Cosmopolita

Publicado el Juan Gabriel Gomez Albarello

¿A qué sabe el fachismo?

¿A qué sabe el fachismo?
Yo no lo sé, pero si sé a qué sabe enfrentarlo.
El día de hoy un pequeño grupo de manifestantes, no más de veinte o treinta, recorría la carrera 13 en la ciudad de Bogotá. Yo me los encontré cuando iban a la altura del Centro Internacional. Llevaban una pancarta que decía “Sí al Fuero Militar”.
Como el fuero militar nunca ha dejado de existir ni conozco a nadie que quiera abolirlo ni nada por el estilo, podría asegurar que lo que esos manifestantes demandaban era la ampliación de la competencia de la justicia penal militar a los casos de violación a los derechos humanos. Esta competencia es la que nunca ha debido existir, pero desafortunadamente es la que varios sectores, particularmente una asociación de militares retirados, ACORE, se empeña en pedirle al Congreso que la restaure.
El fuero militar es una institución muy antigua. Tiene su razón de ser en la preservación de la disciplina dentro de las fuerzas militares. Lo que no tiene razón de ser es que se incluya en ese fuero el conocimiento de cosas que no tienen nada que ver con el mantenimiento del orden marcial. No voy a repetir aquí todo lo que se ha dicho y escrito sobre el asunto. Éste es ya un asunto resuelto. Las violaciones a los derechos humanos son de competencia de la justicia civil.
Yo entiendo el malestar que a muchos militares y a sus familiares le puede causar que las acusaciones de delitos cometidos en el curso de sus funciones vayan a parar a manos de una institución bastante cuestionada: la Fiscalía General de la Nación. Si yo fuera militar y supiera que alguien maliciosamente quisiera dañar mi carrera, tendría razones para estar preocupado. El uso y abuso de la prueba testimonial por parte de la Fiscalía ha alcanzado unas proporciones gigantescas.
El mejor ejemplo de esta situación es el caso de Sigifredo López. El fiscal de turno, amparado en una colección de testimonios de personas cuya credibilidad ha sido puesta en duda en varias ocasiones, se apresuró a ordenar una indagatoria y a dictar una medida de aseguramiento que han conmocionado a todo el país. Peor aún, a pesar de que una prueba técnica ha servido para demostrar que la acusación de ese fiscal es infundada, la Fiscalía se ha empeñado en continuar coartándole al ex-diputado del Valle su derecho a la libertad personal. Aparentemente, el dicho “un auto de detención no se le niega a nadie” sigue vigente.
Por eso, como lo dije anteriormente, si fuera militar, me preocuparía de que un fiscal poco diligente, quizá ansioso de producir algún resultado que le signifique una promoción en su carrera, se aventurara a proferir una decisión que afectara mis derechos constitucionales. No puedo decir otra cosa sino que la situación es terrible. Pero lo es también para los civiles. Y como civil creo que el remedio es fortalecer la capacidad técnica y jurídica de la Fiscalía antes que darle a la justicia penal militar una competencia que debe estar reservada a la justicia civil.
A mí me duele saber que hay madres que se van a dormir llorando la pérdida de sus hijos asesinados por unos miembros de las fuerzas militares que, violando su deber constitucional y legal, ansiosos por una promoción o unas vacaciones, cometieron asesinatos a sangre fría, asesinatos que eufemísticamente hemos dado en llamar “falsos positivos”. Casos de este tipo nunca deben salir de la competencia de la justicia civil, nunca deben ir a manos de la justicia penal militar.
Por eso cuando encontré en la carrera 13 a los manifestantes que llevaban una pancarta que decía “Sí al fuero militar” grité a todo pulmón “Falsos Positivos”. Grité duro, lo más duro que podía, con toda la dureza que proviene de mi indignación. Y entonces tuve un encuentro memorable, digno de recordación en este blog, un encuentro con el fachismo que hay en este país. Varios tipos, algunos con shorts de camuflado, otros con una camiseta negra en la que sobresalía una cruz de tinte gótico, muy apropiada a la versión mestiza catolicoide de nuestro fachismo, se me vinieron encima con gesto amenazante gritándome que me callara. Yo seguí gritando lo que más pude hasta que los tuve demasiado cerca, tan cerca como para saber que la confrontación iba a dejar de ser verbal y podía tornarse en física.
Afortunadamente, en la retaguardia de ese pequeño grupo de manifestantes iban dos agentes de la Policía. Apenas los ví, les pedí protección y me la dieron. Hicieron lo que una autoridad legítima hace por los ciudadanos: proteger sus derechos. En su ausencia, creo que habría tenido que enfrentarme a una pandilla de cobardes que atacan siempre en grupo.
Pocas veces he tenido ocasión de enfrentar el fachismo de una manera tan inmediata como lo hice hoy. Hoy puedo dar testimonio de su sabor. A pesar del miedo a ser agredido, pero también gracias a él, sentí de una forma muy primaria el gusto de hacer lo correcto, el de darle la cara a quienes defienden lo indefendible, el de confrontarlos en la calle, el de oponer a su mensaje el mío: no acepto la impunidad en la que permanecen muchos crímenes en este país.
Para terminar, quisiera despejar una duda, si es que mi texto induce a ella. No creo que quienes defienden el fuero militar sean per se fachistas. Pero sí lo son quienes lo defienden dispuestos a agredir físicamente a aquellos que gritamos en la calle nuestra indignación. A esos fachistas les puedo decir desde esta humilde tribuna: sentí temor, pero no estoy intimidado. Estoy alegre de haber hecho escuchar mi voz en solidaridad con personas que lidian con un dolor muy

Yo no lo sé, pero sí sé a qué sabe enfrentarlo.

