Tengo grabada en mi mente la primera escena de House of Cards, una serie difícil de igualar por sus diálogos extraordinarios y las estrategias retorcidas usa​das por los guionistas para mostrar​nos que para ser político​ ​sobran los escrúpulos. Recuerdo a Francis Underwood (Kevin Spacey) diciendo “no tengo paciencia con el dolor inútil”, mientras le tuerce el cuello al perro del vecino luego de ser atropellado.  Había nacido un político maquiavélico y calculador, recordándonos que esa ficción no dista mucho de la realidad y que, incluso, los hay peores en la vida real, en la Colombia real quiero decir… en este país donde la política no es ningún arte al servicio de los ciudadanos, sino un jugoso negocio entre socios, en lugar de hombres justos y virtuosos, así descritos por el filósofo Platón.

“Haz lo que tengas que hacer”, es una de las frases favoritas de Francis. Claire, su esposa, no se le queda atrás: “Necesitamos que te autoincrimines en la muerte de Zoe Barnes”, le pide  a un subalterno para salvar al marido, que quiere ser presidente de los Estados Unidos, cueste lo que cueste.

¿Dónde escuchamos algo parecido? Ah, ya. En unos audios en los que Oscar Iván Zuluaga reconoce que es capaz de inculparse para salvar el pellejo de su hijo David (ambos implicados en el caso Odebrecht por el ingreso ilícito de dineros a la campaña presidencial de 2014, plata no reportada ante la autoridad electoral).

“…tendré que asumir toda la responsabilidad si me toca en algún momento, por encima de todos, para proteger a David, para protegerlo a usted y para protegerlos a todos”: Óscar Iván Zuluaga.

Pero ya sabemos que no aceptó cargos por los delitos de falsedad en documento privado, fraude procesal y enriquecimiento ilícito de particular, a sabiendas de las comprometedoras grabaciones. O sea, sí pero no. Zuluaga se comporta como el típico político Chimoltrufia: como dice una cosa, dice la otra, “¿tengo o no tengo razón?”.

Dijo el escritor español Miguel Delibes: “Para el que no tiene nada, la política es una tentación comprensible, porque es una manera de vivir con bastante facilidad”.

Mejor hablemos de Kevin Spacey, ese buen actor que un día se acostó con dos Premios Oscar en su mesita de noche, y a la mañana siguiente pesaban sobre su espalda tremendas denuncias por supuestos delitos sexuales contra hombres, cometidos incluso varias décadas atrás. Sabiendo que el papel (y ahora el clickbait) lo aguantan todo, mantengo mis reservas sobre esas personas que, en un acto de repentino decoro personal, denuncian ahora y no cuando debieron hacerlo; no sé a ustedes per a mí eso me genera ciertas suspicacias… y ojo porque no estoy diciendo que no hay que creerles a los denunciantes, ¡ni más faltaba! Pero creerles es una cosa y demostrar la veracidad de las denuncias es otra.

En un pestañear de ojos, Spacey quedó muerto en vida. Las redes sociales hicieron el resto, porque “al caído caerle”.  Se cayó cargando la cruz de una inmerecida mala reputación y tiempo después la actriz Robin Wright, su compañera de set y “esposa de mentiras” durante las primeras cinco temporadas de House Of Cards, salió a medios diciendo que no mantuvo ningún tipo de relación personal con el actor, que fueron compañeros de trabajo más no amigos; que patatín patatán, como quien dice, si te vi no me acuerdo, con lo cual tomó distancia del actor, una forma velada de creerlo culpable. ¡Con colegas así, para qué enemigos!

Lo cierto del cuento es que Spacey no apareció en la sexta y última temporada de la serie. En tiempos del Mee Too, Netflix lo sacó de taquito, sin darle al actor el beneficio de la duda y antes de ser vencido en juicio, que es el derecho natural que tiene toda persona.  Qué acto tan digno el de Netflix cortarle los servicios al actor, pero se portaron poco dignos al mantener varias de sus películas en el catálogo de la plataforma, anteponiendo la rentabilidad económica por encima de cualquier acto de supuesta inmoralidad. Es parte del juego de la doble moral que define a las sociedades desde siempre: Ser políticamente correctos pero solo hasta donde nos convenga, mismo principio que les sirve de cobija a los políticos.

En consecuencia, en la serie su personaje muere de muerte natural, aunque luego se ​supo que Francis tenía plane​s para matar a Claire, lo que habría resultado verosímil tratándose de una mente tan siniestra como la suya.

Sin Kevin Spacey (mejor dicho, sin Francis Underwood), House Of Cards perdió su brillo. Nos privaron de conocer el verdadero final del personaje. Aquí entre nos, yo creo que Francis quedaba vivo, porque en la vida real los villanos de la política tienen el poder de ser eternos: en Colombia pasan de una legislatura a la otra, de un gobierno al siguiente, y si están en la cárcel resucitan en cuerpo ajeno. Son unos enfermos por el poder.

