Catrecillo

Publicado el Ana Cristina Vélez

Reflexiones acerca del reglamento del fútbol profesional

A diferencia de la gran mayoría de los deportes, la historia del futbol profesional está plagada de injusticias, de  incidentes violentos, de desacuerdos. Después de cada partido importante, los clubes profesionales quedan convertidos en verdaderos hospitales como consecuencia del juego brusco, y se conoce el caso de varios futbolistas que, en plena juventud, se han visto obligados a suspender sus carreras deportivas debido a lesiones irreparables.

Domingo a domingo, de todos los estadios del mundo salen los aficionados quejándose, unas veces de las injusticias y errores de los jueces y, otras, de la pobreza en emociones de los encuentros futbolísticos. Penaltis en situaciones que no eran de gol inminente, y que dejan en todos los aficionados el sabor amargo de la injusticia por el gol en contra no merecido, goles anulados en supuestos fuera de lugar, expulsiones que se consideran injustas…

Problemas como estos y muchos más de común ocurrencia han motivado este ensayo, en el cual se intenta analizar el reglamento actual y proponer, solo a manera de documento de trabajo y discusión, unas primeras ideas al respecto. En efecto, si se miran los problemas con un poco de  detalle, podrán señalarse cinco puntos críticos:

1. Como espectáculo, el futbol se ha constituido en el más popular, universal y que más dinero mueve en el mundo. El espectador paga boletas costosas en busca de emociones y más de una vez sale frustrado. Un reglamento que tenga en cuenta al espectador, propicie las situaciones emocionantes (las de gol) y agilice las acciones podrían convenirle al popular deporte.

2. Con alguna frecuencia, las decisiones arbitrales han degenerado en tragedias serias. El reglamento actual propicia ciertas decisiones injustas y con ello la violencia y todas sus lamentables consecuencias.

3. La labor de los jueces es casi siempre criticada negativamente, y a veces terminan los jueces insultados y maltratados. A ellos les toca recibir directamente la agresión de jugadores, directivos, auxiliares, técnicos y público, más la violencia verbal de los periodistas. En no pocas ocasiones, el origen de los problemas está en el reglamento y al hecho de que se ha descargado en una sola persona la responsabilidad de decisiones de todo o nada, decisiones que a veces determinan el resultado de un partido y, no es raro, el resultado de todo un torneo, con importantes consecuencias sociales y económicas.

4. Los futbolistas, actores principales del espectáculo, son figuras muy costosas para sus equipos, con salarios millonarios; sin embargo, el reglamento, como está concebido actualmente, hace muy poco por protegerlos y así son muy comunes las lesiones graves que deterioran la fiesta futbolística y aumentan dramáticamente los costros de funcionamiento de los clubes.

5. El reglamento vigente en este momento, salvo tímidas modificaciones, es básicamente el mismo que regía cuando se jugó la primera copa mundial, hace ya más de 60 años, por lo que está muy lejos de las exigencias modernas. Además, es un reglamento concebido para un deporte, no para un espectáculo que es en lo que ahora se ha convertido el fútbol.

En consecuencia, si se desea mejorar el espectáculo, si queremos proteger la integridad física de los actores, si buscamos hacer más fácil, justa y segura la labor arbitral, si se piensa en disminuir los motivos de conflicto y la violencia en los estadios, es obligatorio hacer modificaciones sustanciales en el reglamento existente.

La pena máxima

La pena máxima o penalti es quizá lo que más protestas de jugadores y aficionados genera. Son frecuentes las faltas que conducen a esa sanción y que no son suficientemente claras y evidentes como para que el equipo que recibe el castigo lo acepte sin discusiones. La inmensa mayoría de las veces es discutida con ardor y mucho más si el equipo penalizado es el local. En el caso de que el juez no sancione la falta, la protesta, obviamente, provendrá del equipo contrario y el juez siempre quedará entre la espada y la pared.

