Los niños vienen sin instrucciones

Publicado el Mimi Gonzalez

Sí. Aún hoy, los niños vienen sin instrucciones.

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Fácil sería si obedecieran con sólo una vez que les dijéramos; o que no le dieran vuelta a los ojos y los dejaran casi en blanco cuando corregimos algo que pensamos que podrían hacer mejor.  Fácil, si pusieran en su lugar lo que sacaron y lo guardaran además con todo lo otro que sacaron y que no necesitaban.  Ojalá donaran en algún lugar, una copia de instrucciones de cómo formar personitas justo desde el momento en que nacen. Igual que todo lo demás en la vida, sería muy útil que vinieran también con un manual.

“Manual para lograr que su hijo sea una persona de bien, respete a los demás, se sepa defender, no diga mentiras, sea higiénico, salude, diga por favor y haga las tareas sin necesidad de estar encima.”

No. No existe.

Esto de educarlos es -como dirían los abuelos-, de tranca en tranca. En otras palabras, a los trancazos. La primera vez lo dice uno con amor, la segunda con esperanza, la tercera con firmeza, la cuarta con voz de mando y la quinta… la quinta sale con todo lo que no queremos ser.  Nos ahorraríamos malestares si nos explicaran por ejemplo, que es normal que parezcan sordos; o que traen energía extra y un solo plan no los cansa; o que mientras estén entre 4 y 18 años una de las preguntas que haremos casi a diario será “… pero, no te dije?!”.

Pues bien.  Me parecen tan fascinantemente particulares, que he dedicado los últimos 15 años a tratar de entenderlos y entenderlas  –como dirían algunos personajes públicos actuales-.  Y he encontrado que niños, niñas, adolescentes y jóvenes, son extraños.  O por lo menos, no se parecen a nosotros.

Son criaturas de otro tamaño, con timbre y volumen de voz especial, olor especial, ciclos de sueño distintos, genio y ánimo dulce y volátil a la vez, con un umbral de paciencia de pocos segundos, gustos por comidas a veces insólitas, productores de ternura y terror al mismo tiempo, fuertes como el hierro y frágiles como papel. Parece como si hablaran el mismo idioma que nosotros, pero no; y parece que oyeran lo que estamos seguros que dijimos en el mismo idioma de ellos, pero no.

Son criaturas por ejemplo, que sienten temor real a la oscuridad porque a diferencia nuestra, saben que es un universo paralelo e infinito, habitado por seres que ellos ciertamente ven y al que no tenemos acceso ni siquiera usando nuestra mas aguda imaginación.

Y hay más. He encontrado que se apoderan absolutamente de nosotros porque saben cómo llegar sin pausa al corazón. Con toda razón necesitamos criarlos por lo menos entre dos, por turnos y con ayuda de otros adultos, ojalá lúcidos.

Son seres particulares, es verdad. Y después de que nacen, es difícil entender cómo pudimos vivir sin ellos. Pero amarlos no es suficiente.  Su formación es tal vez la tarea más compleja, fina y exigente que enfrentamos todos los días durante medio recorrido adulto. Tanto así, que es con lo que seguro todos nos perpetuamos. Si han de ser nuestra pasión de vida, amémoslos mucho. Amémoslos bien.

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