ciudad MADE IN CHINA

Publicado el Juan Sebastian Herrera

despacio

 

@herrerajuans

 

Hace un par de años invité a salir a una chica que me gustaba y después de ella haber aceptado, la primera pregunta fue: ¿Vamos en tu carro?

En ese entonces yo no tenía carro -ahora tampoco- y me tocaba como seguro a muchos de ustedes hablar con los papás para que nos hicieran ese gran favor y no nos tumbaran el levante. Tomando fuerzas para pedirles el favor, me puse a pensar qué sucedería si no fuese por ella en carro sino a pie y montáramos en metro ¿le bajaría el estatus a la cita? ¿Se negaría?… hice otras conjeturas más cursis que no quisiera revelar por básica vergüenza. En todo caso, conseguí el carro y salí porque no me quise arriesgar a perder el chance de la primera cita.

Hago esa introducción porque seguramente muchos de nosotros crecimos con la presión de andar en carro porque da estatus, que andar en bus es para pobres y caminar no se puede porque nos atracan… Las necesidades -así no sean sanas- que los seres humanos apropian tienen orígenes reales, nadie se inventa una solución a un problema que no existe, sin embargo, esto con el paso del tiempo y el empujoncito de la sociedad misma se va transformando en mitos que el mercado y la publicidad, entre otros, saben capitalizar muy bien.

Si algo caracteriza a una ciudad es esa inmediatez y superposición de diferentes flujos que van y vienen, desde personas, pasando por dinero y materia prima. En la ciudad se da lugar a la mayor complejidad de relaciones humanas y por ende, esta condiciona la calidad de vida de sus habitantes. No tanto por lo físico para el caso de este escrito, sino por la predisposición humana sobre ciertas condiciones y requerimientos.

Ante todo lo que es rápido está su contraparte más lenta, fast food – slow food, city – slow city. Oficialmente lo slow tuvo su primera manifestación en 1986 en Italia ante la apertura de un McDonalds, esto según varios ciudadanos iba en contra de la tradición culinaria en el país del buen comer. A partir de allí el movimiento slow food se transformó en un mercado alternativo de comida que valora el ritual de la alimentación.
Este interés tuvo también acogida en los temas urbanos, comenzando por  Citta Slow en 1999, movimiento que propendía adoptar un estilo de vida más tranquilo, sostenible y a conciencia; traducido en asuntos puntuales, se proponía trabajar lo justo, descansar lo más posible, disfrutar el entorno urbano y apropiar la ciudad. Los modelos de crecimiento urbano y el delirio del desarrollo cada día hicieron más difícil esta aspiración pues parecía que el estado máximo de optimización era sinónimo de calidad de vida y riqueza.

No vale la pena hablar de lo equivocado que era ese modelo porque ya mucho se ha escrito, hasta yo en este blog. Lo que si vale la pena hablar es sobre cuáles son los retos de la planeación y de la ciudadanía misma frente a esta necesidad de vivir bien en la ciudad, aquella que ya está construida y aquella donde la vida se aferra inteligentemente a cualquier espacio de libertad. Sabemos muy bien que si queremos transformar algo ya existente tenemos que detenernos a revisar el estado actual de ese algo, de esa ciudad; dónde se localizan los lugares más densos, cuáles son los lugares más atractivos y por qué, y sobre todo , cómo se mueve la gente…

En Planeación urbana se suele decir que las ciudades están sobre-diagnosticadas cuando se han hecho análisis demográficos, estudio del suelo, inventarios de equipamientos y espacios públicos, etc, y se quiere evitar ir más allá… nadie se atreve a pensar si en realidad la ciudadanía se está moviendo como la planeación de puertas cerradas lo ideó, al menos no sinceramente. Quizá la planeación tradicional entre otras cosas, en búsqueda de grandes obras y proyectos obvian esta consideración de detalle porque sencillamente se sale de escala.

Los arquitectos tenemos gran parte de esta culpa y es que a diferencia de otras carreras, una escuela de arquitectura es casi una secta, se diseña ciudad de espalda a la ciudad. Qué bueno sería que los arquitectos -y todos- miraran al ser humano no como cliente sino como usuario, y no como contribuyente sino como ciudadano, y que más que reconocer una diferencia semántica, nos atreviéramos a analizar la vida urbana como insumo para diseño y planificación de ciudades.

Ante esta necesidad quisiera extenderles una invitación a ser parte de un experimento sobre Slow City en Bogotá y Medellín que estoy haciendo junto con un amigo de Dinamarca,  este proyecto tiene que ver con mapear desplazamientos en la ciudad utilizando una aplicación que se instala en sus dispositivos móviles, esta funciona en un segundo plano y recopila información que al cruzarla en un soporte geográfico da pistas sobre cómo la ciudad está siendo utilizada por sus ciudadanos y esto a su vez, sirve para saber dónde es más conveniente hacer algo y dónde puede esperar… La participación es totalmente anónima.

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Acá pueden encontrar más información y las instrucciones para unirse. Slow City.

Esta es una de las muchas iniciativas que pueden acercarnos a la transformación de nuestros entornos partiendo de la recolección de información vital que aún no existe. Otra manera que propongo es por medio de la pedagogía como herramienta de empoderamiento ciudadano y esto se materializa en un proyecto llamado Ciudad Escuela al que también los invito.

Termino diciéndoles que la responsabilidad sobre la calidad de vida propia y de los demás recae en lo que cada uno de nosotros en nuestro papel de ciudadanos hagamos para sentir la ciudad como una mejor experiencia… Quisiera haber tenido esa cita en estos días y que la pregunta hubiese sido: ¿quieres ir caminando?

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