tipo de novelas (tan flaubertianas), podemos encontrar en esta Alma un alimento, un oasis para la sed de algo nuevo, de algo distinto.  De algo que no tendrá descendientes, pero que deja en la boca el sabor de no haber perdido el tiempo. Seas quien seas, Javier Moreno, ¡bravo!

Alma, de Javier Moreno

Madrid, Lengua de Trapo, 2011

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