Catrecillo

Publicado el Ana Cristina Vélez

La idiotez de las carteras de marca

El diseño de cualquier objeto es interesante: definir la función de cada componente, su ubicación, tamaño relativo, materiales, forma de limpieza, durabilidad, color y producción requieren conocimientos, ensayos, investigación, estudio, creatividad y sentido estético. Sin embargo, un aspecto del objeto terminado es el comprador, a quién va dirigido el producto, la jerarquía social o lo que llamamos estatus, y este aspecto trasforma la percepción del cliente respecto al objeto, en muchos niveles.
Es reconocida la relación entre costo y belleza. La mente tiende a convertir en bello aquello que es costoso, desde cualquier punto de vista: económico, difícil de conseguir o que implica algún tipo de inversión grande de tiempo, esfuerzo, materiales o dinero. Y porque tenemos esta tendencia caemos en el ridículo como lo hace Kimberly Couzens en su artículo Confesiones de una diseñadora de carteras para dama.


Cuando Kimberly Couzens usa un bolso falso, copia de alguna marca, dice sentirse sucia. En cambio, se siente especial y recuerda con gran emoción la primera vez que compró un Hervé Chapelier con estampado de piel de leopardo. Lo sintió como una droga, y cargarlo le proporcionó crecimiento de su ego, por los innumerables elogios que recibió, dado su buen gusto. Menciona las marcas que sí valen la pena y una compra que hizo una vez de un bolso que aparecía en una revista: “En un fin de semana de viaje por París con mi compañera de cuarto y sus amigas, visité las galerías Lafayette, un departamento de tiendas con todas las boutiques de diseñadores imaginables. Todas estaban en promoción. Yo temblaba de emoción. Había clásicos bolsos Burberry novacheck, bolsos amarillo pastel de Chanel, bolsos de nylon Longchamp en todos los colores, llegué finalmente, a la boutique de Dior y encontré el bolso de jugador que había visto en un anuncio impreso en una revista. Era neón de color rosa y púrpura, con estampado de piel de pitón en el fondo, estampado de piel de leopardo y adornado con piezas brillante plata. Tenía el 50% de ¡descuento! Yo tenía que tenerlo”. Con sus tristes y vergonzosas palabras agrega: “En Manhattan, los bolsos son a las mujeres lo que los automóviles son a los hombres. Son el máximo símbolo de estatus. En lugar de Mercedes, BMW y Lexus, hay Hermes, YSL, Gucci, Prada, Bottega Veneta, Mulberry, Louis Vuitton, Valentino, Chloé y Chanel. Para mí, un bolso grande muestra que una mujer tiene buen gusto, y es lo suficientemente exitosa como para comprarlo. No basta con llevar simplemente algo que tenga etiqueta de diseñador, no, en cada temporada hay bolsos en largas listas de espera (para ser adquiridos), y las etiquetas con el precio poseen entre cuatro y cinco cifras”. Uh, ah, para colmo. Júzguelo el lector, las mujeres nos contentamos con poco.
En el criterio de Kimberly Couzens: para realizarte como mujer debes tener la capacidad económica para comprar un bolso de marca. Para saber si alguien tiene buen gusto, basta que cargue un bolso de marca, para tener algún valor en la sociedad y ser respetable, basta tener un bolso de lujo, al que se le note con claridad la etiqueta. Debe ser por eso que algunas empresas de bolsos imprimen sobre el cuero o el sintético sus logos, como huellas multiplicadas muchas veces, imposibles de ignorar. Se trata de que incluso desde lejos y sin abrir la cartera, los “otros” puedan identificar el costo, de un golpe de vista. No va a exigir el ojo experto, como el que se necesita para identificar una pintura verdadera de Leonardo da Vinci, no, es más debe ser fácilmente identificable y desde lejos, pues el propósito es dejar muy claro que se tuvo el dinero necesario para comprar un bolso de marca. Da hasta risa.
La publicidad que hacen las compañías explotan las debilidades humanas, no para hacernos más bellos y buenos, sino más tontos y ridículos. Manipular la sensibilidad al estatus, en últimas, al respeto social, al reconocimiento, con objetos insignificantes es vergonzoso. Hay que ser muy débil para creer que si no se posee un objeto de marca se es menos. Hay que ser simplemente un borrego obediente a la publicidad para gastar una gran suma de plata en estas banalidades. Los objetos de lujo están diseñados para mentes muy frágiles que se creen el cuento, para personas incapaces de pensar en la función y sentido de los objetos, para personas sin sentido estético y sobre todo para aquellos que desean sentirse más que los demás y crear diferencias sociales y aumentar el malestar social y la discriminación.
La cartera debe costar entre 3000 y 8000 dólares, de otra forma no te creas valioso, es en el fondo el mensaje. Como los materiales ni la tecnología ni los accesorios justifican el precio, se inventaron las marcas, la parte mágica que te hace ver lo que no está, lo que no existe. La prueba de que no es el objeto en sí lo que emociona al comprador, sino su sentido de exclusividad, es que el placer se desvanece por completo si la persona llega a descubrir que lo que compró era una copia, no importa que sea indistinguible del original.
Kimberly Couzens se siente una persona de muy buen gusto, cuando no hay más mal gusto que ostentar. La ostentación es el mal gusto del alma. Naturalmente somos jerárquicos, clasistas, racistas, xenofóbicos, pero queremos ser civilizados y suprimir de nosotros estas odiosas tendencias naturales, para ello contamos con dos poderosas armas: la razón y la educación.

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