Así controlé el cáncer

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La búsqueda de otros rumbos

Me fui a otro mundo a encontrar respuestas para el restablecimiento de mi salud,  y coincidí con seres quienes sin ansiedad me sugerían cosas inusuales pero lógicas.

Uno de ellos me preguntó: “¿Has contemplado la posibilidad que tus hábitos alimenticios sean una de las causas de tu enfermedad?”.

Ante mi  respuesta negativa, me soltó la siguiente  afirmación:

“La mayor cantidad de toxinas provienen de la degradación que hace el cuerpo de los alimentos que ingerimos. El organismo las tolera, siempre y cuando estas no excedan un límite establecido por su capacidad de digerir y eliminar deshechos. Enfermamos porque sobrepasamos la facultad natural de eliminación. La acumulación de venenos en el cuerpo debilita el sistema inmune. La enfermedad es la manera que tiene la naturaleza para informarnos que el cuerpo esta tóxico”.

Yo no había visto la cosa por ese lado, mi interlocutor prosiguió:

“No se debe enfocar la enfermedad únicamente en el tumor manifestado, sino en la totalidad del cuerpo, para ayudarle a este a encontrar energía para luchar contra la malignidad. Al no poder el cuerpo eliminar las toxinas acumuladas, puede desarrollar una masa para mantener in situ los agentes agresores antes de poderlos destruir, si encuentra las condiciones  propicias. El primer órgano en ceder es el más frágil por herencia u otros factores”.

Ahora si estaba sorprendido por este novedoso enfoque, totalmente en contravía con todo lo que había escuchado  de los doctores. Me asaltó un rayo de duda que se fue disipando con lo que seguía escuchando:

“El avance o frenado del tumor dependerá de la tarea que estés dispuesto a realizar en tu organismo para recuperar su propia capacidad curativa. El sistema inmune tiene un papel protagónico en la destrucción o velocidad de desarrollo de la masa tumoral, esta puede extirparse con diferentes métodos terapéuticos: cirugía, radioterapia o quimioterapia u otros, pero si no se modifican las condiciones en las que se formó el cáncer, el tejido maligno reaparecerá”.

En este punto del diálogo, me encontraba anonadado y con incertidumbre, no obstante, sentía que se abría una puerta y metí el pie. Faltaba camino por recorrer. Dejaba a un lado el tratamiento médico convencional, para embarcarme en una terapia que no tenía cobertura. Al margen de la  humana tendencia de aferrarnos a lo conocido, me encontraba frente a una apuesta en donde lo que estaba en juego era mi propia vida.

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