Catrecillo

Publicado el Ana Cristina Vélez

Los vegetarianos tienen razón

Trata a los demás como querrías que te trataran a ti, es la regla de oro conocida; pero una moderna y muy acertada, y que hoy se extiende sobre el planeta sería: “Compórtate como si todos los demás se fueran a comportar como tú”.

En un mundo utópico, en el cual el sufrimiento pudiera ser evitado, todos deberíamos ser vegetarianos, incluso los animales carnívoros. Las gacelas sufren, los caribúes, los búfalos y no solo por el dolor al morir sino por los parásitos y las plagas de mosquitos que literalmente se los comen vivos. La vida en la naturaleza es cruel, difícil, dolorosa, y no conoce la piedad. Los débiles son presa, y a los fuertes, tarde o temprano, se los devora otro animal, en el mejor de los caso, los gusanos.

Pero el mundo está lejos de ser un lugar utópico. No obstante, como deseamos un mundo mejor, somos responsables de las acciones que nos acerquen o alejen de ese ideal. El mundo es ahora más pacífico que en cualquier otra época, como lo prueba con estadísticas muy precisas, estudiadas y concretas, el sicólogo Steven Pinker, en su último libro The Better Angels of our Nature; y esa disminución de la violencia la debemos extender al trato con los animales. Una práctica común para espectáculo y diversión en la Edad Media, en Europa, era quemar gatos dentro de jaulas. Hoy, afortunadamente la consideramos inaceptable.

No hay dudas de que la producción industrial de carne genera un gran sufrimiento a los animales, además de contaminar el planeta, pues una quinta parte de los gases que generan el efecto invernadero resultan del metano que producen los excrementos del ganado. Y el metano es veinte veces más contaminante que el dióxido de carbono.

Al ganado, en muchos países del norte, se lo alimenta con algo de heno, pero sobre todo con espantosos concentrados hechos de residuos animales, como sesos, intestinos, tejido nervioso, mezclado con desechos del maíz (asunto que se hizo evidente cuando la enfermedad de las vacas locas). Miles de millones de pollos nunca ven la luz del sol, son embutidos en cajas de alambre, dentro de las cuales jamás logran moverse, ni siquiera sus alas. En algunos lugares les cortan el pico, para que las aves más agresivas no hieran, en tal hacinamiento, a las más débiles. Sus picos son casi puro tejido nervioso, es su medio para relacionarse con el entorno. Los cerdos, de los que sabemos que son tan sociales e inteligentes como los perros, viven, nacen y mueren en jaulas en las que tampoco se pueden mover. Los lechones se les arrebatan a las madres lo antes posible, para volverlas a preñar y así crecer la producción más rápidamente. No aceptaríamos que trataran así a nuestra mascota.

No se utilizan analgésicos en procedimientos muy dolorosos y comunes aplicados a los animales, como el descorne del ganado (si los animales no son muy jóvenes pueden morir de dolor, realmente morir), la castración de animales y el recorte de los picos de las gallinas.

Algunas personas creen que los animales no sufren, porque no expresan el dolor con gritos y llanto, o porque piensan que estos no tienen consciencia. Sin embargo, los biólogos y los zoólogos alegan que los vertebrados sufren, sienten dolor, pues son similares a nosotros anatómica y fisiológicamente, y porque compartimos una misma historia evolutiva. Los etólogos, estudiosos del comportamiento animal, muestran las muchas similitudes entre los comportamientos. Así que cabe esperar que los mamíferos y las aves se nos parezcan más que los crustáceos, cuyo sistema nervioso es muy distinto al nuestro. No nos conmueve lo que puedan sentir las ostras cuando nos las comemos vivas con limón. Es mucho lo que falta por investigar sobre el dolor en distintas especies, sería interesantísimo saber qué ocurre en el cerebro de un cuerpo que sufre, qué produce sufrimiento, con qué intensidad se sufre, cuáles animales se parecen más a nosotros y cuáles diferencias presentan.

Se sacrifican diez mil millones de animales terrestres cada año para consumo humano, sin mencionar los oprobios que hacemos al océano con la feroz e indiscriminada pesca. ¿Cómo hacer para que esta producción de proteínas que necesitamos para nuestra alimentación sea decente y sus procedimientos sean éticos?

Basados en este consumo pantagruélico será un reto enorme cambiar las condiciones, los procedimientos y nuestros hábitos. La población aumenta y con ello las necesidades alimenticias; además, países superpoblados como China e India se han ido occidentalizando y para ello copian estos métodos crueles pero efectivos de producción de carne. Nuestras acciones están cambiando el equilibrio de la vida en la tierra: multiplicamos algunas especies, para nuestro beneficio, e indirectamente, por el cambio de clima, la tala de bosques y la contaminación del aire y de las aguas, causamos la extinción de muchas otras.

Los vegetarianos toman acción y dejan de consumir carne; no sólo porque están convencidos de que la proteína se puede obtener en la misma cantidad y calidad a partir de granos como el fríjol, la soya y las lentejas, sino también por razones éticas: ir en contra del sufrimiento y del maltrato animal, pues ningún argumento justifica los procedimientos anteriores mencionados. Tengan o no razón, favorecen el planeta, y nos favorecen a todos. Muchos nutricionistas creen que las dietas puramente vegetarianas son perjudiciales para la salud; sin embargo, existe un acuerdo importante entre los que favorecen el consumo de carne y los vegetarianos: las cantidades de proteína animal, grasas y aminoácidos que se necesitan para tener una dieta equilibrada y sana son mucho menores que las que consideramos normales; las cantidades de vegetales que deberíamos consumir, en cambio, son mucho mayores que las que realmente consumimos y necesitamos para estar saludables. Bastan 450 gramos de proteína animal a la semana para gozar de una dieta apropiada (Mark Bittman).

Los vegetarianos tienen razón, pero sobre todo tienen la voluntad para seguir sus principios ¿Qué hacemos el resto de mortales sin una determinación tan valiente? Si la población disminuyera, muchos de estos problemas podrían eventualmente resolverse; pero esto no va a ocurrir, al menos dentro de los próximos 100 años. Mientras tanto, como dice Peter Singer, uno de los filósofos que más ha puesto a reflexionar al mundo sobre el tratamiento que damos a los animales, aunque lo dice refiriéndose a la pobreza en el mundo, pero aplicable aquí: “Si nos es posible prevenir algo malo sin sacrificar nada de importancia comparable, debemos hacerlo”.

Disminuir el consumo de carne es una posibilidad y responsabilidad de cada cual. Pues comer carne de la manera desaforada en que lo hacemos aumenta definitivamente el problema. El sufrimiento animal es malo, no es deseable y deberíamos impedirlo, así que exigir un mejor trato a los animales, un mejor control sobre sus formas de producción y maneras de matar es un asunto político de importancia. Negarnos a consumir, comprar o vender productos como el paté de hígado de ganso, para cuya producción se tortura al animal, es una decisión incluso estatal, que podemos apoyar, como acaba de establecerse recientemente en el estado de California.

Somos depredadores, pero también somos racionales, empáticos y por eso podemos evitar la sevicia.

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