Catrecillo

Publicado el Ana Cristina Vélez

En pro del aborto

Cedo la palabra a Antonio Vélez:

 

Criminalizar el aborto no salva bebés; mata mujeres.

Diana Brown

 

En la antigua Grecia el aborto era permitido, y en Roma no suscitaba ningún problema ético. Hasta 1869, los padres de la Iglesia Católica defendían la idea de que la vida comenzaba 40 días después de la fecundación. En el Talmud, antes de 41 días no se considera que el embrión sea un humano, porque no tiene forma humana y “nada que no tenga forma humana es humano”. En la mayoría de las naciones europeas el aborto temprano es permitido. En China, la ley de la Sanidad Maternal e Infantil obliga al diagnóstico prenatal, al que seguirá la interrupción del embarazo si se detecta una anomalía. Y son los médicos quienes deciden si se debe abortar, no los padres. Hoy día, el 90% de los médicos chinos aprueban el aborto, contra el 5% de los norteamericanos. Más civilizados los chinos.

Para  iniciar una discusión racional sobre el aborto conviene conocer algunos detalles del proceso que transforma el óvulo fecundado en un bebé listo para iniciar una vida independiente fuera del vientre materno. En particular, son cruciales los primeros pasos de tan elaborado proceso. Se ha observado que un poco después del apareamiento y cuando uno de los  espermatozoides ha logrado penetrar el óvulo, sus genes pueden permanecer separados de los de este hasta por un día; es decir, la fecundación no sigue inmediatamente al apareamiento. Treinta horas después de haberse mezclado los materiales genéticos de padre y madre, comienza la división celular. Disponemos, entonces, de 2 células del futuro ser humano, luego de 4, 8, …, 32…, hasta formar un paquete esférico, la mórula, cuerpo de un tamaño –dicen- no mayor al punto que aparece al final de esta frase. A los 4 días la mórula empieza a dilatarse y ahuecarse para formar el blastocisto.

El blastocisto, casi microscópico, no tiene órganos ni atributos humanos. En palabras sencillas: es apenas un manojo esférico de células indiferenciadas, un proyecto inmaduro de ser humano. A partir de ese momento se da inicio a la diferenciación celular. Los cambios continúan hasta que, varias semanas más tarde, el embrión se transforma en feto, y ya se adivina un ser humano, si bien el ojo inexperto puede confundirlo con el feto de cualquier otro primate.

El blastocisto es un cuerpo interesante, pues es posible separar algunas de sus células y a partir de ellas obtener otro blastocisto, y de este, otro, indefinidamente. Si se repitiese el experimento, contando con los recursos alimentarios requeridos, en apenas 64 generaciones alcanzaríamos un total cercano a los dos trillones de blastocistos. Disponiendo de úteros suficientes, llegaríamos a tener varios trillones de seres humanos, todos ellos mellizos idénticos, suficientes para poblar 300 millones de mundos como el nuestro. Anotemos que la naturaleza, por accidente, lleva acabo esa misma división, y de un embrión saca dos mellizos idénticos; dos almas a partir de una.

Para aquellos que se oponen al aborto temprano alegando que esos paquetes de células son seres humanos, podremos contestarles que para ello es necesario que posean alma (dicen los creyentes), de lo contrario no se diferenciarían en nada de un trozo de tejido humano. Y si tienen alma, entonces llegamos al absurdo de que el alma es divisible. Y tantas veces como queramos. Un milagro de la ciencia: la multiplicación indefinida de las almas. No sobra comentar que a veces dos embriones, correspondientes a dos futuros mellizos fraternos, se fusionan en uno solo para formar una quimera genética, llamado así porque una parte de sus células portan el genoma de uno de los frustrados mellizos, mientras que las restantes portan el del otro. ¿Fusión de almas? Imposible, porque el alma es una. Pero ocurre, y es la misma naturaleza la que comete semejante crimen. No puede ser, puesto que los teólogos aseguran que el alma es inmortal, indivisible, imperturbable ante el bisturí, imposible de fusionar dos en una; entonces, necesariamente se trata de material biológico sin alma y, en consecuencia, no hay problemas éticos en manipularlo. Pero sí los hay, dicen los teólogos. Con la metafísica y el verbo se hacen toda clase de malabares lógicos.

