Corazón de Pantaleón

Publicado el ricardobada

Una tarea pendiente

Mi amiga Graciela Fernández (Terín Collado en el mundo del blog) me escribió hace un par de semanas: ¿No tendrías a mano algo escrito sobre tus asignaturas pendientes, lo que todavía no has podido hacer, lo que te ha quedado en el tintero? Lo necesito para el taller de mañana, algo breve, una carilla más o menos. Siempre  y cuando no signifique que te pongas a escribirlo ahora y eso te complique la vida».

Era casi la medianoche de aquel miércoles cuando leí su mail, y lo cierto es que no tenía nada escrito acerca de mis asignaturas pendientes, así es que me serví un buen güiscacho sobre las rocas y decidí poner remedio a semejante entuerto.          Y escribí lo siguiente, que Graciela me insta a que no sea ella su única lectora :

«Mi tarea pendiente es poner en orden mi “legado”.

Lo escribo entre comitas porque la palabra le queda grande a mi persona. Pero no hay otra. Herencia conlleva la idea pecuniaria, y eso sí lo tengo en claro: mis pocos ahorros, o lo que de ellos reste, después de esta debacle que vivimos, serán para mis hijos y mis nietos.

Pero quedan miles de libros (entre tres y cuatro mil), de los que todos los que están en español irán a las respectivas bibliotecas de los Centros Cervantes de Bremen y Hamburgo: a Bremen los que estén dedicados por los autores, a Hamburgo el resto.

Sólo que de los tres o cuatro mil libros, la mitad, más o menos, están en alemán, neerlandés y portugués, los otros idiomas que leo. ¿Qué hacer con ellos?  Lo más seguro es que me ponga en contacto con la biblioteca municipal de Colonia (o la de Rodenkirchen, el barrio más cercano donde hay una dependencia suya) y los ofrezca allá. Es una subtarea pendiente.

Faltaría ahora saber qué hago con todos los archivos de correspondencia. Miles y miles de cartas en soporte papel, empezando por las de mi noviazgo con Diny (le escribí a diario, desde el día que nos conocimos hasta el día en que nos casamos) y terminando con las de cientos de amigos con quienes he mantenido correspondencia desde 1954, cuando comencé a padecer la fiebre epistolar; y todo ello pasando por las cartas de los escritores de lengua española con los que me he carteado a lo largo de 36 años de actividad profesional como periodista: desde Julio Cortázar a Gonzalo Rojas pasando por “la crema de la intelectualidá”, según dice el chotis que Agustín Lara le dedicó a Madrid. ¿Qué hacer con esos tesoros?  Mi pensamiento está puesto en Hamburgo y su Centro Cervantes, pero tengo que platicarlo todavía con ellos, de repente no es algo que estén en condiciones de bancar. Es otra subtarea pendiente.

Y todavía faltaría saber qué hacer con los miles y miles y miles de páginas escritas por mí a lo largo de (ya) casi sesenta años de estar escribiendo prácticamente casi sin pausa. Miles y miles y miles de páginas de las que más de la mitad están en soporte papel: el resto cabe en el mínimo espacio de un pendrive (o como sea que se llame al USB). Por otra parte: ¿importará realmente que esa obra se conserve?  Una pregunta para nada retórica, considerando las circunstancias objetivas que concurren en un escritor mercenario, cual es mi caso. Y esta sería la tercera de mis subtareas pendientes.

Esa es en conjunto y en detalle mi tarea pendiente, a mis 72½ años; una que pesa de manera casi insoportable sobre estas cuatro paredes entre las que escribo lo que estoy escribiendo, puesto que acá, entre ellas, se acumulan todos mis archivos, y al menos la quinta parte de mis libros.

Es una tarea brava, porque algún día, ojalá todavía con la cabeza clara, tendré que empezar a desbrozar este bosque. A dejar nada más que los árboles que merezcan conservarse. No es una tarea que le desee a nadie. Antes al contrario: llegado a este momento de mi vida, de lo que más podría alegrarme es de no dejar ningún otro “legado” sino aquel que circula por las venas de mis hijos y mis nietos. Pero el Destino me la jugó feo, y lo peor es que yo le seguí la corriente».

Esto fue lo que escribí para responder al SOS de mi amiga Graciela, desde Río Ceballos, allá por las sierras de la Córdoba argentina, tras de lo cual sólo me queda desearles, de corazón, con motivo de lo que ustedes seguramente siguen llamando Navidad:

¡¡¡ Feliz Día Internacional del Regalo !!!

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