Catrecillo

Publicado el Ana Cristina Vélez

Fútbol y teoría del azar

En el verano de 1954 se realizó en Suiza el quinto campeonato mundial de fútbol. Durante la ronda inicial, Hungría derrotó a Alemania por el desconsiderado marcador de 8 a 3. Sobra decir que la mayor parte de las oportunidades de gol se hicieron efectivas para el ganador. Sin embargo, unos pocos días más tarde, Alemania consiguió el desquite de tan escandalosa derrota y venció en la final por 3 a 2 a la poderosa máquina húngara, con lo cual vengaron la derrota y conquistaron el título mundial. La gran vergüenza se trocó en orgullo nacional.

Varios decenios más tarde, durante las eliminatorias para el campeonato mundial que se llevó a cabo en Estados Unidos, la selección colombiana derrotó a la argentina por un contundente 5 a 0, en Buenos Aires, en medio de la hostilidad feroz de las famosas “barras bravas” y con el refuerzo sicológico de Maradona en la tribuna. Muchos colombianos ingenuos creyeron que la copa mundial ya nos pertenecía; sin embargo, durante el campeonato, esto es, a la hora de la verdad, fuimos eliminados en la primera ronda, mientras que los argentinos, nuestras víctimas, avanzaron hasta octavos de final. Y un poco más tarde, en el 2000, durante el torneo suramericano sub–23, los colombianos arrasamos con los chilenos, que a la postre, y en forma aparentemente paradójica, resultaron subcampeones: un 5 a 1 que fue la vergüenza de las vergüenzas para los jugadores australes. ¿Dónde está la lógica? se pregunta el lego. En el fútbol no impera la lógica, responden los conocedores. Esto quiere decir que para hacer un análisis completo de un partido, deben explorarse también los factores extradeportivos, pues, con frecuencia mayor que la deseada, son tan determinantes o más que los estratégicos y deportivos.

Cuando ocurrió el ya histórico 5 a 0 de Buenos Aires, que tanto nos infló, los comentaristas colombianos no advirtieron que, como por encanto, en esa dichosa tarde todas las oportunidades de gol colombianas se concretaron, mientras que, en igual medida, todas las argentinas fracasaron, y fueron más de cinco. Y cuando apabullamos 5 a 1 a los chilenos, los comentaristas tampoco advirtieron que casi todas las oportunidades de gol de los colombianos se convirtieron en goles, hecho que sólo ocurre en forma esporádica, de acuerdo con el ritmo acostumbrado por las grandes catástrofes. Y de haber contado esa tarde inspirada con un poquito más de suerte, la cuenta de goles podría haber llegado a siete o más.

Es fácil darse cuenta de que en el factor suerte, o azar, encontramos una de las claves para entender la lógica esquizoide, o falta de lógica, de muchos resultados. La verdad es que en no pocas oportunidades los atacantes de un equipo fallan consistentemente por escasos centímetros, mientras que el contendor acierta en todas las ocasiones propicias, y no es raro que hasta convierta goles en condiciones casi imposibles. De allí ha surgido un principio perogrullesco: quien no hace goles los ve hacer. Ahora bien, una vez establecida cierta diferencia importante a favor de uno de los equipos, hay partidos en que el otro se derrumba sicológicamente: los jugadores pierden toda la confianza en ellos, aumenta el nerviosismo y el desorden, y por ende los errores, y se cometen faltas innecesarias, fruto de la desesperación, que se traducen en tarjetas amarillas y hasta en expulsiones, cuando no en más goles en contra. Un conocido axioma del fútbol dice que el equipo goleado siempre termina mermado, lo que ayuda a cavar su propia tumba.

Anotemos que el fracaso es como el éxito: se alimenta y robustece con sus propios desechos. Se dice que es autocatalítico. Por eso la pobreza engendra más pobreza; los errores, más errores y los goles en contra, más goles en contra. Y mientras el perdedor se desmorona, el ganador se robustece, pierde el respeto por el rival y aumenta su confianza. Un perfecto balancín: lo que baja el estado de ánimo del primero, lo sube el del segundo. La verdad es que muchas derrotas abultadas e ilógicas entre contendores relativamente equilibrados no se deben a la desaparición misteriosa de la calidad futbolística del vencido, sino a la acción del azar, reforzado en ocasiones por el concomitante desmoronamiento sicológico y táctico, todo ello acumulado con la dinámica de la bola de nieve. Ese pudo ser el caso de la vergonzosa derrota de los gauchos en el bendito día del 5 a 0, y el mismo que se ensañó en el primer partido de los orgullosos alemanes contra los húngaros en Suiza.

El azar, entonces, se convierte en enemigo de las regularidades estadísticas y en actor importante en la historia del fútbol. Y es que este deporte, por tratarse de una competencia en la que el número de tantos o goles por partido es muy bajo, la participación de lo aleatorio en el resultado final, o la suerte, como suele llamarse, puede llegar a ser decisiva. Una pena máxima desperdiciada, un desafortunado autogol, un resbalón fortuito del portero, una mano involuntaria pero que el árbitro no considera así, o un “fuera de lugar” mal señalado por el juez de línea pueden ser elementos suficientes para decidir el resultado de un partido y arruinar todas las predicciones lógicas.

Cada partido de fútbol que se juegue equivale a poner en acción un sistema dinámico complejo, cuyos elementos, en este caso los jugadores, los jueces, los directores técnicos, el público, el terreno de juego, con todas sus características físicas, y el entorno climático, formado por temperatura, humedad relativa, contenido de oxígeno y densidad del aire, están densamente interrelacionados. Losacontecimientos iniciales van actuando hasta configurar una situación de equilibrio precario, llamada por los estudiosos del caos equilibrio metaestable. El sistema es no lineal y en consecuencia impredecible, razón por la cual queda a disposición de las veleidades del caos. Éste, por consiguiente, se convierte en el indeseado jugador número doce, con tanto poder de decisión o más que el juez central.

