POR UN PERIODISMO DE VERDAD INTEGRAL Y PLURAL

Hernando Llano Ángel

Al celebrarse este viernes 9 de febrero el día del periodista en nuestro país, vale la pena una breve reflexión sobre la compleja y apasionante relación entre la prensa y la verdad. Una relación que sobrepasa los lugares comunes que suelen reclamarle numerosos ingenuos, exigiéndole  a la prensa objetividad e imparcialidad, dimensiones que no existen en el cubrimiento de la realidad. Con perspicacia lo advirtió Albert Camus –un periodista de verdad integral y plural– al decirnos que ni siquiera un fotógrafo es objetivo, pues al elegir un ángulo, encuadrar su cámara y disparar, ya está siendo subjetivo y deja de ser imparcial. Elije la realidad que nos quiere mostrar. Es imposible informar y transmitir plenamente toda la realidad y su verdad. Ya lo advertía Kafka: “Es difícil decir la verdad porque sólo hay una; pero es viva y, por tanto, tiene un rostro vivo y cambiante”. Ella es compleja y tiene tantas facetas, percibidas de formas tan diferentes por cuantos periodistas la cubren, que carece de sentido exigir una sola versión de la realidad, bajo el prurito de la Objetividad, la Imparcialidad y la Verdad.

Integralidad y pluralidad, más que objetividad e imparcialidad

Quizá debamos exigirles integralidad y pluralidad a todos los mass media y periodistas, en el sentido de presentar y reflejar la realidad que cubren de la manera más integral y plural que sea humanamente posible, sin dobleces, manipulaciones y exclusiones. Por ejemplo, en un conflicto violento o en un litigio, guiarse por el siguiente aforismo que se atribuye a Confucio: “En todo litigio hay por lo menos tres verdades. Tu verdad, mi verdad y la verdad”, divulgando así todas las versiones en disputa. Suena demasiado ecléctico y exigente, pero un periodismo integro y plural –por no decir comprometido con la viva, esquiva y difícil verdad– debería ser consecuente con dicho aforismo, dejando el asunto de la verdad al juicio público, es decir, a la comunidad de lectores o espectadores, después de habernos brindado las diversas versiones en disputa. O, al menos, las versiones de sus principales protagonistas y directos afectados. En nuestro conflicto armado interno, por ejemplo, no bastaría con la versión oficial, tampoco con la insurgente o la paramilitar, si se deja por fuera el universo de las víctimas con sus desgarradores testimonios de sufrimiento y verdad. Ese fue justamente el desafío y la tarea que asumió con integridad la “Comisión para el esclarecimiento de la Verdad, la Convivencia y la no Repetición” en su informe final “Hay futuro, si hay verdad”. Pues solo si escuchamos y conocemos todas las versiones de las víctimas y los victimarios, tendremos la posibilidad de formarnos una visión más completa, plural e integral de la verdad. Una visión que quizá pueda dar cuenta de lo sucedido en la realidad. Claro que lo anterior es casi imposible de cumplir, pues todos los medios tienen visiones condicionadas por múltiples intereses, empezando por los de sus propietarios, accionistas, directores y editores, que no permiten o dificultan divulgar todas las facetas de la realidad y limitan indirecta o explícitamente el trabajo informativo y de opinión de sus periodistas. Así dan forma y contenido a la realidad, excluyendo muchas veces las voces disonantes y las versiones contrarias a su línea editorial. Al respecto, es de celebrar que EL ESPECTADOR brinde el espacio del ANTIEDITORIAL a sus lectores, pues así promueve la pluralidad de visiones y contribuye a formar un criterio público más amplio gracias a la deliberación ciudadana y el debate democrático.

“La apariencia es la realidad”

