¿En qué piensa? ¿Tiene sueños? ¿Los tuvo alguna vez? Quise preguntárselo, pero su ensimismamiento es tan profundo que es imposible hablarle. No levanta la cabeza ni cambia de expresión. Sólo camina. Doce pasos de ida y doce de regreso. Caminaba a las nueve de la mañana y lo seguía haciendo a las doce. Parece ajeno al cansancio y a los afanes del mundo. Nada perturba su tránsito por el pasillo y por la vida. Ni siquiera yo lo perturbé cuando caminé a su lado en un viaje de veinticuatro pasos. No se enteró de mi presencia. Fui menos que una sombra en su universo de pasos cortos. Me detuve para verlo caminar (los brazos a los lados, el mentón contra el pecho, los ojos apagados). A su lado cruzó un grupo de médicos, pero no lo vieron. Quizás lo consideran parte de la decoración de la clínica: un florero que camina, una mesa que va y viene. ¿Qué dirá su historia médica? ¿Tiene quien lo visite o el mundo lo olvidó? ¿Qué pensará Dios de este hijo que no viene de ningún lado, que no va a ninguna parte?

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