Otros alegan que el blastocisto es un ser humano, pero en potencia, y que por tanto debemos respetar su vida. A estos los refutamos con facilidad: toda célula de nuestro cuerpo también es un ser humano en potencia, un clon nuestro. Recordemos que la oveja Dolly fue creada a partir de una célula de la ubre de su madre. Ahora bien, para ser consecuentes con la idea de la potencialidad, deberíamos conservar en relicarios inviolables cada tumor o parte que los cirujanos retiren de nuestro cuerpo, o toda célula que se desprenda de nuestra piel, pues son portadores de nuestro genoma y, por tanto, en potencia son mellizos idénticos nuestros. En el polvo de nuestra casa, para no ir muy lejos, hay millones de copias de nuestro genoma, pedazos invisibles de piel regados por el suelo y de los cuales podríamos, disponiendo de una tecnología avanzada, obtener fotocopias exactas de nosotros mismos. Pero sin ningún respeto los pisamos y a la caneca de la basura van a parar con otros desperdicios.

A los humanos se los considera vivos si tienen actividad cerebral; esta es la barrera, aceptada casi por consenso universal, que separa la vida de la muerte. A partir de ese momento caen los cirujanos sobre el cadáver, con su corazón aun latiendo, como buitres carroñeros, para beneficiarse de sus órganos sanos, y por medio de un transplante alargar la vida de un paciente necesitado; más bien de un impaciente, porque hay males que no dan espera. Se sabe que el embrión no tiene actividad cerebral, ni siquiera posee cerebro, luego es posible alegar que todavía no es un ser humano. Esto parece razonable, dentro de una ética civil, sin imposiciones abstractas traídas del más allá, civilizada, por convenio entre humanos sensatos, sin prejuicios religiosos. Por eso, en las discusiones sobre la ética del aborto, estas fronteras difusas entre la vida y la no vida, un poco arbitrarias pero razonables, deben tenerse en cuenta en el momento de establecer las leyes correspondientes.

Las autoridades religiosas y muchos laicos se oponen a la llamada píldora del día siguiente, aduciendo que después de la fecundación, el óvulo ya no es una simple célula, sino un ser humano en potencia, provisto de alma, por lo que cualquier intento por evitar que se inicie el embarazo significa el asesinato de un ser humano. También se oponen, por idéntica razón, a cualquier manipulación del embrión, aunque esté destinado a salvar otras vidas; es decir, cuenta para ellos más la vida del embrión que la de un ser humano ya formado.

Que es un atentado contra la dignidad humana y un irrespeto a la vida, dicen otros, muy serios. Es cuestión de óptica. Pero lo que sí no es de óptica es que impedir el aborto a una mujer sin recursos de ninguna clase, y con ello traer a este mundo a un ser a quien la futura madre no podrá criar, ni educar, ni lo desea, sí es un gran atentado contra la dignidad humana. Y contra la libertad. Permitir que una niña de 12 años (casos se han dado y se darán), embarazada a la fuerza por un tarado (malos genes), tenga ese hijo, con riesgos notables para su propia vida, es un acto abominable, y debe castigarse a todo aquel que impida ese aborto. Se olvidan imperdonablemente de la vida de la madre, este sí un ser humano, no un proyecto en desarrollo. Debemos señalar a todos aquellos que en nombre de una moral sin ningún fundamento serio cometan tan graves atropellos contra las mujeres y contra la dignidad de la vida. Y, para colmo de la desfachatez, que lo hagan en nombre de la dignidad de la vida.

Consideran también un atentado contra la vida evitar que nazca un niño con taras, deformaciones y aún con enfermedades incurables y muy dolorosas, para  luego llevar una vida miserable y hacérsela miserable a los padres. Oigamos la voz póstuma de Juan Pablo II: “Un diagnóstico que muestra la existencia de una malformación o una enfermedad hereditaria no debe ser el equivalente de una sentencia de muerte”. ¿Será acaso un atentado contra la vida? ¿No será al contrario, un atentado contra la vida permitir que nazcan seres con malformaciones que los destinan a una vida de pesadilla? Discrepamos del Papa.

