Catrecillo

Publicado el Ana Cristina Vélez

Sexualidades curiosas

La leyes biológicas, tan definitorias  en las características del comportamiento humano, son muchas veces invisibles.  Por invisibles es que Freud se equivocó estruendosamente con su teoría del complejo de Edipo. Una de estas leyes dicta la evitación del incesto.  Los humanos lo evitamos, por tanto, no sentimos atracción sexual por el propio padre, por la madre o por nuestros hermanos.

No falta quien salte y dé ejemplos de relaciones entre padres e hijas o entre hermanos, que contradigan esta ley, en el mejor de los casos; pues en el peor, alegan que sí sentimos atracción, pero no nos damos cuenta, pues es inconsciente. Y la verdad es que no solo no sentimos atracción, sino que la sexualidad de los padres es un tema que a los hijos no nos interesa y hasta nos fastidia imaginarlo.

La naturaleza busca sus maneras de llevarnos hacia un fin. Para evitar la endogamia, suprime el deseo, la atracción entre aquellos que viven juntos desde pequeños. No sabemos a ojo quienes son nuestros parientes genéticos, pero suponemos que quienes comparten la infancia con nosotros lo son. Es una manera efectiva de lograr por medio del desinterés que no haya apareamiento. Sin embargo, las sociedades humanas actuando “racionalmente”  han creado situaciones que van  en contra de estas leyes biológicas: a largo plazo estas han terminado por fracasar. En los matrimonios llamados menores o shim-pua (nuerecita, en el idioma hokkien), muy extendidos por el sur de China en épocas pasadas, se llevaba a una niña, casi siempre de pocos recursos, a vivir en la casa del futuro marido, también niño y muchas veces más joven, mientras crecían, para luego casarlos.  El esposo terminaba abandonando a su mujer o no se casaban. Los  kibbutzim (plural hebreo de kibbutz), fueron también en este sentido y en muchos otros un fracaso: los hombres jóvenes casamenteros buscaban su pareja en otro kibbutz o partían lejos buscando parejas atractivas, o sea, desconocidas, no familiares.

Dos historias muy buenas parecerían contradecir la ley biológica que nos lleva a evitar la endogamia. Se armó un escándalo cuando el Tribunal Constitucional  de Alemania supo de los hermanos Patrick y Susan, casados y padres de cuatro hijos, tres de ellos con anormalidades. La otra historia, en realidad muy desconocida, ocurrió aquí en Colombia. Un padre judío se voló con su hija para vivir con ella una relación marital.

Susan y Patrick

Un aspecto común guardan las dos historias anteriores: las parejas se conocieron cuando ya los dos eran adultos. Los hermanos alemanes crecieron en familias diferentes, pues Patrick fue dado en adopción cuando era un bebé. El padre judío había tenido a su “hija” con una mujer distinta de  su esposa, le había dado apoyo económico a la madre de la niña, pero no llegó a conocerla hasta que ella fue una adulta.

Las violaciones de padres, tíos o abuelos a sus niñas parientes presentan dos constantes: estos individuos no viven en el hogar, muchas veces trabajan en lugares apartados, y las niñas no crecen al lado de ellos. La situación más común de violación ocurre de padrastro a hijastra. El padrastro no percibe a la joven o niña como hija suya. Las excepciones a las leyes biológicas existen, pero son eso: excepciones, casos menores, patologías. Como dice Ricardo Bada: “Sólo hay una regla sin excepción, y es que no hay regla sin excepción”.

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