El punto álgido del reglamento en este punto reside en que la decisión del juez es de todo o nada: si concede el penalti, está otorgando un gol al equipo favorecido; si no lo concede, no pasa nada. No hay sanciones intermedias, que sean proporcionales a la falta. Por tanto, muchos jueces, ante la presión del público se inclinan por favorecer al equipo local.

En consecuencia, hace falta crear sanciones intermedias. Una posible solución es cambiar algunos penaltis por  tiros libres sin barrera, pero a mayor distancia que la de los doce pasos. Con la distancia se podría hacer justicia, de tal modo que la pena fuese proporcional a la falta; por ejemplo, un jugador que, por acción del defensa, cayese dentro del área chica, pero en una situación bien alejada de convertirse en gol, patearía la falta pero tres o cuatro yardas más atrás del punto señalado para el penalti. Ajustando las distancias pueden crearse probabilidades de gol tan bajas o altas como se desee. Se marcarían sobre el terreno de juego ciertos puntos fijos, no muy lejos de los arcos y enfrente de ellos. El hecho de enfrentar al portero con un buen pateador de tiros libres, sin la molesta barrera, sería una novedad que indudablemente aumentaría la emoción a los partidos. Téngase en cuenta otra ventaja: si el castigo por una falta cometida dentro de las 18 yardas se hace menos severo que el simple penalti, que es casi un gol, las protestas no serían tan airadas, la agresividad de los sancionados sería menor y el reglamento sería más justo.

Un beneficio adicional sería el quitarles a los árbitros una manera fácil de incidir en el resultado del partido, pues el penalti se dejaría para aquellos casos en que la falta fuese de tal categoría que evitase un gol casi seguro. Para los espectadores, los tiros libre sin barrera, que se cobrarían entonces con mayor frecuencia, añadirían más momentos emotivos a los partidos y darían oportunidades de lucimiento, tanto a los porteros como a aquellos jugadores especialistas en patear el balón con precisión.

Se puede añadir que ya que las penas máximas proporcionan una pelea tan desigual, con desventaja enorme para el portero, es atractivo pensar también en recurrir a esos tiros sin barrera en remplazo de la pena máxima, cuando se utilicen para desempatar aquellos partidos que así lo requieran.

Anotemos que la creación de sanciones intermedias puede ser la diferencia entre violencia, expulsiones y maltratos al árbitro, y la terminación pacífica y regular de muchos partidos. Además, los espectadores saldrían del estadio con la sensación de justicia, aun habiendo perdido el equipo de su predilección.

 

Fuera de lugar

El siguiente punto crítico y el segundo en importancia es el fuera de lugar. Son incontables los casos de violencia suscitados a partir de un gol anulado o validado en una situación dudosa de fuera de lugar. Se ha estudiado este punto, se han hecho reformas, pero los resultados no han sido los esperados, lo que muestra que es una falta difícil de reglamentar.

Dos posibles caminos de solución se pueden sugerir aquí: el primero, reducir el área del terreno en donde es sancionable. Sería entonces necesario trazar una línea adicional en el terreno de juego para demarcar la zona del fuera de lugar. Al reducir el área prohibida, se reducirían simultáneamente el número de faltas y por ende los problemas de los jueces, al tiempo que el espectáculo ganaría en continuidad por la disminución del número de interrupciones. Un segundo camino de solución que podría estudiarse sería la utilización de varias cámaras de video ubicadas estratégicamente y un equipo de reproducción disponible dentro del terreno de juego. Ante la presencia de una decisión grave, como aquella que conlleva la validación o anulación de un gol, el equipo arbitral podría suspender momentáneamente el partido y consultar el video, donde apreciaría repeticiones de la jugada en discusión y desde diferentes ángulos, lo que conduciría a una más justa y precisa decisión.