Recordemos que los sistemas dinámicos en equilibrio metaestable responden con grandes cambios a pequeñas variaciones de los parámetros, fenómeno conocido con el nombre de efecto mariposa. Por tal motivo, una falta de concentración del portero, el titubeo de un defensor, un delantero que se adelanta unos pocos centímetros de más y queda en “fuera de lugar” cuando estaba ad portas de anotar, un poco de viento que decide soplar en el instante preciso o una pequeña irregularidad en el terreno de juego pueden determinar el resultado de un partido, y esto ocurre con total independencia de la calidad relativa de los dos equipos en competencia. Ahora bien, si uno de los contendores es muy superior al otro, el efecto del azar casi siempre termina por atenuarse y se obtiene, con alta frecuencia, un resultado más o menos ajustado a las diferencias de calidad. Pero cuando no existe una diferencia abismal entre los dos contendores, el caos puede llegar a ser el determinante principal, en cuyo caso la lógica cede su turno al capricho de lo aleatorio.

Por esas razones no deben analizarse los partidos de fútbol a partir del resultado, costumbre de la mayoría de nuestros especialistas deportivos, pues se termina produciendo ingenuas explicaciones ad hoc: el ganador siempre hizo las cosas bien, y el perdedor, mal. “Nos faltó definición”, dicen los perdedores, cómo si eso fuese asunto de voluntad. Tampoco debe suponerse que el resultado dice siempre cómo fue el desempeño de los equipos en el campo de juego. Asimismo, un solo partido no permite afirmar nada sobre la calidad relativa de los equipos. Recuérdese que hasta en juegos como el ajedrez, en el que los factores de azar son muy pequeños, el campeón mundial se decide después de una serie de partidas, no inferior a diez.

Para que se comprendan todas las sutilizas encerradas en los torneos deportivos, nada mejor que traer a colación la llamada paradoja del cronista deportivo, teorema perteneciente a la teoría de grafos, una rama menor de las matemáticas. El teorema asegura que después de finalizado un torneo deportivo que se haya jugado por el sistema de todos contra todos, y en el que no exista ningún subconjunto de competidores  (llamado perdedores absolutos) que hayan perdido todos sus encuentros con los del grupo formado por los restantes (esta condición se cumple en la mayoría de los torneos), entonces es posible ordenar los participantes en forma secuencial, de tal modo que, partiendo de uno cualquiera de ellos -aun de aquel clasificado en el último lugar-, cada equipo de la lista ha ganado o empatado con el que le sigue. Un ejemplo permite aclarar las ideas, y nada mejor que tomarlo del último campeonato mundial de fútbol celebrado en Francia. Después de las eliminatorias en el grupo formado por Inglaterra, Túnez, Rumanía y Colombia, los cuatro equipos se pueden ordenar, partiendo de Colombia, así: Colombia ganó a Túnez, Túnez ganó a Rumanía y Rumanía ganó a Inglaterra. Algún ingenuo podría argumentar que, según esto, el fútbol de Colombia es superior al de los otros tres países. Pero en el fútbol no se cumple la ley transitiva, según se deriva del teorema acabado de exponer.

Y no terminan aquí las intromisiones matemáticas: cuando tenemos entre manos una variable que fluctúa al azar alrededor de un valor medio, lo más común es que después de haber tomado un valor extremo, que, en general, es de baja probabilidad, el siguiente caiga más cerca del promedio.Hace ya más de un siglo, Francis Galton documentó este fenómeno, que ahora se llama regreso a la media. Con los goleadores es muy visible el fenómeno: después de una seguidilla de tardes excepcionales, ricas en goles, vuelven a su rendimiento usual, lo que hace pensar a los observadores que el jugador ha bajado de forma; pero no hay tal, es simplemente que su desempeño ha regresado al valor acostumbrado o promedio. Los sicólogos nos enseñan, aunque los analistas deportivos parecen desconocerlo, que las intuiciones en este sentido son equivocadas. Haya mejoría o empeoramiento, la gente suele atribuir la regresión a la media a la acción de algún agente especial, y no a la conducta de una variable aleatoria, sin misterios de ninguna clase. Se cree, por ejemplo, que el estímulo verbal dado a un deportista después de una actuación excepcionalmente buena es contraproducente, pues en la siguiente actuación es muy probable que su desempeño se acerque al valor medio, esto es, desmejore. Por la misma razón, se cree que recriminarlo después de una mala tarde es beneficioso, pues lo más común es que el deportista en su próxima actuación mejore, sólo por el regreso a su nivel promedio. Dos claros errores.

Digamos, para terminar, que el teorema del regreso a la media permite explicar un fenómeno muy común en el mundo del fútbol: la subida como palma y la caída como coco de los directores técnicos. Después de una serie larga de derrotas, los dueños de los equipos despiden a un director técnico que por un tiempo fue exitoso, y consiguen otro. El nuevo se encuentra con una situación muy improbable: una racha de pérdidas, que terminará con seguridad una vez regrese el rendimiento del equipo a su valor medio, momento en el cual el recién contratado estará ya al frente de los jugadores. La mejoría, que por obligación debe ocurrir, se le atribuye equivocadamente al trabajo del recién llegado, cuando en realidad se está cumpliendo un teorema inevitable de la teoría de probabilidades. Cualquiera puede hacer aquí una predicción acertada: después del próximo fracaso continuado se nombrará un nuevo director técnico, bien competente, que luego, después del siguiente fracaso continuado, se cambiará por incompetente, y así…

Este es otro artículo sobre fútbol escrito por Antonio Vélez M.

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