Para los que meten en el mismo costal todos los abortos, conviene recordarles que los niños afectados del síndrome de Lesch-Nyhan (detectable antes del nacimiento), uno de los defectos genéticos más horrorosos, sienten compulsión por automutilarse, se arrancan a mordiscos los labios y los dedos, se queman deliberadamente con agua caliente, y arremeten contra sus propio ojos con cuanto objeto punzante caiga en sus manos. Asimismo, son capaces de causarles heridas serias a las personas que los cuidan. Y pese a los esfuerzos de los padres, siempre terminan temprano el calvario de su paso por este mundo. En épocas antiguas, a estos niños se los consideraba poseídos por el demonio. Con sobrada razón. Ahora conocemos esos demonios, pero muchos se empeñan en impedir que los exorcicemos.

 

Un niño con el síndrome de Lesch-Nyhan

Los niños anencefálicos no tienen ninguna posibilidad de sobrevivir a la infancia. En realidad son pequeños monstruos que les van a demandar a sus madres sufrimientos morales y físicos inenarrables. Los niños afectados de epidermolisis ampollosa mantienen el cuerpo cubierto de ampollas, producidas con los roces. A estos niños no se los puede cargar, pues de hacerlo, en los puntos donde se les haga presión se les desprende la piel o se les ampolla. Nunca pueden gatear, correr o jugar debido a la fragilidad incurable de su piel. Al tratar de bañarlos, gritan de dolor ante el solo contacto con el agua, y únicamente pueden consumir líquidos, pues las llagas aparecen también en el esófago. Sobra decir que los sufrimientos del niño y de sus padres son indescriptibles. Y esta es apenas una muestra pequeña de las taras dolorosas que acechan en el genoma, y que son evitables con un aborto a tiempo.

 

Niña anencefálica

¿No es inmoral permitir que a este valle de lágrimas lleguen niños con semejantes defectos? Y ¿qué tal dos siameses, torturados de por vida a vivir pegados, sin independencia, sin libertad, en posturas fatigosas, esclavizados unos a otros, sus vidas limitadas por la de su mellizo, pues en caso de perecer uno de ellos, el otro no puede seguir viviendo atado aun cadáver putrefacto? Pero el aborto es inmoral, aun en estos caso –alegan los moralistas-, porque el fin no justifica los medios. ¿Habrá algo más absurdo y que vaya contra toda razón civilizada?

 

Siameses

Es un error craso meter en el mismo bolsillo de las prohibiciones el aborto de un embrión de unos pocos días y el de un niño sano y listo para nacer. Y es un error grave meter en el mismo bolsillo el aborto de un bebé defectuoso, que de superar el parto llevaría una existencia dolorosa y la haría igualmente dolorosa a sus padres. Es civilizado, para los que no tenemos prejuicios religiosos, propiciar el aborto de un niño fruto de una violación. Pensamos que es un irrespeto grave contra la dignidad de la mujer que ha sufrido semejante vejación, y una forma de quitarle la libertad, obligarla a dar a luz un bebé que no desea. Es a todas luces un acto punible: no el aborto, sino el hecho de impedirlo. El más pobre sentido común descubre estas verdades, siempre que no se tenga el cerebro troquelado por las enseñanzas morales recibidas en la niñez. Más aun, es un crimen de lesa humanidad, y debe sancionarse, el impedir un aborto que signifique el nacimiento de una criatura destinada a padecer sufrimientos insoportables.

La tortura es uno de los crímenes más horrendos, nadie lo discute. Se pregunta uno, ¿no es equivalente a una tortura obligar a una mujer a gestar y criar a dos siameses, situación que le pone los pelos de punta al más fuerte? ¿Se concibe una tortura mayor que la que padece una madre en tal situación? ¿Dónde están los sentimientos humanitarios de los que se oponen al aborto a tiempo? O, ¿será que la moral de ellos está reñida con la sensibilidad? ¿No está al mismo nivel de un torturador aquel que obliga a la madre a dar a luz criaturas con semejantes defectos, cuando son evitables? ¿No es un monstruo aquel ciudadano que se oponga al aborto en estos casos? El código penal está por reformar.

 

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