 

Arbitraje electrónico

En pleno siglo XXI no se justifica que se sancione un gol que no ha ocurrido o que debió ser anulado por falta que el juez no vio. En este momento, el costo de los equipos de video ya no son significativos si se los compara con el valor de los recaudos y, además, se los podría utilizar en todos los casos de decisiones graves y poco claras y en las cuales la determinación del juez sea decisiva para el resultado del partido. Por ejemplo, agresiones a patadas, a codazos o a mordiscos, provocaciones graves efectuadas con cierta violencia y que conducen a reacciones también violentas; empujones descarados, cabezazos aleves, manos tanto de los defensores como de los atacantes… Nunca se olvidará el gol de Maradona que eliminó a los ingleses de la Copa Mundo  de México, anotado con la mano, “con la mano de Dios”, según el propio Maradona, y tampoco el de los franceses en Sudáfrica, ni otros goles mundialistas que no entraron pero si fueron sancionados y costaron eliminaciones injustas. Todo esto puede convertirse en historia antigua si se implementan las ayudas electrónicas.

Un caso que no se daría más, y muy importante, es aquel de un balón que rebota en el piso, entre los tres palos de la portería y muy cerca de la línea de gol. Esto ocurre tan rápidamente a veces, o la visión del juez se ve obstruida momentáneamente por algún jugador, que se vuelve humanamente imposible determinara con seguridad sí la bola rebotó fuera o dentro de la portería. Contando con una cámara de video y con los recursos de cámara lenta o detenida puede el juez fallar con absoluta precisión. En este punto podríamos hacernos una pregunta: ¿si existen recursos tecnológicos que pueden ayudar en la toma segura de decisiones, por qué no utilizarlos?

 

Juego brusco y expulsiones

Considérese este caso: se comete una mano dentro del área chica y el juez señala el punto penal, pero, además, le saca tarjeta roja al infractor. Estamos ante una doble sanción que desequilibra notablemente el juego, con pérdida apreciable para el espectáculo. O, mejor, es una sanción triple, pues también, es una sanción para los espectadores. Repitamos que el fútbol, además de ser un deporte, es ante todo, un espectáculo que permite disfrutar a miles de espectadores, y a millones más por medio de la televisión. En consecuencia, debe tenerse en cuenta, siempre, que la protección del espectáculo debe ser prioridad a la hora de hablar del reglamento.

Algo similar ocurre con aquellas faltas que sin violencia evitan un gol, pero son cometidas fuera del área chica, en cuyo caso se expulsa al jugador, por ser el último en el camino al gol, y se sanciona con un tiro directo. En estos casos la sanción puede resultar exagerada y deteriorar el espectáculo, pues el equipo sancionado queda con un jugador menos. ¿Qué hacer, entonces? Podría ser suficiente castigo una tarjeta amarilla (o expulsión temporal, por un tiempo limitado) y un tiro libre sin barrera.

El reglamento que se utiliza en este momento es muy indulgente con las faltas en donde se atenta contra la integridad física de los futbolistas. Las tarjetas amarillas no han logrado frenar el juego brusco y las rojas son demasiado drásticas, deslucen notablemente el espectáculo y pueden crear problemas muy serios a los árbitros, hasta el punto de que ellos se muestran renuentes a utilizarlas. Estamos de nuevo frente a las decisiones de todo o nada y, como ocurre también con la pena máxima, el castigo casi nunca guarda proporción correcta con la falta cometida. La injusticia de la decisión, que muchas veces no es culpa del juez, enardece los ánimos y crea a menudo conflictos de consideración.

Entre los posibles caminos de solución a esta clase de problemas podríamos mencionar los siguientes: 1- Establecer definitivamente las expulsiones por tiempo limitado; 2- En caso de expulsión simultánea de dos jugadores contrarios, permitir su sustitución y de esa manera no perjudicar el espectáculo; 3- Estudiar la posibilidad de castigar las faltas por juego brusco, con tiros libres, preferiblemente sin barrera y en puntos fijos, no muy lejos de los arcos y previamente señalados sobre el terreno de juego. En este momento, todas estas faltas, exceptuando las que conducen a la pena máxima, son castigadas con un tiro libre desde el lugar del incidente y, en muchas ocasiones, la mayoría quizá, a una distancia al arco contrario tan grande o con una barrera que se interpone en la trayectoria del balón hacia el arco, que el castigo representa poco peligro para el agresor, mientras que el jugador agredido se queja y cojea por toda la gramilla. Podríamos exagerar y decir, que mientras unos lloran de dolor, los otros se ríen del castigo.

