Depositamos la confianza en un especialista para que extirpe el tumor instalado. Meses más tarde el médico con mirada evasiva, nos informa que el bicho ha regresado. Ante el fallido intento, buscamos esperanzados otra estrategia para curar o frenar el avance de la malignidad, y así mantener otro rato el espíritu en nuestro advertido cuerpo.
Una posibilidad es volver a transitar por el camino andado, para encontrarnos, como con los amores irremediablemente perdidos, con el mismo resultado. El urólogo insistía en seguir desafiando con su técnica la masa en mi cuerpo, en contravía con la norma clásica de “ante todo no hacer daño” (primum non nocere), a pesar que el método resultaba iatrogénico (esta rara palabra, define cualquier condición adversa inducida en un paciente por efectos lesivos del tratamiento).
Al paciente le corresponde decidir qué hacer con el solapado y pertinaz cáncer, pero no es fácil, ya que abunda información, presiones y opiniones sobre el particular.
Percibo el cáncer como una lección de espiritualidad. Me he hecho consciente de la necesidad de conectar con el poder de Dios, para lograr una transformación saludable en el cuerpo físico. Le he pedido con fe a la fuente originaria de la vida que me ayude a tomar las decisiones más acertadas.
Mi enfoque para enfrentar la condición, tiene la forma de un triángulo equilátero. En la parte superior se encuentra el Padre creador como único sanador y en la base mi familia y amigos como cuidadores (necesitamos de apoyo y cariño para revertir la enfermedad). Los otros dos catetos son los tratamientos terapéuticos disponibles para curar.
De los métodos complementarios, he escogido algunos que me han permitido vivir saludable y agradecido para compartir la historia.
Me veo como una persona en altamar, a quien el bote salvavidas se le ha desinflado. Oteando en la distancia otro medio de salvación, encuentra un providencial madero al que se aferra. De pronto, pasa a su lado un gigantesco barco que por su tamaño y características, hace imposible el rescate. Desde la cubierta, algún experto grita que no puede agarrarse a la tabla, porque de la misma no se tiene evidencia que haya salvado a otros náufragos.
Como del barco de la ciencia no me han lanzado una propuesta de sanación efectiva, me he aferrado a una tabla de salvación, que aunque carente de base científica, ha logrado revertir la enfermedad.