Calicanto

Publicado el Hernando Llano Ángel

Gustavo Petro y Alejandro Gaviria: Entre el realismo político y el oportunismo electoral.

Gustavo Petro y Alejandro Gaviria: Entre el realismo político y el oportunismo electoral

Hernando Llano Ángel.

Entre Gustavo Petro y Alejandro Gaviria parecen existir más coincidencias que divergencias. Especialmente en la búsqueda desesperada de votos, pues sus campañas articulan cínicamente el realismo político con el oportunismo electoral. Para ello despliegan sus dotes de sofistas en los debates y las plazas públicas. Ambos apelan al pluralismo del diálogo y el respeto contra principios y valores políticos que desprecian, como la coherencia ideológica y la ética pública, que consideran fundamentalismos hipócritas de sus opositores. Así, Petro explicaba y justificaba su fallida coalición con el liberal Luis Pérez Gutiérrez, quien todavía defiende la masacre de la operación Orión en la comuna 13 de Medellín cuando la respaldó desde la alcaldía. Y Alejandro Gaviria justifica el apoyo del expresidente César Gaviria y otra pléyade de curtidos políticos, avezados en el arte de embaucar con lemas demagógicos como “Bienvenidos al futuro”, tan parecido a su mantra electoral: “Colombia tiene que tener futuro”. Tanto Gustavo Petro como Alejandro Gaviria se han convertido, con poca coherencia y mucha desvergüenza, en cazadores y depredadores de votos. Por ello no deja de ser irónico que se disputen los restos del electorado del moribundo partido liberal, como aves carroñeras y voraces que buscan los favores del expresidente y sus lugartenientes electorales o de disidentes, como el senador Luis Fernando Velasco Chaves. Ambos, en su desaforada carrera por ganarle a sus contrincantes, reconocen un principio de realidad inobjetable: las elecciones se ganan con votos, pero se olvidan que ellos no confieren automáticamente respetabilidad y menos gobernabilidad democrática. Más bien tiende a suceder todo lo contrario. Esos votos cautivos y de maquinaria se convierten, cuando están gobernando, en un lastre de compromisos clientelistas y en una contemporización con la codicia de quienes se han dedicado toda su vida a desfalcar los bienes e intereses públicos y a vivir como “nobles extorsionistas” en el Congreso y “duques perfectos” en el Gobierno. Degradan la democracia en una putrefacta cacocracia que gobierna impunemente gracias a la ingenuidad, la ignorancia y la necesidad de millones de electores que depositan cada cuatro años sus esperanzas en las urnas. Millones de ciudadanos votan entusiasmados e ilusionados pensando que sus vidas cambiaran simplemente marcando un tarjetón, como lo hacen los compradores compulsivos de baloto y lotería cada semana. Botan en las urnas sus ilusiones, estimulados por candidatos que prometen lo imposible, cambiar la historia en cuatro años, reinventar la política y tener un futuro luminoso gobernando con los mismos de siempre, pues sin pudor buscan y reciben sus apoyos. Así las cosas, las elecciones entre nosotros se convierten en un juego de ilusiones, una feria de egos entre “buenos y malos”, un campo de batalla donde son eliminados los que juegan limpio desde el activismo y el liderazgo social, como la precandidata Francia Márquez, y pretenden cambiar unas reglas que siempre favorecen a los mismos con las mismas, todo ello en nombre de la “democracia más profunda y estable de Sudamérica”. Sin duda, la más profunda en cavar fosas comunes y estable en perpetuar desigualdades sociales, prejuicios de clase, raciales y odios viscerales, que hoy representan cabalmente la mayoría de los candidatos en competencia, así se esfuercen por ocultarlo con finos modales y palabras corteses. Salvo contadas excepciones, como los candidatos Carlos Amaya y Francia Márquez, en los demás predominan las formas y el marketing sobre la autenticidad y el contenido, siendo campeones de la impostura y la chabacanería Federico Gutiérrez, Fico, y Rodolfo Hernández, con sus respectivas patéticas imitaciones de Álvaro Uribe y Donald Trump, campeones del autoritarismo, el machismo y la impunidad política.

Un abismo insondable

Se profundiza así un abismo insondable y letal, pues lo que se dice y promete en las campañas electorales casi nunca se hace desde el gobierno. Las promesas de un futuro luminoso se convierten en sombras de un gobierno penumbroso. La paz en guerra, la vida en muerte y la igualdad en inequidad. Nuestro voto en lugar de elegir un servidor de lo público se troca en la elección de un amo. Ya lo advertía lapidariamente José María Vargas Vila: “Quien vota elige un amo”. Elige un farsante, un testaferro político, aquel que pone su cabeza al servicio de intereses particulares y no de los intereses generales y públicos. Nuestro voto se convierte en un comodín de quien gobierna y cobra en sus manos un sentido y un valor totalmente diferente al que nosotros le confiamos en las urnas. Con él juega en la baraja del poder según los compromisos e intereses con quienes realizó acuerdos y lo catapultaron al Congreso o la Presidencia de la República. Su pregonada independencia y reinvención de la política se transforma en dependencia y vieja política. Sus promesas y programas incumplidos al ser demandados en las calles por una ciudadanía defraudada y engañada, se convierten entonces desde el gobierno en órdenes y políticas públicas que se imponen por la fuerza, a sangre y fuego, invocando la seguridad ciudadana y el orden público. Y quien en campaña estaba interesado en contar en las urnas con el mayor número de cabezas a su favor, ahora empieza desde el gobierno a descontar, despreciar y de ser necesario hasta cortar las cabezas de la oposición, que llamará subversiva y terrorista. Para evitar que este ciclo infernal de anaciclosis se perpetúe indefinidamente es imprescindible que en las próximas elecciones no botemos nuestro voto. Que no elijamos más “amos y doctores”, que dejemos de ser siervos y nos comportemos como ciudadanos responsables y no como millones de ingenuos o entusiastas electores que marcan el tarjetón como si fuera un baloto o, peor aún, lo hacen contra el candidato que temen y odian o solo para obtener beneficios personales y un certificado electoral. Un certificado que les dará media jornada de descanso laboral y otros beneficios menores, que corrompe legalmente su independencia y juicio ciudadano, pues consagra sutilmente la compraventa de su voluntad con una serie  incentivos fijados en la ley 403 de 1997. Sin olvidar que nos queda el recurso extremo e improbable del voto en blanco, como expresión de nuestra máxima soberanía ciudadana, pues si obtenemos la mayoría absoluta de los votos válidos, la mitad más uno, se tendría que convocar nuevas elecciones con otros candidatos presidenciales. Algo tan imposible de alcanzar como la paz en Ucrania mediante un plebiscito libre de sus ciudadanos sin la intervención de Putin y la OTAN, sin la presencia mortal de la guerra y la opresión imperial de tropas invasoras. Es lo que tenemos, aquí y allá, con las obvias diferencias de modo, tiempo y lugar, una dispersa y atemorizada ciudadanía gobernada por un frondoso entramado de intereses cacocráticos y plutocráticos que llama paz a la guerra, vida a la muerte, libertad a la sumisión y verdad a la mentira institucionalizada.

 

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