Omayra

Publicado el Pablo Aristizábal Castrillón

El derecho a la incoherencia

Hay dos maneras en las que se suele entender la coherencia, la del que actúa según lo que dice que piensa, como el que se declara a favor de un político y vota por él, y la del que siempre se mantiene en la misma opinión, como el que sigue defendiendo ese político a pesar de que se ha demostrado de manera irrefutable que es un criminal. Todavía es muy común encontrar defensores de la coherencia, tanto de los que exigen que las acciones de una persona concuerden con lo que predica, como de los que piden que los actos que alguien realiza en distintos momentos estén relacionados unos con otros, unidos por una misma línea ideológica, y no se contradigan.

La defensa de la coherencia es vehemente, es la primera bandera de los moralistas de corrillo y los televidentes. Se le considera, de manera casi natural, como una virtud importantísima. Decir que alguien es incoherente es un descalificativo automático y eficaz, la reputación de nadie sobrevive a eso. Pero hay que tener en cuenta que las dos facetas de la coherencia que se han mencionado son muy diferentes. Es muy distinto que una persona actúe de acuerdo con lo que dice, a que siempre actúe de la misma manera. Más que incoherente, el que hace algo diferente a lo que dice, es un mentiroso. Pero el que se contradice una y otra vez en su manera de actuar, quizá no sea porque miente, sino por el simple hecho de que cambia de opinión.

Al mentiroso se le puede criticar por los perjuicios sociales que pueda generar, aunque nunca se le vaya erradicar del todo; mas es una infamia atacar al que cambia de opinión, al que contradice el principio que algún día tuvo y según el cual actuó, y lo transforma de un momento a otro. Porque criticarlo por eso sería tan absurdo como juzgarlo por pensar. Pero se le ataca, y mucho, porque atemoriza, por impredecible, y lo impredecible asusta a los cobardes.

No es coherente sino terco el que nunca cambia de perspectiva, y no es valiente quien no reconoce que ha cambiado y calla fingiendo que sus principios son tan fuertes como la piedra de Pedro. La paradoja es que ese es el primer motivo por el que la gente miente, por preservar la “coherencia”. Un tipo de coherencia enemiga del pensamiento, por solo ser posible cuando se fortalece el dogma, al que se renuncia tan solo en secreto y se repite de manera irreflexiva, como si fuera una fórmula, sin que nadie se detenga a pensar en Él.

En el ensayo “Confianza en uno mismo”, dice Emerson, respecto de la coherencia:

La absurda coherencia es el duende travieso de los espíritus menores; los estadistas, filósofos y teólogos la adoran (…) Di ahora sin tapujos lo que piensas, y mañana no vaciles en volver a decirlo, aunque contradiga cada una de las palabras que dijiste hoy: “Ay, pero no tengas dudas de que no te comprenderán”. ¿Es acaso tan terrible no ser comprendido?

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