El día de hoy un pequeño grupo de manifestantes, no más de veinte o treinta, recorría la carrera 13 en la ciudad de Bogotá. Yo me los encontré cuando iban a la altura del Centro Internacional. Llevaban una pancarta que decía “Sí al Fuero Militar”.

Como el fuero militar nunca ha dejado de existir ni conozco a nadie que quiera abolirlo ni cosa por el estilo, podría asegurar que lo que esos manifestantes demandaban era la ampliación de la competencia de la justicia penal militar a los casos de violación a los derechos humanos. Esta competencia es la que nunca ha debido existir, pero desafortunadamente es la que varios sectores, particularmente una asociación de militares retirados, ACORE, se empeña en pedirle al Congreso que restaure.

El fuero militar es una institución muy antigua. Tiene su razón de ser en la preservación de la disciplina dentro de las fuerzas militares. Lo que no tiene razón de ser es que se incluya en ese fuero el conocimiento de cosas que no tienen nada que ver con el mantenimiento del orden marcial. No voy a repetir aquí todo lo que se ha dicho y escrito sobre el asunto. Éste es ya un asunto resuelto. Las violaciones a los derechos humanos son de competencia de la justicia civil.

Yo entiendo el malestar que a muchos militares y a sus familiares les puede causar que las acusaciones de delitos cometidos en el curso de sus funciones vayan a parar a manos de una institución bastante cuestionada: la Fiscalía General de la Nación. Si yo fuera militar y supiera que alguien maliciosamente quisiera dañar mi carrera, tendría razones para estar preocupado. El uso y abuso de la prueba testimonial por parte de la Fiscalía ha alcanzado unas proporciones gigantescas.

El mejor ejemplo de esta situación es el caso de Sigifredo López. El fiscal de turno, amparado en una colección de testimonios de personas cuya credibilidad ha sido puesta en duda en varias ocasiones, se apresuró a ordenar una indagatoria y a dictar una medida de aseguramiento que han conmocionado a todo el país. Peor aún, a pesar de que una prueba técnica ha servido para demostrar que la acusación de ese fiscal es infundada, la Fiscalía se ha empeñado en continuar coartándole al ex-diputado del Valle su derecho a la libertad personal. Aparentemente, el dicho “un auto de detención no se le niega a nadie” sigue vigente.

Por eso, como lo dije anteriormente, si fuera militar, me preocuparía de que un fiscal poco diligente, quizá ansioso de producir algún resultado que le signifique una promoción en su carrera, se aventurara a proferir una decisión que afectara mis derechos constitucionales. No puedo decir otra cosa sino que la situación es terrible. Pero lo es también para los civiles. Y como civil creo que el remedio es fortalecer la capacidad técnica y jurídica de la Fiscalía antes que darle a la justicia penal militar una competencia que debe estar reservada a la justicia civil.

A mí me duele saber que hay madres que se van a dormir llorando la pérdida de sus hijos asesinados por unos miembros de las fuerzas militares que, violando su deber constitucional y legal, ansiosos por una promoción o unas vacaciones, cometieron asesinatos a sangre fría, asesinatos que eufemísticamente hemos dado en llamar “falsos positivos”. Casos de este tipo nunca deben salir de la competencia de la justicia civil, nunca deben ir a manos de la justicia penal militar.

Por eso cuando encontré en la carrera 13 a los manifestantes que llevaban una pancarta que decía “Sí al fuero militar” grité a todo pulmón “Falsos Positivos”. Grité duro, lo más duro que podía, con toda la dureza que proviene de mi indignación. Y entonces tuve un encuentro memorable, digno de recordación en este blog, un encuentro con el fachismo que hay en este país. Varios tipos, algunos con shorts de camuflado, otros con una camiseta negra en la que sobresalía una cruz de tinte gótico, muy apropiada a la versión mestiza catolicoide de nuestro fachismo local, se me vinieron encima con gesto amenazante gritándome que me callara. Yo seguí gritando lo que más pude hasta que los tuve demasiado cerca, tan cerca como para saber que la confrontación iba a dejar de ser verbal y podía tornarse en física.

Afortunadamente, en la retaguardia de ese pequeño grupo de manifestantes iban dos agentes de la Policía. Apenas los ví, les pedí protección y me la dieron. Hicieron lo que una autoridad legítima hace por los ciudadanos: proteger sus derechos. En su ausencia, creo que habría tenido que enfrentarme a una pandilla de cobardes que atacan siempre en grupo.

Pocas veces he tenido ocasión de enfrentar el fachismo de una manera tan inmediata como lo hice hoy. Hoy puedo dar testimonio de su sabor. A pesar del miedo a ser agredido, pero también gracias a él, sentí de una forma muy primaria el gusto de hacer lo correcto, de darle la cara a quienes defienden lo indefendible, de confrontarlos en la calle, de oponer a su mensaje el mío: no acepto la impunidad en la que permanecen muchos crímenes en este país.

Para terminar, quisiera despejar una duda, si es que mi texto induce a ella. No creo que quienes defienden el fuero militar sean per se fachistas. Pero sí lo son quienes promueven su ampliación dispuestos a agredir físicamente a aquellos que gritamos en la calle nuestra indignación. A esos fachistas les puedo decir desde esta humilde tribuna: sentí temor, pero no estoy intimidado. Estoy alegre de haber hecho que mi voz se escuchara como un estruendo, de haber hecho pública mi solidaridad con personas que lidian con un dolor muy grande.

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