A nadie le gusta estar enfermo. Sin dudas no existe dolor bueno ni mareo o fiebre placenteros. La vida es una lucha constante para ganarles la partida al dolor y a la enfermedad, para ganarle a la muerte; sin embargo, las enfermedades, así como las malas experiencias, nos pueden revelar ciertos secretos.
Son secretos que llegan con una voz misteriosa. Esa voz que solo habla cuando estamos enfermos utiliza un volumen muy bajo y por eso es mejor permanecer en silencio y muy quieto para poder oírla. Si uno se lamenta mucho, si se queja sin cesar, la voz se silencia y se esconde.
Cuando estamos muy felices no podemos imaginar otro mundo, estamos colmados, plenos; entonces, ¿por qué imaginar algo más?, ¡a gozar! Cuando estamos enfermos, por cierto, imaginamos otros mundos, pero mejores; y sobre todo, después de experimentar el propio dolor, somos capaces de sentir el ajeno. La compasión aparece, se activa en nosotros, pero luego se expande y cobija a los desamparados del mundo, y después se expande hacia los todavía más desamparados, los que sufren sin remedio y sin remedios.
Así que esa voz nos dice que abramos los ojos para ver mejor lo que ocurre por fuera de la propia vida. Esa voz suplica para que haya silencio, limpieza y belleza. Esa voz habla sobre lo que huele mal y bien, conversa con cada uno de los sentidos. A esa voz le importa el tacto, siente las texturas y las identifica. Lo más increíble de todo es que esa voz sabe de arte. Escruta los cuadros y las esculturas, los videos y el cine, y evalúa todo con un criterio por completo nuevo. Un cuadro atractivo y colorido puede volverse insoportable, desagradable, repulsivo. Una pintura antes simple y sosa puede ganar en ternura y belleza.
Algunas pinturas de Goya son imposibles de contemplar si se está enfermo. Te hacen doler las vísceras. La belleza y la fealdad forman un continuum en el cerebro. Cuando estamos enfermos, la percepción de la fealdad aumenta, como aumentan la sensibilidad a la luz o al ruido o a la sal. La mente solo quiere belleza, porque la belleza tranquiliza y consuela. Pero no se puede predecir qué caerá en el rango de lo agradable y de lo repulsivo, hay que estar enfermo para saberlo.
Es interesante aprovechar la enfermedad con curiosidad, sin mucho pesar de uno mismo, y explorar otros cuartos y rincones de ese yo oscuro que también tenemos adentro y que la luz del bienestar ciega.