Existe una jugada que se repite con altísima frecuencia y que debe eliminarse del fútbol: la zambullida. Esta acción encierra peligro para el jugador que la recibe y hasta para el mismo que la comete. Rodillas y tobillos sufren severo castigo por esta acción, que, si el ofensor alcanza a llegar al balón primero que el ofendido, no da lugar a sanción, pero siempre se corre el riego de salir mal librado. En vista de tan alta peligrosidad, parece sensato que siempre que un jugador se zambulla le cueste tarjeta, amarilla o roja, según el caso, toque o no al contrincante.

Al no existir sino penalizaciones drásticas o débiles, sin nada en medio, se está propiciando indirectamente el juego brusco y mal intencionado Y los futbolistas talentosos, que generalmente son los que más violencia reciben, son en última instancia los más perjudicados y con ellos también, lógicamente, el espectáculo, los equipos y los espectadores. En resumen, si se quiere disminuir la violencia, entonces el castigo debe ser, en lo posible, proporcional a la falta. Al árbitro se le deben suministrar alternativas de sanción que signifiquen castigo para el agresor y que no sean tan drásticas como las expulsiones.

En este punto sería bueno hacer un comentario adicional: los tiros libres sin barrera tendrían el triple efecto de romper la monotonía, disminuir los bostezos y sancionar verdaderamente el juego sucio.

 

Tiros de esquina

El tiro de esquina, tal como se cobra ahora, ofrece momentos de tensión para el espectador, al crear situaciones de gol aunque no sean muy definitivas. Le restan peligrosidad, y con ello emoción, el hecho de ejecutarse desde una distancia relativamente grande, la presencia estorbosa de la banderola de la esquina y, por lo menos en algunos estadios, la incomodidad para tomar impulso dada la vecindad de las pistas atléticas que bordean los campos de juego.

La posibilidad de hacer más peligrosos los tiros de esquina suena tentadora si se pretende vigorizar el espectáculo. Valdría la pena estudiar estas dos alternativas: o acercar un poco más el punto desde donde se cobra la falta, o sancionar dos tipos de tiros de esquina que serían, el convencional y otro que se cobraría desde un punto fijo situado sobre la línea final pero más cerca de la portería. En esta segunda opción, el tipo de tiro de esquina que se sanciona se determinaría de acuerdo con el punto por donde se estima que salió la bola.

 

Saque de banda

Botar la bola por la línea lateral puede ser un recurso barato de los futbolistas de poca capacidad técnica, una solución de emergencia o una manera de ganar tiempo que irrita y desespera a futbolistas y público por igual. Como el castigo ofrece poco peligro para el equipo que comete la falta, existe la tendencia a abusar de ellos. Sería interesante, para bien de la fiesta futbolística, que se intentara suprimir algunas de las restricciones que tiene su lanzamiento, para que la longitud de este pudiese aumentarse y por consiguiente su peligrosidad, creando de esta manera mayores oportunidades de gol.

 

Demoras para poner la bola en juego

Para los seguidores de un equipo que va en desventaja y para los mismos jugadores no existe nada más exasperante, y que invite más a la agresión, que la demora estudiada y calculada de un jugador contrario para  poner en juego la bola. Las sanciones en estos casos son tan débiles, que el equipo que empieza a utilizar esta artimaña continúa así todo el tiempo que le convenga sin que el juez pueda hacer nada efectivo para controlar la situación. En otras ocasiones, uno de los jugadores del equipo que comete la falta se queda con la bola más de lo necesario o la lanza lejos del punto desde donde se va a cobrar la falta,  lo que causa una demora adicional en la reiniciación del juego. El reglamento debe contemplar para estos casos una sanción como la de tarjeta amarilla automática.