A la hora del té, la justicia británica declaró a Kevin Spacey  “no culpable” de todos los cargos. No podemos decir lo mismo de la justicia colombiana: nada ha pasado, más allá de algunas sanciones sociales,  tras las denuncias sobre abusos sexuales contra políticos, magistrados, periodistas, directores de cine y profesores.  Quedó, eso sí, una novela de corte político, titulada “Él también lo hizo”,  escrita por Gina Parody, sobre un caso de acoso (Rosa Ahumada, la secretaria del presidente de la República, sufre los abusos de su jefe y se exilia en Nueva York), para mostrar el envilecimiento en las esferas del poder, donde las víctimas terminan siendo culpables. No son pocos los que les han puesto nombres reales a los personajes de su libro, aunque Parody afirma que se trata de una historia ficticia, a pesar de haber reconocido que ella misma fue acosada por gente del mundillo político. (“Sentía apretones indebidos”, dijo en una entrevista).

Sobre el asunto Spacey surgen un par de preguntas para quien pueda responderlas: ¿Cómo recuperas tu buen nombre cuando te han acusado de actos aberrantes, cuando todos cambian de acera al verte y cuando se te acaban las fuentes de empleo? ¿Cómo vuelves a ser la misma persona que eras hasta cuando alguien abrió la boca para encochinarte, violando el octavo mandamiento, ese que habla de las mentiras y los falsos testimonios? ¿Cómo levantarse y mirar de frente después de haber escuchado las peores cosas sobre ti? ¿Cómo sobrevivir a un mundo donde si bien abundan las conductas inapropiadas también pululan los falsarios?  Sobre falsos testigos Colombia le da sopa y seco al mundo, somos toda una cátedra viva de cómo dañarle el caminado a la gente, hacer que la metan presa para, después de arruinar esas vidas, salir a decir con tranquilidad pasmosa: “Sorry, nos equivocamos”. Hace treinta años, el 5 de mayo de 1993, Alberto Júbiz Hazbún recobró la libertad, tras pasar tres años y nueve meses en prisión, acusado injustamente de asesinar al candidato presidencial Luis Carlos Galán. El pobre hombre murió de un infarto cinco años después, sin ver un solo centavo de los tres mil millones de pesos que la justicia ordenó al Estado pagarle por daños y perjuicios.

Hechos como este demuestran que en Colombia es fácil caer preso por parecerse a fulanito, por tener el mismo nombre de zutanito, porque menganito escuchó esto o aquello de uno o por el solo hecho de estar en el lugar equivocado, sin tener velas en ningún entierro.  Piense el lector: ¿Alguna vez de niño acusó a otros de sus propias pilatunas o lo castigaron sin razón por las travesuras ajenas? Pues bien, fue lo que le pasó al desdichado ciudadano barranquillero, guardando las necesarias proporciones.

Muy cierto eso de que no hay que meter las manos al fuego por nadie; por menos, como servir de fiador a quien desde niño se quedaba con las vueltas, se fueron a la alcantarilla grandes amistades. Mi abuela decía: “cuídese del que hoy se roba una aguja, porque mañana es capaz de robarse un banco”. Con frecuencia uno escucha historias así. Yo mismo, cuando tenía 20 años, perdí un amigo por miserables dos mil pesos que presté con carácter devolutivo y nunca volvieron a mis manos. Pero no es lo mismo -¡jamás lo será!- quitarle el saludo a alguien por mala paga a que te corten la amistad por  acusaciones de abuso sexual. Por lo mismo, resulta injusto condenar a la gente antes de que lo haga el juez.

Ya resucitado Kevin Spacey, el episodio vivido por él deja muchas enseñanzas. Que en los adultos no siempre se debe confiar. Un adulto miente de manera consciente, buscando causar daño sin importar a quien se lleve por delante, menoscabando la reputación de terceros, a veces queriendo salvar el propio pellejo, algo muy común entre “compañeros” de oficinas, infestadas de trepadores y trepadoras, tema que daría para otra columna.

En tiempos del Mee Too, (el movimiento comenzó en 2017 para denunciar el acoso y la agresión sexual, lo que ​enhorabuena debemos celebrar), toca andar de puntillas por la vida, pues una mirada inocente puede interpretarse como un gesto obsceno, rozarse sin culpa con los demás en el servicio público puede costarle un linchamiento público (sin desconocer que hay tipos que aprovechan los tumultos para dar rienda suelta a sus perversiones)  o una invitación romántica puede verse como una propuesta indecente.

Cuide sus pasos, cuide su honra. Lo único que en verdad nos pertenece es la buena o la mala reputación​ cultivada por años, con esa (¡o sin esa!) nos iremos a la tumba o al horno, así no sirva de mucho después de muertos.


  • Obituario

Un Réquiem por el pajarito azul de Twitter. Ya no trinará más. Lo han convertido en un equis. Dale internet el descanso eterno. Ya no brilla para él el click perpetuo. Elon Musk lo tenga en su $anta, ególatra y desquiciada gloria. Amén.

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