Ya lo señalaba Hannah Arendt, profunda analista de los principales acontecimientos políticos del siglo XX y excepcional periodista, enviada por The New Yorker a cubrir el juicio de Eichmann en Jerusalén, cuando escribió en “La Condición Humana”: “Para nosotros la apariencia –algo que ven y oyen otros al igual que nosotros—constituye la realidad”. Es decir, aquello que aparece en los periódicos, escuchamos en la radio, vemos en la televisión y en nuestros celulares, proyecta una realidad paralela y superpuesta a la realidad factual y empírica que con frecuencia la desplaza y suplanta. Así surge el multiverso: la existencia de múltiples universos más allá de nuestro común y compartido universo de la vida pública. Entonces nos cuesta un inmenso trabajo discernir entre la realidad existencial y vital -aquella que nos marca la piel, comienza cada día, es común y nos atañe a todos– y la solo aparencial, que inunda de fantasías, sueños y mentiras nuestras vidas personales y emocionales, atrapadas y extraviadas en Tik-Tok, Instagram, Facebook, YouTube y ahora X. Por eso las Fake news terminan siendo muchas veces la verdad, negando la realidad, para millones de personas cautivas en esos multiversos. Tal es el mayor reto para un periodismo de verdad:  no temer confrontar y desvirtuar esos mundos de mentiras tan reales que terminan siendo vividos y defendidos por millones de seres humanos, convertidos en fanáticos que no dudan en asaltar el Capitolio en Washington o la Plaza de los Tres Poderes en Brasilia , ofrendar sus vidas y libertades en defensa de esas “verdades” delirantes. Así lo muestra con ingenio, humor y dramatismo la película y documental “El dilema de las redes sociales”, que puede verse en Netflix. Frente a esa avalancha de multiversos, la democracia como universo público disputado, compartido y padecido por todos y todas, corre el inminente riesgo de desaparecer. Es lo que sucede con Trump en Estados Unidos, quien todavía sostiene que Joe Biden le robó las elecciones y cuenta con la creencia y el respaldo de millones de potenciales votantes que esperan ansiosos la llegada de noviembre para cobrar revancha y gobernar de nuevo, propalando mentiras  y ocultando verdades. Todavía más dramática es la desaparición real de la democracia y del Estado de derecho en aquellas sociedades donde ha sido coartada o eliminada la prensa pluralista y se impone el caudillismo represivo y carcelario de Bukele o el autoritarismo asistencialista de Ortega en Nicaragua y Maduro en Venezuela. En nuestro caso, como vivimos en una fantasiosa realidad política, el asunto es más penumbroso e incierto, pues existe una especie de concierto mediático para mentir y confundir. Fue lo que sucedió con la supuesta cuenta X del fiscal Francisco Barbosa, generadora de un “colapso institucional virtual”, pues el presidente Petro respondió de inmediato a lo allí anunciado, sin percatarse de su apócrifa existencia. En vista de semejante confusión, no encuentro nada mejor que volver a citar la entrevista concedida por Albert Camus en diciembre de 1951 al diario “Le Progrés de Lyon”, bajo el título “Las servidumbres del Odio”. A la pregunta sobre la relación entre la mentira y odio, contestó: “No hay un lazo lógico entre la mentira y el odio, pero existe una filiación casi biológica entre el odio y la mentira…No se puede mentir sin odiar. E inversamente, no se puede decir la verdad sin sustituir el odio por la compasión. De diez periódicos en el mundo actual, nueve mienten más o menos. Es que en grados diferentes son portavoces del odio y la ceguera. Cuanto mejor odian, más mienten. La prensa mundial, con algunas excepciones, no conoce hoy otra jerarquía. A falta de otra cosa mejor, mi simpatía va hacia esos, escasos, que mienten menos porque odian mal”. Pero entre nosotros cada SEMANA se odia y miente más, tanto en la prensa, la televisión, la radio y las redes sociales, salvo contadas excepciones de programas y periodistas que intentan analizar y comprender lo que acontece antes de condenar, como jueces implacables. No pretenden sustituir el juicio y el análisis de sus audiencias, lo cual debería ser una regla de oro para un periodismo de verdad integral y plural. Un periodismo en vías de extinción en nuestra sociedad y en el mundo actual, arrastrado y casi sustituido por las redes sociales que son las arterías por donde circulan torrentes de odio y mentiras, generadoras de multiversos furiosamente antidemocráticos. Multiversos cuyos creadores, como Zuckerberg y Meta son reacios a la regulación de sus contenidos en nombre de la libertad de expresión y la competencia del mercado. Idénticos a un gobernante que lleva el curioso apellido de Milei y se define como anarquista, liberal-radical, pero quiere dictar e imponer su ley ómnibus a toda la sociedad argentina. Su paradójica y contradictoria concepción de la libertad es muy parecida a la libertad de prensa,casi  siempre rehén de la libertad de empresa y celosa defensora de intereses privados. Intereses a los que suelen muchas veces subordinar la búsqueda y difusión de la misma verdad y del bien público en nombre de la prudencia, la imparcialidad y la objetividad, tan próximas a la rentabilidad comercial y la seguridad de la pauta publicitaria de sus anunciantes. Razón tenía un denostado pensador alemán, víctima de la censura de prensa, cuando afirmó que la libertad de prensa es, en primer lugar, libertad de empresa, a la que se encuentra irremediablemente atada y limitada.

PD: Para mayor información y comprensión, leer los enlaces en rojo.

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