Este es un punto que, a mi entender, no se le ha dado la importancia que merece. Es altamente generador de violencia, pues como se dice vulgarmente, se le saca la rabia al contrario y, por otro lado, desluce considerablemente el juego. Entre las soluciones sencillas que se pueden implementar estarían las siguientes: en los saques de banda, cuando un jugador se demore más de lo justo para efectuarlo, debe perder el derecho a ello y pasárselo al equipo contrario. Cuando se advierta demora intencional en el cobro de otras faltas y en los saques de meta, el árbitro podría sacar una tarjeta especial, rosada, por ejemplo, tal que dos de ellas valdrían una tarjeta amarilla. Esta nueva tarjeta podría utilizarse para sancionar ciertas faltas leves, como, por ejemplo, un jugador que va a ser sustituido pero se toma todo el tiempo del mundo para abandonar la cancha, situación que exige, más de una vez, que el árbitro mismo intervenga y empuje al jugador.

 

Cobro a riesgo

El llamado cobro a riesgo es una jugada poco elegante y con sabor a trampa barata para aprovechar el descuido del contendor. Es un lunar grande del reglamento. Cuando se está formando la barrera, algunos cobran sin recibir autorización del juez y cogen al equipo contrario ocupado en organizar su defensa. No tiene sentido esta ventaja deshonesta y poco elegante. Siempre que se sancione una falta cerca del arco, el juez debe detener el juego hasta  que el equipo castigado organice sus líneas o la barrera. De este modo se hace innecesario que los jugadores del equipo castigado se amontonen alrededor del punto de cobro con el fin de impedir que el contendor cobre a riesgo. Se gana fluidez en las acciones y se evita que ocurra una jugada con sabor a fraude.

 

Tiempo suplementario

La experiencia del último mundial 2014, celebrado en Brasil, indica que los tiempos suplementarios son contraproducentes. Por un lado, crea un esfuerzo muy alto en los deportistas, que por su oficio mantienen un alto estado de fatiga, por lo que al final comienzan a sufrir de deshidratación y calambres. Cuando en 1954, Hungría, muy superior a su rival, perdió la final con Alemania, el milagro de Berna, lo llamaron, los húngaros venían de jugar tiempo suplementario con los brasileros, treinta minutos de alargue que pesaron como plomo en las botas de los magiares.

Definitivamente, el alargue es una injusticia para los deportistas, y bien se podría suprimir y resolver los empates por medio de tiros, ya sea desde los doce pasos o un poco más lejos, como se comentó al hablar de los penaltis; por otro lado, el alargue de los partidos crea problemas serios para las cadenas de televisión pues compromete un tiempo apreciable, un poco más de media hora, supeditado a los resultado del partido.

 

Otros

Hay otras modificaciones de menor importancia que no se han mencionado aquí, mientras que se han quedado por fuera otras muy importantes. De todos modos, estas notas no pretenden decir cuáles deban ser las modificaciones definitivas: si se han señalado algunas, es más con ánimo de lanzar la primera piedra y mostrar que existen cambios sencillos de los cuales se puede esperar beneficios para todos los implicados. El propósito principal de lo que aquí se escribe es buscar apoyo para que la idea de una reforma pueda hacer su recorrido y llegar hasta las altas personalidades que manejan el fútbol profesional en el mundo.

Dada la actitud conservadora de los humanos, todos los cambios que se propongan encontrarán resistencia; por lo mismo, es necesario un apoyo decidido, solidario y unánime de todos aquellos que crean que la reforma es urgente y necesaria y principalmente de aquellas personas dedicadas a las labores del periodismo deportivo.

Este es otro artículo sobre fútbol de Antonio Vélez M.

 

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