Catrecillo

Publicado el Ana Cristina Vélez

El hombre lobo

Parece que el hombre lobo ha dejado de ser un personaje de leyenda para materializarse, no exactamente en el fantoche que aterroriza a ingenuos en el pueblito uruguayo de Zapicán,  sino en el jugador de fútbol Luis Suárez.

La leyenda del hombre lobo es una de las más universales. El hombre se convierte durante algunas horas, en las noches de luna llena, en un peligroso, astuto, fuerte, rápido y feroz lobo. En Uruguay y Argentina sobrevive la creencia de que el séptimo hijo varón es “especial”, nace con una especie de mal congénito y puede ser un lobisón. Está tan arraigada la creencia, que incluso se le pide al Presidente de la República que los apadrine, para neutralizar o disminuir los efectos del puesto ocupado al nacer. Luis, el lobisón, tiene seis hermanos (verdad, aunque nada tenga que ver). En Europa central, España y en Escandinavia existen creencias muy parecidas.

Morder es un comportamiento innato, muy común en los niños que todavía no han cumplido los tres años. El niño, un poco más grande, deja de hacerlo, pues descubre, con la desaprobación de los padres, que su comportamiento es inaceptable socialmente. En un primer momento, nos dan risa los mordiscos de Suárez, por infantiles; pero un momento después nos enervan; porque son inaceptables.

De un tipo como Tyson, el mordelón mayor que te desorejará y se irá, uno se espera cualquier cosa. Es un violento, que fuera de dar puños no recibió ninguna educación en la infancia y, en cambio, sí mucho maltrato. Y está comprobado que el maltrato infantil daña el cerebro. Pero, de un dientón como Luis Suárez, jugador de un deporte para personas civilizadas como lo es el fútbol, este comportamiento asusta. Y es que el tipo ya ha mordido en más de dos oportunidades. Como a los niños chiquitos, le está comenzando a parecer muy gracioso.

Ha mordido a Branislav Ivanovic, del Chelsea inglés, a Otman Bakkal, de un equipo holandés, durante un clásico, y recientemente a Giorgio Chiellini. Lo grave de la situación es que las sanciones que le impusieron han sido menores: suspender su participación en un pequeño número de eventos. Una sanción importante inhibiría este tipo de comportamientos. Hay que encontrar la manera de acabar con la violencia intencionada en el fútbol. Si un jugador pone en riesgo la capacidad futbolística de otro, como en el caso de Falcao, que no pudo ir al mundial por un faul cometido en contra suya, las medidas deben ser más eficaces en evitar el que esto ocurra. Pero es que los miembros de la FIFA están momificados, son conservadores, fósiles, nada creativos. Ya veremos si encuentran la manera de limarle los colmillos al lobo feroz.

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